Religión en Libertad

Mi primo Ignacio

Ignacio Gil-Casares fue muy cuidadoso y delicado en mantener con la máxima discreción tantas buenas acciones como hizo.

Ignacio Gil-Casares (1948-2025) destacó en el ámbito empresarial, pero lo que definió su vida fue su fe religiosa.

Ignacio Gil-Casares (1948-2025) destacó en el ámbito empresarial, pero lo que definió su vida fue su fe religiosa.Cátedra Inditex

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Mi primo Ignacio era una persona excepcional, de lo externo a lo profundo se diría que era un elegido, pues reunía muchas cualidades. Guapo, atractivo, deportista. Profesionalmente un triunfador, carrera brillante, puestos de responsabilidad y proyección internacional. Con una familia maravillosa, unida y consistente, no solo Cuca su mujer y sus cuatro hijos, sino también sus hermanos. Por si fuera poco, era simpático y empático, cantaba y tocaba la guitarra maravillosamente y en las reuniones de familia y amigos nos proporcionaba unos ratos estupendos y animadísimos.

Él era de los primos mayores, mientras que yo estaba en el grupo de los pequeños, por lo que no llegamos a compartir planes en aquellos míticos veranos en casa de nuestra abuela Carmen, pero sí coincidimos ya en nuestra vida adulta y también sus hijas pequeñas con la mía mayor, así que ha sido un primo cercano y muy querido.

Hace tres meses tuvimos una celebración familiar multitudinaria (somos una familia grande y nos gusta vernos y reunirnos). Ignacio ya estaba en su fase final, pero yo no lo sabía y no me di cuenta. No solo su aspecto físico era estupendo, también su actitud y sus ganas transmitían lo contrario. En realidad, desde muy joven se percibía en él esa sensación de comerse el mundo, de beberse a chorros todo lo que la vida le ofrecía.

En la necrológica publicada en El Debate el 23 de diciembre, Daniel Ruiz-Pita escribe una frase que para mí da la clave de su personalidad: “Una vez le dije a Ignacio que sentía envidia de su capacidad para la música. Sonriendo y señalando hacia arriba con la mano me dijo: no me envidies; es un regalo que me han hecho al nacer, sin el menor mérito por mi parte”. Refleja que era profundamente consciente de que todo le era dado, de que sus capacidades eran dones que recibía para ponerlos al servicio de los demás. Eso explica su humildad y su generosidad. Como en la parábola de los talentos, sacó el máximo provecho de todo lo que se le concedió y al entregarlo a los demás lo multiplicó.

Por eso Ignacio en realidad no cantaba, más bien alababa y por eso era tan especial oírle, ya fuera en casa con amigos y familia o al final de una Misa entonando como nadie la Salve Regina. Por eso trataba con la misma deferencia a un superejecutivo que venía a España que al camarero que le ponía el aperitivo. Por eso su mano derecha no sabía lo que hacía la izquierda y era especialmente cuidadoso y delicado en mantener con la máxima discreción tantas buenas acciones.

Cuando le diagnosticaron su enfermedad hace ya unos años, escribió una carta a sus hijos que han leído ahora. Estaba preparado para morirse y ha vivido este tiempo con serenidad, esperanza y confianza. Y eso es lo que ha transmitido a su familia.

Sus hijas me dicen que desde su muerte todos tienen una paz grandísima. Fue conmovedor oírlos cantar en el entierro la Salve para su padre. El día de Nochebuena, Cuca me escribió: “Vamos a estar bien. Nos ha dejado una familia grande y alegre. Va a estar con nosotros”. Amén

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