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El papable Müller advierte: hay cardenales de escasa ortodoxia que pueden provocar una ruptura

El cardenal Gerhard Müller es el candidato natural, al menos en primera opción, de los cardenales más opuestos al pontificado de Francisco.

El cardenal Gerhard Müller es el candidato natural, al menos en primera opción, de los cardenales más opuestos al pontificado de Francisco.

Redacción REL
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C.L.

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Unas recientes declaraciones a The Times ejemplifican por qué el cardenal alemán Gerhard Müller es el candidato natural del sector más alejado del pontificado de Francisco.

El Papa debe ser "ortodoxo", no conservador ni progresista

El próximo Papa "debe ser ortodoxo, no 'progresista' ni 'conservador'", dijo, rechazando las etiquetas simplificadoras con las que se clasifica a los cardenales: "La cuestión no es entre conservadores y progresistas, sino entre la ortodoxia y la herejía. Rezo para que el Espíritu Santo ilumine a los cardenales, porque un Papa hereje que cambia cada día según lo que digan los medios de comunicación sería catastrófico".

En su opinión, el próximo Papa no debe "buscar el aplauso del mundo secular, que considera a la Iglesia como una organización humanitaria que hace una labor social".

Aunque Müller califica a Francisco como "un hombre bueno", es evidente que está pensando en su pontificado cuando señala directrices que serían negativas para la época de la Iglesia que arrancará en breve: "El Papa Francisco está bien visto por los medios y existe el riesgo de decir 'Sigamos así'... [Los cardenales] tienen la responsabilidad de elegir a un hombre capaz de unificar la Iglesia en torno a la Verdad revelada. Confío en que los cardenales no se vean influidos por lo que leen en los titulares".

También advirtió del riesgo de que la Iglesia se parta en dos si resulta elegido un cardenal heterodoxo, porque "ningún católico está obligado a obedecer una doctrina errónea: el catolicismo no consiste en obedecer ciegamente al Papa sin respetar las Sagradas Escrituras, la Tradición y la doctrina de la Iglesia".

Cambio de actitud

El cardenal Müller forma parte del escaso número de cardenales que se manifestaron contra determinadas decisiones de Francisco. No al principio. No estuvo entre los cuatro cardenales firmantes de los famosos Dubia sobre Amoris Laetitia y la comunión de los divorciados vueltos a casar (Walter Brandmüller, Raymond Leo Burke, Carlo Caffarra y Joachim Meisner), porque en aquel momento era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Incluso criticó a esos cuatro purpurados por hacer públicas sus discrepancias con un texto que él defendió.

Pocos meses después, el Papa le convocó a su despacho para decirle, sin más explicación, que ya no contaba con él. Y no solo en el cargo que desempeñaba desde 2012 por nombramiento de Benedicto XVI, sino en ningún otro, porque desde entonces no lo ha tenido. 

A partir de ese momento, la oposición de Müller al pontificado de Francisco sí salió de los muros del Palacio Apostólico, y con una claridad y determinación que no le impidió mantener una relación cordial con el Papa, superando el inicial asombro que le causó su destitución, que no se preocupó de ocultar.

El "papable" (casi) perfecto

Si no fuera por su enfrentamiento público con Francisco (desde la propia concepción del 'sínodo de la sinodalidad' a Fiducia supplicans [bendiciones a parejas homosexuales] pasando por la reforma de la Curia o las críticas a Traditionis custodes [limitaciones a la misa tradicional]), Müller sería un candidato casi perfecto, y de hecho figura entre los papables.

En efecto, desafiando las etiquetas que él mismo censuraba en su entrevista a The Times, tiene unas credenciales que le podrían merecer la de 'progresista': en 1977 hizo su tesis doctoral sobre el teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer bajo la dirección del luego cardenal Karl Lehmann, cuya ortodoxia también ha sido cuestionada. Y Müller fue siempre muy amigo de Gustavo Gutiérrez, teólogo de la liberación, y comprensivo con las corrientes menos radicales de esa línea. 

Está bien relacionado y es respetado, por tanto, en ambos lados 'etiquetables' del espectro eclesial, porque no actúa con doblez ni disimula.

Müller aúna experiencia pastoral como obispo (lo fue diez años en Ratisbona/Regensburg), experiencia académica como profesor visitante en una decena de Universidades y autor de numerosas obras teológicas, y experiencia en el Vaticano con sus cinco años como prefecto de la Fe, a los que sumar diez años anteriores en los que formó parte de la congregación al ser nombrado consultor por Juan Pablo II.

Habla perfectamente español, inglés y francés, además, obviamente, del italiano y el alemán, conocimiento de idiomas imprescindible para las relaciones internacionales de un Papa, y tiene presencia, credibilidad y autoridad. Ha demostrado determinación y coraje para decir lo que piensa, algo también muy necesario para enfrentarse a retos como la relación con las oligarquías globalistas o la redirección de la Iglesia alemana. 

Nunca ha estado bajo la lupa de ninguna acusación, goza de buena salud -que se sepa- y su edad (77 años) no es excesiva para las exigencias inmediatas del próximo pontificado.

¿Cuál es el hándicap de Müller como 'papable'? Sobre todo, que es muy difícil que alguien que se ha manifestado tan expresamente contrario a las principales directrices del pontificado de Francisco consiga dos tercios de los votos en un cónclave cuyos miembros han sido designados en un 80% por él. 

Basta con que un tercio actúe como minoría de bloqueo. Y es muy fácil que 45 o 46 cardenales (dependiendo de la participación de los cardenales Angelo Becciu como eventual 'alta'  y Antonio Cañizares y Vinko Puljic como eventuales 'bajas') cancelen de forma absoluta el nombre de Müller, cuya elección supondría una rectificación en toda regla a los doce años anteriores.

"Pope-maker"

Müller es consciente de esto, y la misma entrevista en The Times parece ser signo de que quema sus naves. Ningún otro cardenal en estos días se ha pronunciado con esa rotundidad. Lo cual no quiere decir que no esté siendo ya uno de los miembros más activos del colegio cardenalicio en la sutil preparación de candidatos.

Todas las fuentes coinciden en que la gran dificultad de este cónclave va a ser la inexperiencia y desconocimiento mutuo de los cardenales. Y no solo por su número, sino por la forma en la que Francisco los ha escogido, con decisión muchas veces puramente personal, a impulsos de criterios superficiales y tan heterogéneos que es difícil adivinar orientaciones y coordinaciones. 

El mundo digital facilita al menos la obtención de datos y la comunicación rápida, pero es difícil suplir un contacto personal que para un porcentaje significativo de los cardenales ha sido esporádico, y casi nulo para los más nuevos.

En esas circunstancias, el papel de personas como Müller es decisivo: es lo que se denomina Pope-maker, 'hacedor de Papas'. Él encabeza de facto una línea en la que están los cardenales Robert Sarah y Raymond Burke, perfiles muy distintos al suyo pero que también han obrado como referencias de la ortodoxia. 

Ni Sarah (muy señalado por el conflicto del libro que firmó conjuntamente con Benedicto XVI) ni Burke (muy identificado con el ámbito estrictamente tradicionalista) parecen 'papables'. Pero comparten con Müller una influencia que, usada conjuntamente, puede definir un posible candidato o -tanto o más decisivo- bloquear otro.

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