Roma declara beato a Ignacio Aláez, el joven seminarista asesinado en 1936 que rezaba por ser mártir
«Yo quisiera incendiar el orbe entero... Yo quisiera volverme misionero y al infiel tus “locuras” predicar... Y morirme después martirizado... ¡Qué me importa, Jesús Sacramentado, si al fin he conseguido hacerte amar!»

El seminarista Ignacio Aláez, asesinado durante la persecución religiosa desatada en España entre 1931 y 1939, ha sido reconocido formalmente como mártir este 18 de diciembre.
Este 18 de diciembre, el Dicasterio para las causas de los santos ha promulgado el martirio y beatificación del siervo de Dios, Ignacio Aláez, seminarista, así como de diez de sus compañeros, sacerdotes, seminaristas y laicos, que fueron asesinados “por odio a la fe” entre 1936 y 1937 en Madrid.
Junto a ellos, también ha aprobado el milagro atribuido a la intercesión del Venerable Siervo de Dios, Enrique Ernesto Shaw, y las virtudes heroicas de los sacerdotes Joseph Panjikaran y Berardo Atonna y de la religiosa y Sierva de Dios italiana Domenica Caterina dello Spirito Santo (en el siglo Teresa Solari), fallecida en 1908 en Génova.
Hispanoamérica
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Religión en Libertad
Aláez Vaquero, seminarista estudiante de Filosofía, fue martirizado con 22 años entre el 9 y el 10 de noviembre de 1936, en el marco de lo que los historiadores definen como la mayor persecución religiosa en 2.000 años de cristianismo. Fue solo uno de los 13 obispos, 4.184 sacerdotes, 2.365 frailes, 296 monjas y seminaristas que fueron asesinados en España entre 1936 y 1939.
El departamento de la Archidiócesis de Madrid responsable del estudio y causas de los mártires de la persecución en España ofrece interesantes datos sobre el joven seminarista nacido en Madrid el 1 de febrero de 1914.
Un seminarista que rezaba por su martirio
Uno de ellos es la propia oración y poesía que el seminarista escribió implorando por la fidelidad a la fe en un martirio. Lejos de ser improbable, la persecución ya había sido anunciada hacía años, durante el VI Congreso del Partido Socialista celebrado en 1902, cuando ya se expresó el deseo de hacer desaparecer todo vestigio de fe.
"Queremos la muerte de la Iglesia. Pretendemos confiscarles los bienes. Nada de medias tintas. Queremos que desaparezcan los curas y los frailes”, se dijo entonces. Algo que permite comprender la oración compuesta por el martirizado Aláez Vaquero, que decía:
"Yo quisiera incendiar el orbe entero... Yo quisiera volverme misionero y al infiel tus “locuras” predicar... Y morirme después martirizado... ¡Qué me importa, Jesús Sacramentado, si al fin he conseguido hacerte amar!"
Una vida marcada por la fe y piedad, de principio a fin
Ya desde niño, Vaquero mostró un marcado celo apostólico y devoción eucarística que se vio motivada por la educación impartida por su madre, Marina, y su padre, Evelio Aláez, este último peluquero y miembro de la Adoración Nocturna.
Esto último contribuye a explicar la precoz e intensa vivencia eucarística en el joven Aláez, cuya relación con Cristo le llevaría a la práctica habitual de obras de caridad, visitando y cuidando enfermos en hospitales y llamando la atención de sus conocidos por sus frecuentes visitas a monasterios de clausura.
En 1930, con poco más de 15 años, Ignacio ingresó en el Seminario Conciliar de Madrid, donde incorporaría a su piedad y devoción una amplia formación sacerdotal que lo prepararía para dar testimonio de su fe mediante el martirio.
Allí estuvo matriculado seis cursos, cuatro de Latín y dos de Filosofía, que compaginó con sus apreciadas visitas a enfermos y religiosas. Estas solo serían interrumpidas cuando el rector del Seminario, Rafael García Tuñón, envió a todos los seminaristas a sus casas tras el estallido de la Guerra Civil, en julio de 1936.
Sorprendido por milicianos: "Llenos de odio"
Según informa el portal de la Causa, el seminarista se encontraría con toda probabilidad con otros compañeros en un retiro cerca de su casa, predicado en el Seminario por el párroco, don Hermógenes Vicente.
En pleno retiro, todos los asistentes habrían tenido que huir al verse sorprendidos por un asalto de milicianos armados al Seminario, según el portal de la Causa, “llenos de odio a la Iglesia”.
Tras salir por la puerta de la huerta ante la inminente llegada de los perseguidores, el joven seminarista se negó a esconderse en casa de un militar republicano que se ofreció a cobijarlo.
Aláez pasó desapercibido durante varios meses. La suerte cambió el 9 de noviembre, cuando un grupo de milicianos registraron su casa.
En la tétrica Checa de la Calle Lista
Las previsiones no eran buenas, máxime cuando los milicianos provenían de la checa de la Calle Lista 29, integrante del cuartel general del conocido líder militar comunista Enrique Líster. Según diversas fuentes, la Causa General cifraría en más de 70 los asesinatos allí cometidos, a los que se debería agregar decenas de interrogatorios y torturas.
Tras el registro del domicilio y posterior interrogatorio, el joven despertó sospechas entre los milicianos, inquietos de tener frente a sí a un hombre joven que no estuviese en el frente. Al ser preguntado, en ningún momento ocultó que se preparaba para el sacerdocio, lo que terminó por motivar la detención junto a su padre, acusado de fascista tras una disputa familiar.
Considerado mártir de inmediato
Según la Causa de los mártires, estos serían los últimos minutos, quizá horas, de la vida del seminarista. En el marco de un procedimiento irregular, en el que no fueron trasladados a ninguna cárcel o comisaría, la siguiente noticia que se tiene de ambos, padre e hijo, fue cuando sus cadáveres aparecieron en la mañana siguiente en el Camino del Quemadero, en Fuencarral. Sus cuerpos fueron fotografiados e inhumados en el cementerio de dicha localidad, siendo identificados por María de la Consolación, su hermana, tras ser exhumados.
Desde su misma muerte, el joven seminarista fue considerado un mártir y tanto sus familiares como otros seminaristas se encomendaban a él en sus oraciones, convencidos de su santidad. Muchos recogían sus reliquias y, tras la Guerra Civil, la propia archidiócesis de Madrid lo incluyó en el Boletín eclesiástico de 1940, junto con los otros cientos que murieron en la capital durante la persecución.