Religión en Libertad

Beatificación de 124 mártires en la catedral de Jaén

La música, como don que es, nos acompañó a dar ese paseo por el Cielo que se nos hizo corto, muy corto.

Las reliquias de los mártires de Jaén, en la ceremonia que presidió este 13 de diciembre el cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos.

Las reliquias de los mártires de Jaén, en la ceremonia que presidió este 13 de diciembre el cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos.Diócesis de Jaén.

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Es difícil expresar con palabras el gozo vivido el pasado 13 de diciembre, día de Santa Lucía, en la catedral de Jaén, pero no puedo dejar de compartir en este espacio ese adelanto de la alegría del Cielo que pudimos disfrutar.

El día anterior me acosté algo más temprano que de costumbre, como quien espera preparar cuerpo y alma para algo que intuye será histórico. Al día siguiente, todo giraba en torno a este acontecimiento tan esperado, y agradecí a Dios la oportunidad de poder celebrar este inmenso gozo que alcanzaba a todos los lugares de la diócesis de Jaén.

Fue nuestra Iglesia diocesana quién despertó en mí el amor a los mártires en un año que les fue dedicado, y ahora me invitaba a vivir la gran alegría de elevar a los altares a nuevos mártires del siglo XX.

Ellos fueron víctimas de la guerra civil, como tantos otros, pero fue su mansedumbre y el perdón a sus verdugos, a imitación del Cordero, lo que les hizo ganar la Palma del martirio. Estaban en mi corazón, representados hoy por ellos, esos otros hombres y mujeres, anónimos y de ambos bandos, que murieron víctimas del odio en la contienda.

Decidimos ir a pie hasta la catedral. Soplaba un fuerte viento, que simbolizaba para mí el soplo del Espíritu, y me sentía feliz.

  • Ceremonia completa de beatificación de los mártires.

Al llegar, ya había una larga cola en todos los accesos. Emocionados, traspasamos las puertas de la Santa Catedral, y nuestras entradas nos llevaron detrás del altar, junto al Santo Rostro, y al lado de la orquesta y coro de Linares MusicAlma que nos acompañaría, como instrumento del Espíritu, hasta casi poder tocar el Cielo. 

Dejando en el exterior prisas y preocupaciones, entramos en la catedral con el corazón dispuesto y allí encontramos, sentado en su silla junto al altar, a don Rafael Higueras, postulador del proceso, que nos recibió con una sonrisa, preludio de lo que en breve íbamos a celebrar. Este sacerdote, trabajador incasable y de mente lúcida y brillante, ha demostrado un gran amor a la Iglesia realizando este ingente trabajo que ha supuesto para él muchos años de investigación, entrevistas con familiares, conocidos y personas allegadas a los futuros beatos, y que se ha traducido en más de diez mil folios de documentación minuciosamente elaborada. Quise fotografiarle, quizás rompiendo el protocolo, pero movida por la seguridad de estar viviendo un momento irrepetible e histórico.

Todos esperábamos una ceremonia muy solemne y, por tanto, larga, que se convirtió en una celebración del triunfo de la fe, de la mansedumbre y del Amor. Nuestros mártires nos hicieron saborear ese triunfo, como anticipo del Cielo, cuando aún somos Iglesia peregrina. Si nuestras celebraciones tuviesen la frescura de las Iglesias más jóvenes, hubiésemos dejado expresar libremente a nuestros cuerpos toda la alegría, emoción y orgullo que pudimos sentir durante la celebración de la Eucaristía. Fue difícil, en algunos momentos, no dar rienda suelta a estas emociones que quedarán grabadas allí donde habita el Espíritu.

El Señor, esta mañana de sábado del mes de diciembre en Jaén, nos regaló un ratito de Monte Tabor y no podremos olvidarlo.

Nada recordó la confrontación que aún se respira en nuestro país a propósito de la guerra fratricida, porque hoy era el día del triunfo del perdón ante la muerte, logrando que ésta, por la Gracia de Dios, se transformara en un estallido de vida para todos.

La música, como don que es, nos acompañó a dar ese paseo por el Cielo que se nos hizo corto, muy corto. No pude más que llorar de emoción cuando, finalizada la ceremonia, fui a darles las gracias a quiénes la interpretaron.

Ellos dieron a los inolvidables momentos de la Eucaristía la hermosura y belleza que requerían, conectándonos con la angustia de Getsemaní y con el triunfo de la Gloria. Nos elevaron el alma, y la unieron, por la comunión de los Santos, a la urna de las reliquias de los mártires que avanzaba, como ofrenda agradable a Dios, hacia el altar.

Encima del Altar, nuestro Salvador, y debajo ellos, los salvados.

Brilló con fuerza esa pequeña y bellísima imagen de la Madre en el altar. Ella, como canta el Himno, "por la espada atravesada, os infundió la Gracia para la batalla".

Las lecturas del Evangelio nos repetían las dos palabras que impregnaban la mañana, "Muerte y Vida". El Himno a los mártires también nos lo recordaba: "El combate se decide eligiendo a Quién servir".

Creo que todos deseamos, en esta inolvidable mañana, haber sido uno de ellos, haber tenido la fe, la confianza en Dios y la fortaleza que ellos tuvieron para vivir en su presencia.

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