Religión en Libertad

¿Sabías que el «progresismo» es una religión del siglo VI AC?

De Heráclito a Hegel, la ideología progresista implosiona a la caza de una perpetua novedad que siempre se queda antigua.

La ideología progresista no puede presumir de originalidad ni de modernidad: la formuló Heráclito hace dos mil quinientos años, con la misma inconsistencia que hoy.

La ideología progresista no puede presumir de originalidad ni de modernidad: la formuló Heráclito hace dos mil quinientos años, con la misma inconsistencia que hoy.'Heráclito', de Johannes Moreelse (1630).

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Hay un amplia retahíla -o extenso abanico- de razonamientos en virtud de los cuales la ideología progresista se cae por su propio peso; porque es una corriente de pensamiento que implosiona, es decir, que colapsa hacia dentro de sí misma, como una ballena que, en vez de ser apuñalada por fuera, es sajada desde sus interioridades, entrañas e intestinos; e incluso perforada por sus propios vasos sanguíneos.

Del mismo modo que Nietzsche, en palabras de G.K. Chesterton, huía con metáforas de las grandes cuestiones metafísicas (con su “superhombre” y su “más allá del bien y del mal”), la ideología progresista no deja de ser otra escapatoria de corte metafórico, pues predica “el progreso”, que es la filosofía del caminar hacia adelante por el simple hecho de caminar hacia adelante, del avanzar por el mero móvil de avanzar, sin posar la mirada hacia detrás, dejando de lado las cosas del pasado, como un fuego que lo va devorando todo a su paso o como una corriente de agua que no discurre dos veces por el mismo sitio (de ahí la locución griega panta rhei, “todo fluye”). Así lo entendía literalmente Heráclito (siglos VI y V a.C.), idea de progreso restaurada en los siglos XVIII y XIX por Hegel, el padre filosófico del progresismo contemporáneo.

El progresismo, una creencia mitológica e irracional de los siglos VI y V a.C.

Como acabo de decir, esta quimera fue ideada por Heráclito de Éfeso entre los siglos VI y V antes de Cristo, una época en la que los filósofos fundamentaban sus teorías en creencias mitológicas e irracionales, puesto que todavía los griegos no habían apelado a la razón como instrumento para comprender e interpretar la realidad. En otras palabras, los orígenes de la filosofía progresista se remontan al periodo histórico de un erudito bastante anterior al tránsito del mythos al logos (véase de la mitología a la racionalidad).

A esto, cabe agregar que esta filosofía de avanzar por avanzar, del cambio por el cambio (completamente al margen de lo que hubiese detrás), carece de un destino concreto, dado que todas aquellas metas que son fijadas en su nombre -“el progreso”- caducan con el tiempo, porque se van quedando obsoletas a medida que se alcanzan. En consecuencia, nunca hay nada perdurable ni digno de celebrar por parte de los fieles progresistas, porque, en cuanto cumplen un objetivo, éste pasa a ser anticuado; por lo que no se celebra lo que se consigue, sino solamente “el progreso” (es decir, la metáfora) que reporta; y nada perdura, nada sobrevive, excepto “el progreso” (una vaga y vaporosa entelequia, además de invisible, que ni siquiera flota en el aire, sino en el mundo de las ideas).

La revolución permanente: vivir enfadado y en pie de guerra, en busca de un “progreso” que nunca llega

En este sentido, cabe destacar que las huestes progresistas nunca se quedan tranquilas, porque su revolución es permanente, al no cristalizar en una victoria consolidada en el tiempo; por lo que se trata de un carácter revolucionario que nunca termina de saborear las mieles del éxito; como una sed que jamás queda saciada; como un libertador que nunca se siente liberado; como un alma en pena que persigue una paz que ella misma aborrece; como un espíritu incendiario que anhela extinguir un fuego que él mismo vuelve a provocar. 

En otras palabras, el progresista vive continuamente atormentado y en pie de guerra, porque su protesta busca solucionar un problema que, una vez que se hubiese solucionado, pasaría a transformarse en el nuevo problema a combatir (dado que se quedaría anticuado, de acuerdo con esa metáfora llamada “progreso”).

Esto lo podemos ver con clarividencia en uno de los ejes vertebradores del pensamiento Hegel (el padre filosófico del progresismo contemporáneo), que está recogido en su teoría de tesis-antítesis-síntesis. En base a ésta, la tesis es lo que hay; la antítesis, aquel contrario que le oponemos; y la síntesis, el resultado de la confrontación entre las dos realidades anteriores; el cual pasaría a ser la nueva tesis; a la que habría que enfrentarla contra una nueva antítesis; y así, sucesivamente… 

En resumen, esto nos aboca hacia una revolución permanente, a permanecer en un enfrentamiento constante entre polos opuestos (lo que se conocer como “generar antagonismos”, como “polarización”), donde el progresista siempre está enfadado y nunca se queda contento.

Hacia un horizonte indefinido: lo nuevo nada tiene que ver con lo que antes fue lo nuevo, ni con lo que después será lo nuevo

Por esto, tras ser alcanzadas las metas fijadas, se plantearán nuevas aspiraciones, las cuales, en multitud de ocasiones, no se parecerán ni en el blanco de los ojos a las recién logradas; esa es la intención, porque todo lo pasado y lo presente es visto por lo progresistas como anticuado, véase como algo que tiene que ser vencido, superado, erradicado. De este modo, los nuevos “progresos” no siguen un hilo conductor coherente con respecto a los “progresos” anteriores; ni con los que se producirán a posteriori.

Dicho de otra manera, lo nuevo ya nada tiene que ver con lo que antes fue lo nuevo, ni con lo que después será lo nuevo. Así pues, quedan difuminados tanto el punto de partida como el lugar de destino, para caminar, simple y llanamente, hacia un horizonte indefinido… Porque los progresistas se limitan a creer en una metáfora: “el progreso”; algo tan etéreo… tan vaporoso…. tan impreciso…

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