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Incluye el texto completo del mensaje Urbi et Orbi

Misa de Navidad con el Papa, antes del mensaje Urbi et Orbi: no se celebraba así desde 1994

Benedicto y Francisco sólo presidían las misas de Nochebuena; León, de 70 años, ofrece a Cristo como constructor de la paz

León XIV pronuncia la bendición Urbi et Orbi en el día de Navidad de 2025, su primera Navidad como pontífice

León XIV pronuncia la bendición Urbi et Orbi en el día de Navidad de 2025, su primera Navidad como pontíficevatican media

Redacción REL
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León XIV no sólo presidió la misa de Nochebuena este miércoles 24 por la noche, sino que también ha presidido la Misa de Navidad en la mañana del día 25.

Juan Pablo II dejó de presidir ambas misas seguidas (un esfuerzo exigente) en 1994, cuando tenía 74 años, complicados además por los efectos acumulados del atentado de 1981, y el párkinson del que se hablaba desde 1992. Benedicto XVI, que llegó al trono de San Pedro con 78 años, tampoco presidía ambas ceremonias y se limitaba a la nocturna misa del Gallo. Francisco fue elegido Pontífice con 76 años, y tenía problemas en una rodilla. Así, desde 1994 esos tres Pontífices preferían presidir sólo la Misa de Nochebuena y delegar la misa de Navidad en otros eclesiásticos.

Pero León XIV, que tiene 70 años y está en buena forma, ha querido presidir ambas ceremonias, recuperando la tradición tres décadas después. La lluvia intensa de este día de Navidad (y de los días anteriores) no han disuadido a los fieles para llenar la Basílica de San Pedro en la primera Navidad de León XIV como Papa. Muchos siguieron también la eucaristía desde la plaza a través de las pantallas gigantes.

El Verbo... es un bebé que no sabe hablar

Durante su homilía de Navidad, el Papa apuntó la paradoja de que el Verbo de Dios sea un bebé que no sabe hablar, sólo llorar. Remite así a muchos otros débiles que hoy carecen de palabra y a los que se les quita la dignidad.

"La carne humana requiere cuidado, solicita acogida y reconocimiento, busca manos capaces de ternura y mentes dispuestas a la atención, desea palabras buenas", recordó el Papa. La Navidad debería quitar la indiferencia y abrir los corazones al llanto de los niños y la fragilidad de los ancianos, dijo.

Enumeró algunas situaciones de sufrimiento: tiendas de campaña en Gaza expuestas al frío y la lluvia, desplazados y personas sin hogar en las grandes ciudades, jóvenes en la guerra, mientras "la mentira impregna los rimbombantes discursos de quien los manda a morir".

Citando al Papa Francisco, animó a "tocar la carne sufriente de los demás" para conocer "la fuerza de la ternura". "La paz de Dios nace de un sollozo acogido, de un llanto escuchado; nace entre ruinas que claman una nueva solidaridad, nace de sueños y visiones que, como profecías, invierten el curso de la historia", advirtió.

"La Navidad vuelve a motivar a una Iglesia misionera, impulsándola sobre vías que la Palabra de Dios le ha trazado. No estamos al servicio de una palabra prepotente —estas ya resuenan por todas partes— sino de una presencia que suscita el bien, que conoce su eficacia, que no se atribuye el monopolio", añadió el Papa León XIV.

El Vaticano II florece caminando con toda la humanidad

"En Dios cada palabra es palabra pronunciada, es una invitación al diálogo, una palabra nunca igual a sí misma. Es la renovación que el Concilio Vaticano II ha promovido y que veremos florecer sólo si caminamos juntos con toda la humanidad, sin separarnos nunca de ella. Mundano es lo contrario: tener por centro a uno mismo. El movimiento de la Encarnación es un dinamismo de diálogo".

"Habrá paz cuando nuestros monólogos se interrumpan y, fecundados por la escucha, caigamos de rodillas ante la carne desnuda de los demás", concluyó su homilía navideña, invocando la guía de la Virgen María para que la Iglesia aprenda del "silencioso poder de la vida acogida".

Primer mensaje navideño Urbi et Orbi de León XIV

Tras la misa, el Papa se dirigió a la multitud congregada en la Plaza de San Pedro con su primer mensaje Urbi et Orbi ("a la ciudad y al mundo"), en el que, como es habitual, repasó algunas situaciones de sufrimiento en el mundo por los que pidió acción y oración.

El Papa recordó que Jesús nació en un establo porque no había lugar para Él en el albergue y fue recostado en un humilde comedero para animales. El Hijo de Dios, el Creador de todo, explicó, eligió así la pobreza y la humildad por amor a la humanidad. Con su nacimiento, Jesús se identifica con los marginados, los excluidos y los que sufren, mostrando que la verdadera grandeza se encuentra en la solidaridad y el amor hacia los demás.

El Nacimiento del Señor es el Nacimiento de la paz”, proclamó. Jesús invita a la paz, también reconociendo cada uno sus propias faltas, pidiendo perdón y comprometiéndose con los demás. Solo desde un corazón perdonado y lleno de amor es posible construir relaciones pacíficas y justas, advirtió el Pontífice.

El Papa recordó la situación de Medio Oriente, Ucrania, América Latina, Myanmar, Sudán, Haití y otras regiones afectadas por conflictos, violencia y catástrofes naturales. Pidió a los líderes mundial buscar la reconciliación, el diálogo y la justicia, con la inspiración del Niño Jesús.

El sucesor de Pedro recordó que Cristo hecho hombre viene a salvar, no a condenar. Su llegada no es efímera, sino para quedarse, sanar heridas y traer descanso al corazón humano. También implica reconocer nuestra responsabilidad en la construcción de un mundo más justo y pacífico. Cada acto de amor y solidaridad refleja la luz que Cristo trae al mundo, que es, dijo, la luz verdadera que ilumina el corazón de todos los hombres.

Mensaje completo Urbi et Orbi de Navidad de 2025

  • Queridos hermanos y hermanas, «Alegrémonos todos en el Señor, porque nuestro Salvador ha nacido en el mundo. Hoy, desde el cielo, ha descendido la paz sobre nosotros» (Antífona de entrada de la Misa de medianoche en la Natividad del Señor). Así canta la liturgia en la noche de Navidad, y así resuena en la Iglesia el anuncio de Belén: el Niño que ha nacido de la Virgen María es Cristo Señor, enviado por el Padre para salvarnos del pecado y de la muerte. Él es nuestra paz, Aquel que venció al odio y a la enemistad con el amor misericordioso de Dios. Por eso «el nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz» (S. León Magno, Sermón 26).

Jesús nació en un establo porque no había lugar para él en el albergue. Al nada más nacer, su madre María «lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre» (Lc 2,7). El Hijo de Dios, por medio del cual todo fue creado, no es acogido y su cuna es un pobre comedero para animales.

El Verbo eterno del Padre, que los cielos no pueden contener, ha elegido venir al mundo de esa manera. Por amor quiso nacer de una mujer, para compartir nuestra humanidad; por amor aceptó la pobreza y el rechazo y se identificó con los que son marginados y excluidos.

El Papa León XIV lee su primer mensaje Urbi et Orbi navideño, en la Navidad de 2025

El Papa León XIV lee su primer mensaje Urbi et Orbi navideño, en la Navidad de 2025vatican Media

En el nacimiento de Jesús ya se perfila la elección fundamental que guiará toda la vida del Hijo de Dios, hasta su muerte en la cruz: la elección de no hacernos llevar el peso del pecado, sino de llevarlo Él por nosotros, de hacerse cargo de él. Esto podía hacerlo sólo Él. Y al mismo tiempo nos mostró lo que sólo nosotros podemos hacer, es decir, asumir cada uno nuestra parte de responsabilidad. Sí, porque Dios, que nos ha creado sin nosotros, no puede salvarnos sin nosotros. (cf. S. Agustín, Sermón 169, 11. 13), es decir, sin nuestra libre voluntad de amar. Quien no ama no se salva, está perdido. Y quien no ama a su hermano que ve, no puede amar a Dios que no ve. (cf. 1 Jn 4,20).

Hermanas y hermanos, este es el camino de la paz: la responsabilidad. Si cada uno de nosotros, a todos los niveles, en lugar de acusar a los demás, reconociera ante todo sus propias faltas y pidiera perdón a Dios, y al mismo tiempo se pusiera en el lugar de quienes sufren, fuera solidario con los más débiles y oprimidos, entonces el mundo cambiaría.

Jesucristo es nuestra paz, ante todo porque nos libera del pecado y, luego, porque nos indica el camino a seguir para superar los conflictos, todos los conflictos, desde los interpersonales hasta los internacionales. Sin un corazón libre del pecado, un corazón perdonado, no se puede ser hombres y mujeres pacíficos y constructores de paz. Por esto Jesús nació en Belén y murió en la cruz: para liberarnos del pecado. Él es el Salvador. Con su gracia, cada uno de nosotros puede y debe hacer lo que le corresponde para rechazar el odio, la violencia y la confrontación, y practicar el diálogo, la paz y la reconciliación.

En este día de fiesta, deseo enviar un saludo efusivo y paternal a todos los cristianos que viven en Medio Oriente, a quienes he querido encontrar hace poco en mi primer viaje apostólico. He escuchado sus temores y conozco bien su sentimiento de impotencia ante las dinámicas de poder que los superan. El Niño que hoy nace en Belén es el mismo Jesús que menciona: «les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).

A Él imploramos justicia, paz y estabilidad para el Líbano, Palestina, Israel y Siria, confiando en estas palabras divinas: «La obra de la justicia será la paz, y el fruto de la justicia, la tranquilidad y la seguridad para siempre» (Is 32,17).

Encomendamos al Príncipe de la Paz todo el continente europeo, pidiéndole que siga inspirándole un espíritu comunitario y colaborativo, fiel a sus raíces cristianas y a su historia, solidario y acogedor con los que están pasando necesidad. Oremos de manera especial por el atribulado pueblo ucraniano, para que cese el estruendo de las armas y las partes implicadas, con el apoyo de la comunidad internacional, encuentren el valor para dialogar de manera sincera, directa y respetuosa.

Al Niño de Belén imploramos paz y consuelo para las víctimas de todas las guerras que se libran en el mundo, especialmente aquellas olvidadas; y para quienes sufren a causa de la injusticia, la inestabilidad política, la persecución religiosa y el terrorismo. Recuerdo de manera especial a los hermanos y hermanas de Sudán, Sudán del Sur, Malí, Burkina Faso y la República Democrática del Congo.

En estos últimos días del Jubileo de la Esperanza, pidamos al Dios hecho hombre por el querido pueblo de Haití, que cese en el País toda forma de violencia y pueda avanzar por el camino de la paz y la reconciliación.

Que el Niño Jesús inspire a quienes tienen responsabilidades políticas en América Latina para que, al enfrentar los numerosos desafíos, se le dé espacio al diálogo por el bien común y no a las exclusiones ideológicas y partidistas.

Pedimos al Príncipe de la Paz que ilumine a Myanmar con la luz de un futuro de reconciliación, que devuelva la esperanza a las generaciones jóvenes, guíe a todo el pueblo birmano por los caminos de la paz y acompañe a quienes viven sin hogar, sin seguridad y sin confianza en el mañana.

A Él imploramos que se restablezca la antigua amistad entre Tailandia y Camboya y que las partes implicadas continúen esforzándose por la reconciliación y la paz.

A Él le confiamos también los pueblos del sur de Asia y de Oceanía, duramente golpeados por las recientes y devastadoras catástrofes naturales, que han afectado gravemente a poblaciones enteras. Ante tales pruebas, invito a todos a renovar con convicción el compromiso común de socorrer a quienes sufren.

Queridos hermanos y hermanas: en la oscuridad de la noche aparecía «la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre» (Jn 1,9), pero «los suyos no la recibieron» (Jn 1,11). No dejemos que nos venza la indiferencia hacia quien sufre, porque Dios no es indiferente a nuestras miserias.

Al hacerse hombre, Jesús asume sobre sí nuestra fragilidad, se identifica con cada uno de nosotros: con quienes ya no tienen nada y lo han perdido todo, como los habitantes de Gaza; con quienes padecen hambre y pobreza, como el pueblo yemení; con quienes huyen de su tierra en busca de un futuro en otra parte, como los numerosos refugiados y migrantes que cruzan el Mediterráneo o recorren el continente americano; con quienes han perdido el trabajo y con quienes lo buscan, como tantos jóvenes que tienen dificultades para encontrar empleo; con quienes son explotados, como los innumerables trabajadores mal pagados; con quienes están en prisión y a menudo viven en condiciones inhumanas.

Al corazón de Dios llega la invocación de paz que brota de cada tierra, como escribe un poeta: «No la de un alto al fuego ni la de la visión del lobo junto al cordero, sino la del corazón cuando se acaba la agitación y hablamos de un gran cansancio. Que sea como flores silvestres, de repente, por necesidad del campo: una paz silvestre».[Y. Amichai, “Wildpeace”, tomado de The Poetry of Yehuda Amichai, Farrar, Straus and Giroux, 2015]

En este día santo, abramos nuestro corazón a los hermanos y hermanas que están necesitados y sufren. Al hacerlo, lo abrimos al Niño Jesús que, con sus brazos abiertos, nos acoge y nos revela su divinidad: «Pero a todos los que lo recibieron […], les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1,12).

En pocos días terminará el Año Jubilar. Se cerrarán las Puertas Santas, pero Cristo, nuestra esperanza, permanece siempre con nosotros.

Él es la Puerta siempre abierta, que nos introduce en la vida divina. La alegre noticia de este día es que el Niño que ha nacido es Dios hecho hombre; que no viene a condenar, sino a salvar; la suya no es una aparición fugaz, pues Él viene para quedarse y entregarse a sí mismo. En Él toda herida es sanada y todo corazón encuentra descanso y paz. «El Nacimiento del Señor es el Nacimiento de la paz». A todos, les deseo de corazón una Navidad serena.

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