Religión en Libertad
Simone Weil (1909-1943) nunca llegó a bautizarse ni a considerarse cristiana, pero es indudable que creía en Cristo como Hijo de Dios.

Simone Weil (1909-1943) nunca llegó a bautizarse ni a considerarse cristiana, pero es indudable que creía en Cristo como Hijo de Dios.

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En una fría mañana de diciembre de 1934, Simone Weil fichó en una fábrica de París, dispuesta a trabajar junto a los obreros cuyas vidas trataba de comprender. El incesante ruido de las máquinas, el escozor de las virutas de metal en la piel, el ritmo del agotamiento que le oprimía el pecho: no se trataba de un gesto simbólico. Weil, frágil y propensa a las migrañas, sufría físicamente bajo el brutal ritmo de la fábrica. Sus supervisores la consideraban extraña y poco práctica

Aun así, siguió trabajando en la fábrica hasta agosto de 1935. Weil había nacido en el seno de una familia intelectual de clase media-alta y sentía que para comprender el sufrimiento de los demás tenía que sentirlo ella misma. Para Weil, la experiencia era una forma de investigación reverente: una forma de escuchar y aprender con toda su vida.

Weil nunca se definió como cristiana. Escribía apasionadamente sobre Dios, rezaba en privado y vivía momentos de intensos encuentros espirituales. En 1937, mientras visitaba la capilla de Santa María de los Ángeles, en Asís, donde San Francisco había rezado, Weil sintió de repente la necesidad de arrodillarse y rezar, conmovida, según dijo más tarde, por algo más fuerte que ella misma. 

Al año siguiente, durante la Semana Santa en la abadía benedictina de Solesmes, experimentó una alegría tan pura mientras escuchaba los cantos gregorianos que sintió que el pensamiento de la Pasión de Cristo entraba en su ser "de una vez por todas". 

Allí, mientras sufría un intenso dolor de cabeza, también meditó sobre el poema cristiano Amor de George Herbert y escribió que "Cristo mismo descendió y tomó posesión de mí". Sin embargo, incluso después de todas estas experiencias, Weil siguió rechazando el bautismo, no por incredulidad, sino por reverencia. No se apresuró a nombrar lo que se sentía demasiado humilde para nombrar.

Para Weil, la duda no era lo contrario de la fe. Era la postura más fiel que podía imaginar: la voluntad de suspender las respuestas definitivas en aras de profundizar su comprensión y, por ende, su reverencia y amor. Le parecía que, dado que Cristo era la verdad, no había nada de malo en hacer preguntas. Cualquier pregunta que hiciera solo la llevaría a un conocimiento más profundo. "A Cristo le gusta que prefiramos la verdad a Él", escribió. "Porque antes de ser Cristo, Él es la verdad. Si uno se aleja de Él para ir hacia la verdad, no irá muy lejos antes de caer en sus brazos". La duda la mantenía abierta a lo que Dios revelaría.

Para Weil, el camino hacia esta revelación era prestar atención. A menudo se cita a Weil por haber escrito una vez que "la atención es la forma más rara y pura de generosidad". Sin embargo, ella se refería a algo mucho más radical de lo que solemos entender cuando decimos "prestar atención". No nos invitaba simplemente a mirar o escuchar, sino a rendirnos a lo que se revela. La fe de Weil no consistía tanto en llegar a respuestas como en cultivar su capacidad de adoptar esta postura de humildad devota, que invita a la transformación.

En una época en la que la fe se equipara a menudo con la certeza -y la duda se considera una traición-, Weil ofrece un modelo radicalmente diferente: el del cuestionamiento reverente, la atención humilde y el amor incansable. Ella vivía con la duda, no como una barrera para la fe, sino como una postura espiritual que la enriquecía.

Combinar la fe con la actitud receptiva es algo inusual y difícil, pero muy poderoso. Unas décadas antes del activismo de Weil, el filósofo estadounidense William James argumentó en sus famosas conferencias Las variedades de la experiencia religiosa que tener creencias religiosas puede ayudarnos a ser mejores personas. James no era creyente, pero elogiaba cómo la fe reforzaba lo que él llamaba el "estado de ánimo enérgico", es decir, la voluntad y la capacidad de hacer cosas difíciles. Creer en algo superior a nosotros mismos puede darnos valor y prepararnos para actuar con compasión y valentía.

Sin embargo, al mismo tiempo, James también consideraba que la apertura mental era una forma importante de esfuerzo. Se requiere una fortaleza especial para mantener una actitud abierta y revisar las propias creencias. Su contemporáneo John Dewey lo explicó muy bien cuando describió la duda como la sensación de mantener abierta una investigación, por muy satisfactorio o seguro que pueda parecer llegar a una respuesta prematura. Decía que la capacidad de "permanecer en la duda" era la base del aprendizaje: significaba que uno estaba dispuesto a soportar la incomodidad con el fin de encontrar verdades más profundas.

¿Y si la fe implicara confiar en que lo que se nos revela en nuestras preguntas imbuirá nuestras vidas de más sacralidad, en lugar de menos?

En 1936, al estallar la Guerra Civil Española, Weil se unió a una brigada anarquista que luchaba contra las fuerzas fascistas de Franco [sic: "Franco’s fascist forces" en el original]. Era miope, torpe con las armas y propensa a enfermar, pero insistió en unirse al frente. Su estancia allí fue breve. Se quemó accidentalmente al pisar una olla de aceite hirviendo y la enviaron a casa.

Weil no había ido al frente por lealtad ideológica, sino porque sentía la necesidad de dedicar toda su atención a esas personas sumidas en el sufrimiento. ¿Qué verdades desnudas sobre el amor, la pérdida, el anhelo, la humanidad, el bien, el mal y Dios le revelaría la experiencia de la vida en el frente? Más tarde, Weil lamentó la oportunidad perdida de sentir y expresar solidaridad. La experiencia, dijo, intensificó su búsqueda de una forma de vida que honrara la extremidad del sufrimiento humano.

No se trataba de un castigo personal. Era su teología en acción. Argumentó que para amar correctamente era necesario que nos despojáramos de nosotros mismos: liberarnos del control sobre los resultados, la voluntad personal y las presuposiciones para poder ser recreados a través del acto de la atención amorosa. "No obtenemos los regalos más preciados yéndonos en su búsqueda", escribió, "sino esperándolos. Esta espera no es una expectativa. Es una suspensión de la mente". Esa suspensión, la pausa entre saber y no saber, era su tierra sagrada. Era donde se mantenía quieta para que lo divino pudiera crearla siempre de nuevo.

En 1943, Weil, enferma de tuberculosis, escapó de la Francia ocupada pasando por Casablanca y Nueva York y terminó en Londres. Allí intentó formar un cuerpo de enfermeras de primera línea que se lanzaran en paracaídas a las zonas de combate para atender a los heridos. Los líderes consideraron que su propuesta era inviable y peligrosa, por lo que trabajó en la sede de la Francia Libre en Londres. A menudo se sentía frustrada por los obstáculos burocráticos y las limitaciones que se le imponían. Sin embargo, durante este periodo escribió algunos de sus textos más importantes, entre ellos Echar raíces

Simone Weil, 'Echar raíces'.

Simone Weil, 'Echar raíces'.Trotta.

En este libro, Weil aboga por una sociedad basada en la postura espiritual que había cultivado durante toda su vida: la actitud receptiva. Los seres humanos, dice, necesitamos raíces. Necesitamos un terreno firme que nos mantenga estables. En esencia, necesitamos fe. Pero no puede ser una fe que nos cierre. Debe ser una fe que nos abra. La fe que permanece abierta e invita a la transformación puede ayudar no solo a los individuos, sino también a las sociedades a encontrar nuevas formas de amar.

Weil murió poco después de terminar Echar raíces, probablemente debido a su férreo compromiso con la justicia. Oficialmente, murió de tuberculosis. Pero se negaba a comer más de las raciones disponibles para la población de la Francia ocupada, a menudo ayunando o comiendo solo porciones escasas. Los médicos y sus compañeros le rogaban que comiera, pero ella insistía en que no podía aceptar moralmente más de lo que sus compatriotas tenían que comer. Tras meses así, el desgaste de su cuerpo fue demasiado grande.

Richard Rees, amigo de la familia y su biógrafo [Simone Weil. A sketch for a portrait], comentó más tarde: "Murió de amor, de amor por sus semejantes, de amor por Dios".

La vida de Weil no nos sugiere que hagamos lo mismo. Pero sí despierta nuestra curiosidad sobre lo que significa la fe para nosotros y cómo podemos profundizar mejor nuestra capacidad de esperanza y amor.

¿Qué sería posible para nosotros si también dejáramos que nuestras preguntas sin respuesta agudizaran nuestra compasión en lugar de embotar nuestra fe? ¿Qué pasaría si, como Weil, aprendiéramos a soportar la incertidumbre como una forma de amor?

En una cultura que equipara la fuerza con la convicción, Weil nos ofrece una fuerza diferente: la fuerza para permanecer tiernos en la incertidumbre. Para ser pacientes con el misterio. Para confiar en que la fe también puede crecer en el terreno de la duda.

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