Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

¿Cuántos jesuitas quedarán en Cataluña en el 2022?


por Josep Miró i Ardèvol

Opinión

No es una pregunta ociosa, menos todavía mal intencionada, sino todo lo contrario. Responde a la necesidad de reflexionar por qué una gran congregación como la Compañía de Jesús, que tiene uno de sus centros de culto y memoria en Manresa, ciudad catalana próxima a Montserrat, donde se encuentra La Cueva y santuario de San Ignacio, donde ayunó, rezó y contempló, y cuyo fruto fueron los Ejercicios Espirituales, tal y como ha recordado el padre Arturo Sosa, superior general de la congregación en su reciente visita a los jesuitas catalanes, sufre tal crisis de vocaciones.

En su intervención en la iglesia que tiene la compañía en la céntrica calle Caspe de Barcelona, el padre Sosa formuló diversas cuestiones, pero en ninguna de ellas figuraba aquella pregunta y la necesaria revisión de vida de por qué la Compañía está al borde de la extinción en Cataluña. Al hilo de su intervención, no parece que ni tan siquiera indirectamente la respuesta se haga evidente, entre otras razones porque en parte -solo en parte- parece interpelar a un mundo del pasado. Plantear el problema del hambre en el mundo, en el contexto de la creciente desigualdad, es abordar una cuestión marginal en la que se ha avanzado a pasos acelerados, y no está lejos el horizonte de su total erradicación, mientras no se produce ninguna reflexión sobre la gran contradicción que representa: que hoy, el gran drama de los pobres del mundo, tal y como señala la OMS, es la obesidad, porque la “comida basura”, las bebidas azucaradas, son más baratas que una alimentación racional, y ya constituyen una plaga entre los países pobres y entre las clases pobres. Y obesidad significa graves limitaciones para la autoestima y es una fuente principal de enfermedades. Uno de los grandes retos de los pobres del mundo ya no es el hambre, sino el exceso de una mala alimentación. Tanto es así que los kilos de más son un excelente indicador de la clase social de la persona. No se puede ser obra de frontera, como siempre ha sido la Compañía, mirando solo el retrovisor.

Pero si esta sola fuera la cuestión, el tema tendría menor enjundia, y seguramente guardaría una relación menor con la pregunta que encabeza el artículo. Hay otras cuestiones dotadas de significación.

El general de la orden pidió leer la secularización general “como una oportunidad”, y éste es un magnífico punto de vista que deja de serlo cuando concreta qué quiere decir con tal afirmación.

-“A veces con la secularización creemos que perdemos alguna cosa, sin considerar la poca profundidad cristiana del régimen de cristiandad”.

-“Cuando una sociedad es secular sale la curiosidad por aquello que es religioso”.

-“La secularización libera de ser cristianos por automatismo, pone el cristianismo en el terreno de una opción libre”.

Estas tres frases, entre otras muchas que pronunció, ejemplifican un mensaje que conduce a la confusión, y del cual vemos difícil que pueda surgir una orientación para el renacimiento de la Compañía.

Más bien parecen un tipo de justificación: que la gente abandone el cristianismo no parece que sea importante, incluso es una ventaja, porque los que quedamos somos cristianos más “auténticos”, que no cuando había tanta gente que creía en Dios y seguía, mal que bien -como sucede en el Nuevo Testamento- a Jesucristo.

Si la perdida de seguidores no importa, ¿dónde queda el mensaje de Jesucristo “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (San Juan 14,1-12)? ¿No importa el camino, no cuenta la verdad? Si es así, no importa ser cristiano, ni evangelizar, ni obviamente comprometerse con la exigente vida que conlleva ser jesuita. No es necesario porque muchas otras vías sirven. Es evidente que el Espíritu sopla donde quiere, y que Dios se puede encontrar también fuera de la Iglesia. Nadie niega tal cuestión, pero lo que no puede hacerse es convertirla en norma y situarla en el mismo plano que la conversión y la pertenencia a la Iglesia, porque entonces ésta deja de ser una necesidad histórica que responde al plan de Dios, para pasar a convertirse en una opción más. ¿Dónde queda entonces la Redención?

El discurso del padre Sosa era todo lo opuesto a lo que formulaba ese gran cristiano que era Péguy,ese laico que criticaba a la Iglesia y a la burguesía de su tiempo, a la sociedad incristiana. Para Péguy los pecados en una sociedad cristiana son pecados cristianos. Son, al menos cristianos. Y esto no es solo una frase, sino un concepto fundamental. Significa que quien peca y su entorno están sujetos al tensor cristiano, saben que están vulnerando un mandato cristiano; rectificarán o no, pero ciertamente es mucho más fácil hacerlo cuando existe evidencia del pecado que cuando ésta desaparece. Ésa es siempre la esperanza de la propia Iglesia cuando peca, por ejemplo, con los curas pederastas: la confianza en su capacidad para sanarse porque se sujeta a la ley de Dios manifestada por Jesucristo. En la sociedad secularizada no existe nada de eso, y por tanto el pecado puede ser vivido como un bien. ¿No son esas las estructuras de pecado a las que se refería Juan Pablo II?

Celebrar la secularización en nombre de un perfeccionamiento cristiano es una contradicción inasimilable por la Iglesia. Como lo es afirmar que así existe mayor libertad. Es un concepto bien mundano de ella. Ni tan siquiera sería compartido por un liberal perfeccionista –y no cristiano– como Joseph Raz. La libertad no crece en razón de la abundancia de opciones -porque la vida no es un supermercado-, sino por la existencia de opciones de bien. Si los laicos católicos siguiéramos la consideración del padre Sosa, no bautizaríamos a nuestros hijos, porque los condicionamos cuando no tienen uso de razón. Ni les enseñaríamos a rezar cuando son pequeños, porque estaríamos coartando su libertad

La Iglesia vive un grave problema, y no es el de la pederastia, y mira que este es grande. Es el de la identidad. ¿Qué significa ser católico? ¿A qué obliga? ¿Qué define su ética? ¿Puede existir el Pueblo de Dios sin una clara identidad compartida? Y es tarea principal de obispos y sacerdotes, clero secular y regular, de la Iglesia diocesana y las diversas congregaciones, contribuir a mantener esa identidad cohesionada viva y pujante. Pues eso.

Publicado en Forum Libertas.

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