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Este es el cura más joven de España, con 24 años, y natural de Torrealta (Molina de Segura)

Miguel Tovar Fernández recibirá el Orden Sacerdotal este sábado en la parroquia de su localidad natal de Torrealta.

Miguel Tovar Fernández recibirá el Orden Sacerdotal este sábado en la parroquia de su localidad natal de Torrealta.

Redacción REL
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La tarde de este sábado, la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios de Torrealta (Molina de Segura) ha acogido la ceremonia por la que Miguel Tovar Fernández, de 24 años, es ya el sacerdote más joven de España. La iglesia, abarrotada de fieles, fue un reflejo del cariño de la comunidad, que desde el exterior seguía a través de pantallas la ceremonia y liturgia presidida por el obispo de la diócesis de Cartagena, don José Manuel Lorca Planes.

"El día más feliz de mi vida"

El ya sacerdote describió la jornada como “el día más feliz” de su vida al ser ordenado sacerdote para siempre.

En su discurso, expresó: “Desde hoy, sacerdote de Jesucristo para siempre, sumergido en un abismo de misericordia infinita por el ministerio sacerdotal”.

Agradeció al Señor por llamarlo “desde toda la eternidad” y al obispo don José Manuel por el gesto de la imposición de manos, que calificó como “el momento más emotivo de la celebración, donde sentí la presencia del Espíritu y del Señor”. Recordó que, hace seis años, don José Manuel le abrió las puertas del Seminario Mayor de San Fulgencio y, ahora, las del presbiterio diocesano, un gesto que también agradeció el pueblo de Torrealta por la cercanía del obispo, quien lo visitó en cuatro ocasiones durante su formación.

La fe, "la mejor herencia"

Murcia.com documenta cómo el sacerdote también dirigió unas palabras de afecto a sus padres, Joaquín y Toñi, sus hermanos María y Antonio, y su familia, especialmente su abuelo Jesús. A todos ellos los calificó como “el mayor regalo tras la vocación sacerdotal”, destacando que le transmitieron “la mejor herencia: el don de la fe”. Subrayó su orgullo por contar con su apoyo y por ser “un hijo entregado a la Iglesia y al Señor”.

A los numerosos sacerdotes presentes, a quienes llamó “hermanos sacerdotes”, les agradeció por escribir “las páginas más hermosas de mi historia de salvación” con su testimonio de vida. Señaló que ingresaba en un “presbiterio regado por la sangre de mártires”, entrando “descalzo y besando las huellas de vuestra entrega prudente y silenciosa”, dispuesto a aprender de su ejemplo.

Extendió su gratitud al Seminario Mayor San Fulgencio, su rector don Jesús, sus formadores, y al Instituto Teológico San Fulgencio, así como a sus compañeros diáconos Abraham, Casper, Ángel y Enrique y quienes recibirán el sacerdocio en los próximos días.

Torrealta, “cuna de vocaciones”,

Miguel destacó a Torrealta como “cuna de vocaciones”, recordando su bautismo, primera comunión, confirmación y servicio como diácono en la parroquia local.

“Aquí recibí el don de la vocación, custodiado por un pueblo que ha regado esta semilla con su oración”, afirmó. Agradeció a sus párrocos, a quienes consideró maestros y hermanos, y celebró la presencia de don Diego y don Juan José, sacerdotes del pueblo, como “signo de la fidelidad de Dios que sigue llamando, 50 años después”.

Concluyó sus palabras pidiendo oración para él y sus compañeros, “los primeros sacerdotes ordenados bajo el pontificado de León XIV”, para que sean “sacerdotes santos, fieles al Señor y en comunión con la Iglesia”. Encomendó su ministerio a la Virgen María, “madre de Nuestra Señora de los Remedios, faro que guíe nuestro sacerdocio”.

La cuna de su vocación

En un escrito previo publicado en el portal de la diócesis de Cartagena, Tovar cuenta que su adolescencia transcurrió “de forma normal”, entre amigos, el instituto, un noviazgo y pasión por el deporte.

Y mientras, dice, “la vocación seguía ahí, pero yo no respondía por dos razones: intentaba buscar la felicidad en otras cosas y por el miedo al qué dirán. Cuando se acercaba el momento de entrar a la universidad, me debatía entre periodismo o la docencia”.

“Pero el Señor cuando llama, lo hace de verdad e insiste hasta que lo consigue. Y ese gusanillo que yo tenía desde bien pequeño, cada vez se fue haciendo más fuerte a través de la inquietud. La vocación sacerdotal, en medio de la vorágine de bachillerato era un pensamiento que no me podía quitar. Fue entonces cuando decidí visitar el seminario. Y cuando lo hice, mi corazón descansó. La belleza del canto, la liturgia, la convivencia de los seminaristas, las conversaciones con D. Sebastián Chico… Todo me hacía ver que estaba en mi sitio”, relató unos días antes de su ordenación.

Dos momentos inolvidables

Del seminario recuerda especialmente dos momentos, el viaje al Congo y la visita al Monasterio Benedictino de Leyre.

“El primero me ayudó a valorar la universalidad de la Iglesia y a poner en valor el trabajo de tantas personas que entregan su vida al servicio del Reino en las zonas más recónditas del planeta. El segundo me ayudó mucho para contemplar a Dios en la belleza del canto, de la liturgia, de la Creación y en la espiritualidad benedictina. Desde entonces vuelvo todos los veranos a este oasis de paz y espiritualidad”, cuenta el sacerdote.

Pasados los años de su formación y discernimiento, sabe bien que la vocación no se basa en “el miedo a que Dios te lo va a quitar todo”, sino que sucede “totalmente lo contrario”.

A lo largo de estos años, Tovar ha podido comprobar que “cuando uno le entrega la vida a Dios, te lo da todo: a día de hoy yo sigo yendo a ver al Real Murcia como buen socio y veo fútbol cuando puedo, continúo haciendo deporte, sigo viendo a mis amigos, pero lo vivo y lo disfruto de una forma distinta: desde Dios, sabiendo que él es lo primero y principal”.

Sacerdote a los 24, "lo mejor que me ha pasado"

Concluía su escrito recordando sus meses de diácono como los mejores de su vida, especialmente “poder ser instrumento de Dios para la gente, en la escucha, en los sacramentos, en la predicación y en el servicio a los demás”.

A punto de ordenarme sacerdote, concluía el escrito, “me encuentro con temor y temblor, pero sobre todo con mucha alegría, paz, ilusión y unas ganas inmensas. Como decía al principio, poder unirme al Señor y a la Iglesia con 24 años para siempre es lo mejor que me ha pasado en la vida y gracias a lo cual soy la persona más feliz del mundo”. 

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