El Espíritu que anima la Navidad

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Estos días de Navidad hacemos memoria del Nacimiento de Jesús. Recordamos y tenemos presentes a María y San José. Varios personajes aparecen en nuestros belenes: los pastores, los reyes…
En este tiempo, podemos encontrarnos en la liturgia, también con los protagonistas de una historia de salvación, que siendo un acontecimiento extraordinario, se manifestó en la sencillez de su vida ordinaria. Simeón, Ana, Isabel, Zacarías, Magos, Pastores… aparecen en los relatos del evangelio de Lucas y de Mateo, como los primeros testigos de la Encarnación del Verbo.
En Navidad, desde en el evangelio, somos invitados a la confianza, a la alegría, al amor, a la entrega, al servicio, a la contemplación de un misterio que viene a nosotros, para iluminar nuestra vida.
Pero, quizás no has caído, no hemos caído, en una persona que aparece o se deja entrever en estos relatos, pero que sin él no hubiera sido posible este misterio que celebramos. Me refiero a la persona del Espíritu. Santo.
Él está siempre presente, aunque su acción es discreta, suave, tranquila, y hasta veces nos puede pasar desapercibida. Él es el que lo sostiene todo, y lo va haciendo todo. Va entretejiendo los hilos de la historia, de una historia de salvación, que viene a ti y a mí. Sin él no podemos hacer nada. En el silencio, y en la oración callada de esos personajes que pertenecen a un pueblo y nos muestran un acontecimiento, el Espíritu va haciendo y va obrando con poder.
El Espíritu es quien pone deseos de entrega en María, el que le da la confianza cuando no entiende. Él que anima la vida de Isabel y Zacarías de un modo nuevo, dándoles fecundidad cuando todo parece imposible. El Espíritu es el que mueve a José hacer la voluntad de Dios; el que pone en camino a unos pastores para que puedan ver al Salvador del mundo; el que a través de una estrella ilumina la sendera de unos sabios para que adoren el misterio escondido para los entendidos y poderosos.
Solo Él puede llenar la vida de todos estos hombres y mujeres, que pudieron contemplar al Verbo de Dios hecho Niño, con alegría, amor y esperanza. El Espíritu obró con poder en medio de la vida. Una existencia dentro de lo cotidiano, que se abrió al milagro en el poder de Dios.
Este mismo Espíritu es el que viene esta Navidad, para ti y para mí. Él se va hacer presente. Quiere entrar en tu vida, y en la mía. En medio de una existencia que puede estar rota por el cansancio y el dolor; que puede revestirse de gozo ante lo que le está sucediendo. Es Él, el que quiere entrar dentro de ti, y pasar esta Navidad contigo. Él, en medio de lo grande que te ocurra, de lo extraordinario, del milagro o de lo más sencillo y cotidiano, viene a ti.
Cuando estás solo, o te sientes acompañado. Cuando las cosas te salen fenomenal, o hay cambios en tu vida, que no deseas. En medio de las contradicciones, y de tantos sin sentido, el Espíritu viene a ti, lo mismo que a María, José y a tantos personajes que leemos estos días en los evangelios. Él quiere estar conmigo, porque lo mismo que a ellos, quiere hacerte feliz y llenarte de esa alegría profunda que solo gracias a él puedes experimentar. Él quiere devolverte la confianza en Dios para que puedas hacer su voluntad.
Él te pone en camino para que puedas servir al pobre y al que lo pasa mal. Él te llena la vida de esperanza, para que tengas un ancla fuerte donde sostenerte. El Espíritu viene a renovar tu vida lo mismo que hizo con todos ellos, porque quieres que vivas solo de su amor, para que tu vida sea colmada y llena de luz y de paz. Él quiere que tu existencia sea fecunda y entregada para los demás.
La obra es del Espíritu. Pero necesita tu acogida para que pueda entrar dentro de ti, y te sientas para siempre amado.
Belén Sotos Rodríguez