La resignificación del Valle de los Caídos podría profanar a 4 de los nuevos mártires de León XIV
Entre los 11 mártires españoles recientemente declarados, destacan experiencias como las del «tren de la muerte», fusilamientos en masa o la sorpresa de los verdugos ante unas víctimas que ellos mismos consideraban santas.

Fernando Martínez López, secretario de Estado de Memoria Democrática (en la imagen, junto a Pedro Sánchez), principal miembro del jurado que decidirá el futuro del Valle de los Caídos.
Este 18 de diciembre, León XIV autorizó al Dicasterio para las causas de los santos a promulgar los decretos que reconocen el martirio de Ignacio Aláez Vaquero y diez de sus compañeros sacerdotes, seminaristas y laicos. Junto con la relevancia que esto añade al ya de por sí amplísimo martirologio de la persecución de 1931 a 1939 se agrega la incógnita sobre el futuro, dignidad y descanso de los nuevos mártires.
Y es que los restos de 4 de los recién declarados mártires reposan en la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, algunos sin individualizar: sus cuerpos fueron trasladados a la Basílica tras ser rescatados de las fosas comunes en que los depositaron sus verdugos.
Una circunstancia que los hace directamente susceptibles de verse afectados en los procesos de exhumación vinculados a la llamada “resignificación” del Valle de los Caídos y la aplicación de la Ley de memoria democrática, actualmente vigente. Más de 33.000 personas se encuentran allí sepultadas.
Vaticano
Roma declara beato a Ignacio Aláez, el joven seminarista asesinado en 1936 que rezaba por ser mártir
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Castor Zarco García: "La tristeza no es cristiana"
Uno de los nuevos mártires es Castor Zarco García, subdiácono asesinado a los 23 años el 18 de septiembre de 1937. Se encontraba en el Seminario de Madrid, y se piensa que un año antes, el estallido de la Guerra Civil le sorprendió a él y sus compañeros en pleno retiro, huyendo por una puerta trasera de milicianos que asaltaron la iglesia donde se encontraban.
Una vez suspendida su formación por el estallido de la Guerra, Castor regresó a Socuéllamos, el pueblo que lo vio nacer de Ciudad Real, presenciando también el asalto y profanación de su iglesia parroquial que precedieron a los asesinatos y presiones.
En 1937 una orden de gobierno le obligó a incorporarse a filas en Madrid, terminando en Alcalá de Henares. Entonces ya se percibía cierta preocupación en sus escritos, que trataba de camuflar animando a sus compañeros con palabras como estas: “Muchachos, confianza en Dios. Él sobre todo; y cada cual quedará en su puesto, si no en esta vida, en la otra. La esperanza y el optimismo son cristianos. La murria y la tristeza, no”. Precisamente estas son de las últimas palabras que se conservan de Castor. Su acta de defunción sitúa su muerte en Alcalá de Henares “el 18 de septiembre de 1937 a las cinco horas, asesinado”. Sus restos fueron enterrados en una fosa común y, más tarde, trasladados al Valle de los Caídos, sin individualizar.
España
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Delatado, en la checa Fomento: "El terror estaba en el aire"
Jesús Sánchez Fernández-Yáñez es otro de los cuatro mártires cuyos restos se encuentran sepultados en la Basílica madrileña.
Tenía poco más de 21 años cuando se inició la persecución religiosa. Para entonces ya se encontraba en su domicilio familiar, como sus compañeros, y también se piensa que él participó en el citado retiro con algunos de sus compañeros mártires.
Si bien pudo vivir tranquilo durante las primeras semanas de guerra, la paz terminaría después de que una familia vecina, que profesaba gran inquina hacia el seminarista, cumpliese sus amenazas de delatarle y denunciarle ante el Comité de la Calle de la Luna. Tras un registro de su hogar por cinco hombres armados, fue trasladado a la tétrica checa de Fomento 9 de Madrid, de la que se decía que quienes allí iban a parar, rara vez salían con vida.
“El terror, en cierto modo, estaba en el aire, y el miedo a la muerte… continuaba palpándose y cortando el aliento”, escribía de ella Félix Schlayer, cónsul de Noruega en Madrid.
Sin ninguna garantía legal ni administrativa que siguiese su proceso, el joven estudiante de Filosofía fue “puesto en libertad”, lo que en la Checa de Fomento solía ser sinónimo de los temibles “paseos”. La siguiente noticia que se tiene del joven es la aparición de su cadáver, que su padre describió así: “Presentaba una herida de arma de fuego en la espalda; fue hallado en el barrio de La China, e inhumado en el cementerio del Este”. En 1961, sus restos fueron trasladados a la la capilla del Santísimo de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.

El seminarista Ignacio Aláez, asesinado durante la persecución religiosa desatada en España entre 1931 y 1939, ha sido reconocido formalmente como mártir este 18 de diciembre.
Los verdugos: "Tienen un confesor santo"
Julio Pardo Pernía, sacerdote, confesor de las Hospitalarias de Ciempozuelos y tío del seminarista Pablo Chomón Pardo, recibió la corona del martirio el 7 de agosto de 1936, a los 63 años, siendo considerado “un santo” incluso por sus captores y verdugos.
Conocido por su marcado celo pastoral y social, ya siendo sacerdote creó una Asociación dedicada a la catequesis y a las misiones populares.
A su fama de bondad y santidad contribuyó su nombramiento como confesor de las citadas religiosas, lo que el Código de derecho canónico entonces vigente limitaba a “sacerdotes con licencias de sus superiores, que sobresalgan por su prudencia e integridad de costumbres, que además hayan cumplido los cuarenta años de edad”. Dicha fama y reputación no solo la confería el nombramiento, sino incluso los mismos captores y verdugos de Pernía, que describirían al sacerdote mártir ante las Hermanas hospitalarias diciendo: “Tienen ustedes por confesor a un santo”.
Pasaría sus últimos días de forma similar a los de Pablo, su sobrino seminarista, que, como él, entregaría su vida en Valdemoro, el 7 de agosto de 1936.
En poder de la UGT y la Casa del Pueblo
El mencionado sobrino de Pernía tenía 21 años cuando fue martirizado, el mismo día y en la misma localidad que su tío sacerdote.
Precisamente en julio de 1936, el joven ya era acólito y se trasladó junto a su tío a Ciempozuelos, dirigido por milicianos y un recién creado comité orquestado por la UGT y la Casa del Pueblo.
Refugiados en el manicomio de mujeres de las Hospitalarias, pasaron sus últimos días y horas dedicándose a la adoración, donde don Julio invitó a las religiosas al arrepentimiento con su absolución “in articulo mortis”. Después de que los milicianos incautasen los manicomios, fueron violentamente encañonados, trasladados a una iglesia parroquial devenida en prisión improvisada y posteriormente asesinados. Fueron inhumados en una fosa común en el cementerio municipal de Valdemoro y posteriormente trasladados, sin individuar, a la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, siendo sus nombres recogidos en el boletín que la diócesis de Madrid-Alcalá realizó al concluir la Guerra.
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En un infierno: "Solo Dante podría describirlo"
Del seminarista Ángel Trapero, martirizado a los 20 años el 9 de noviembre de 1936, no se tienen prácticamente noticias hasta el inicio de sus estudios eclesiásticos en Madrid.
Entonces sus calificaciones fueron “sobresalientes”, según se describe, y allí sería educado con una reciedumbre considerada fundamental para el modo en que afrontó la posterior persecución religiosa.
Tras ser registrado por un grupo de milicianos el 11 de octubre, fue trasladado a la checa de García Atadell y posteriormente puesto a disposición de la Dirección General de Seguridad, conocida por sus silencios ante las checas y paseos de los perseguidores de la Iglesia. El citado Félix Schlayer dijo de sus calabozos que “solo Dante podría describir lo que ocurría allí en aquellos días de tan espantosa saturación y horrible cohabitación”.
El 17 del mismo mes fue llevado a la cárcel de Porlier sin orden judicial y posteriormente al cementerio del Este, acompañado por dos sacerdotes, los hermanos Marcial y José Oliver Escorihuela. Sus cadáveres fueron enterrados en una fosa común, siendo la muerte de Sánchez-Real causada, según el registro, por una hemorragia.
Según el portal de las Causas de los mártires, el mártir se encontraría en la mente del obispo Eijo y Garay cuando, en 1937, escribió la carta pastoral titulada La hora presente: «¡La paz sea con vosotros! Esa paz, amadísimos hijos, la habéis merecido con el martirio moral de vuestros sentimientos y el martirio cruento de tantos y tantos hijos muy amados que han sucumbido atravesados por las balas homicidas sus corazones por el ¡delito! de amar a Dios y a España».
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Padre e hijo, juntos hacia el martirio
Los martirios de Liberato Moraleja Juan y Antonio Moraleja Fernández-Shaw, padre e hijo, son especialmente emotivos por las circunstancias en que tuvieron lugar, el 8 de noviembre de 1936 en el Castillo de Aldovea de Torrejón de Ardoz.
Liberato, militar que había prometido lealtad al régimen en 1931, se negó más tarde a adherirse al gobierno del Frente Popular, probablemente por el carácter antirreligioso que iba adquiriendo la República, para muchos intrínsecamente anticatólica.
El militar se encontraba muy unido a su hijo seminarista, Antonio Moraleja Fernández-Shaw, estudiante de Filosofía y probablemente otro de los presentes en el interrumpido retiro.
Padre e hijo se encontraban juntos en su domicilio cuando los perseguidores llamaron a su puerta para iniciar una nueva redada. Si bien el primero fue acusado por poseer estampas religiosas y documentos monárquicos, nada extraño por su dedicación militar, el joven Antonio despertó igualmente sospechas al ser un joven y no formar parte del frente. No dudó en informar a los perseguidores de que era seminarista, lo que concluyó en la inmediata detención de ambos y puesta a disposición de la comisaría del distrito de Palacio.

Liberato Moraleja Juan, a la izquierda, junto a su familia, antes de su martirio acompañando a su hijo seminarista, Antonio, con solo 19 años (derecha inferior).
Tras su paso por la Dirección General de Seguridad y su estancia de un mes en la Cárcel Modelo, padre e hijo fueron trasladados, entre el 6 y el 8 de noviembre, hacia el Castillo de Aldovea. Allí fueron martirizados padre e hijo, siendo posteriormente enterrados en el cementerio de Paracuellos del Jarama.
"Viva Cristo Rey", el grito de los mártires en masa
Mariano Arrizabalaga, seminarista de Barbastro y estudiante de Filosofía, tenía 21 años cuando fue asesinado en el citado castillo de Torrejón de Ardoz, probablemente el mismo día que los Moraleja.
Llegó a Madrid sin ser consciente de las dificultades en que vivían los seminaristas, incluso su misma familia, acosada por los militantes del Frente Popular debido a la participación de la familia en Acción Católica.
Finalmente, el 5 de octubre, tras un registro domiciliario, Mariano fue arrestado junto a su hermano y trasladado a la la Dirección General de Seguridad, antes de ser recluidos en la Cárcel Modelo.
Pasado un mes, en una prisión repleta de detenidos que se animaban mutuamente a testimoniar su fe, Mariano fue trasladado en uno de los muchos autobuses que se dirigían, para volver vacíos, al Castillo de Aldovea. Según no pocos testigos, no era extraño ver convoyes de cinco autobuses de dos pisos repletos de detenidos maniatados que, tras llegar a su destino, eran fusilados en grupos de veinticinco, entre los sonoras y conocidas loas de “viva Cristo Rey”. “Sus ocupantes fueron asesinados hasta completar el número de cuatrocientos catorce muertos”, se lee en el portal de la Causa.
Victor in vínculis
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Jorge López Teulón
Los restos de Mariano no pudieron ser identificados hasta el 15 de diciembre de 1939, gracias a la cartilla militar y su camisa, que se convertirían en reliquias donadas por la sobrina del mártir al Seminario de Madrid, en 2017.
La única causa, "haber sido seminarista"
La de Miguel Talavera Sevilla es otra de las causas que reflejan como los mártires reconocidos por León XIV fueron víctimas de una auténtica caza que llevó a sus verdugos a seguir su rastro dejado por la documentación y expedientes hallados en el asalto al seminario.
En su caso, la única causa documentada para su detención es la de “haber sido seminarista”, siendo este término o incluso el de fraile, por equivocación, los empleados por los captores para referirse a él.
Aunque no se ha podido precisar con exactitud el lugar y fecha del martirio, se sitúa en torno al 9 de octubre de 1936, siendo desconocido el paradero de sus restos.
El portal de la Causa refleja con Talavera Sevilla la inexistencia de otros motivos para el martirio más allá del credo de las víctimas: “De que la causa de la detención y posterior muerte de Miguel Talavera sea su condición de seminarista no cabe duda alguna. Es sobradamente conocida la orden de detención expedida por la checa de Fomento y ejecutada por la de Puerta del Ángel en la que se menciona como causa `haber sido seminarista´”.
En el tren de la muerte
El último de los nuevos mártires, el seminarista de Toledo Ramón Ruiz Pérez, tenía 24 años en el momento de su martirio.
Acababa de recibir la tonsura y las cuatro órdenes menores por el Cardenal Gomá cuando, a su llegada a Jaén, le sorprendió la persecución. La catedral, víctima de lo que Jorge López Teulón destaca como “el martirio de las cosas”, fue transformada en una lúgubre prisión que recluía al seminarista y, entre otros cientos, también al obispo de la diócesis, el beato mártir Manuel Basulto.
Cultura
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El Diario de Jaén en 1949 narra, de mano de uno de los sacerdotes presentes en la catedral, la salida del templo del obispo, el seminarista y más de un centenar de reclusos, con destino a la prisión de Alcalá de Henares. Leocadio Moreno y Felipe Galdón, dos laicos detenidos y presos en la catedral, narran desde ese mismo “tren de la muerte” los terribles sucesos ocurridos en el trayecto. Tras su llegada a Villaverde Bajo, escribieron:
“Pedían a las fuerzas de la Benemérita que nos custodiaban que nos dejasen en su poder. Supe que hablaron por teléfono con el Ministro de la Gobernación, Casares Quiroga, que había dado órdenes de que nos entregasen a aquella horda de salvajes. A unos ochocientos o mil metros de allí comenzaron a asesinar, siendo el primero el obispo, su hermana y su cuñado”.
Fue allí, en el llamado Pozo del Tío Raimundo, donde también el seminarista Ruiz Pérez encontraría el martirio. Sus restos serían más tarde devueltos a la catedral de Jaén e inhumados en la capilla del Sagrario, donde hoy reposan.