«Cruzada de la gracia», respuesta hispánica a la crisis global

Los integrantes de Paseos Toledo Mágico: de izquierda a derecha en la foto, Daniel Gómez Aragonés (historiador y escritor), Gonzalo Rodríguez (doctor en Historia) y Julio César Pantoja (guía oficial de Turismo).
Hace unos días pude vivir dos experiencias y conocer dos almas que, en un presente sin muchos signos de esperanza, son un inspirador llamado a mantenerse en pie. Fueron una muestra de que el clímax moral alcanzado en el Siglo de Oro y la bizarría espiritual de la Reconquista aún perviven hoy en almas anónimas. Ante males que avanzan sin práctica resistencia, el lamento y la resignación podrían parecer el único camino. Pero dos almas de combate y militancia muestran que es posible -y debido- resistir a la “noche de los tiempos”. Y para ello, la batalla espiritual, interior y personal son ingredientes cruciales. Lamentarse, dicen, no es una opción. Al menos, no para “nosotros”.
Las amenazas de entonces y las de hoy
De un lado, el doctor en historia Gonzalo Rodríguez presentó en sus Paseos Toledo Mágico cómo la trascendencia podía impregnar hasta el más cotidiano quehacer de todo un pueblo. Nos mostró los vestigios de una sociedad que, con sus glorias y bajezas, tenía la mirada puesta en lo eterno. Un mundo en el que el brazo del Imperio, del tercio o de la Inquisición podían ser fulminantes contra todo lo que amenazase un boyante orden espiritual. Porque esa era la preocupación.
Entonces esas amenazas eran el islam y los judaizantes, los mal llamados “reformadores” y Lutero, la división de la Cristiandad, los estragos del güelfismo... Hoy pueden serlo el nihilismo, la posmodernidad, el globalismo o la relativización de la moral. Algunos perviven, otros son nuevos. Pero la cosmovisión con que se enfrentaban los primeros era siempre la misma, y la resumió bien el cardenal Müller en su reciente visita a España. Las victorias, decía, “nunca han sido resultado de largas negociaciones políticas ni de cálculos interesados o cobardes”, sino del “testimonio valiente y decidido de gente consciente de sus límites, fragilidades y de que el Señor había estado grande con ellos al apiadarse de su pecado”.
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Un Toledo Mágico
El fin de semana comenzó con lo que algún despistado podría considerar una simple visita turística. Pero cuando el historiador hizo su aparición en escena, no tardó en confirmarse lo que muchos intuían. No sería una visita al uso.
Comenzaba así un recorrido en el que las horas parecieron segundos, como si el público, y no el deán de Santiago de la primera leyenda del Toledo oculto, fuese la verdadera víctima del hechizo del mago Illán. Puedes conocerla en este relato del mismo Rodríguez, o en directo en los Paseos:
Pero no todo eran leyendas. También las piedras hablaban de una fe real, palpable, encarnada en España desde su mismo nacimiento en el III Concilio de Toledo.
Reconquista, pugna de cosmovisión
Y si se nos enseñaba que España nació con la fe, también que maduraba y se forjaba con ella frente al islam en una Reconquista que podía respirarse a cada paso con el arte mudéjar de frontera.
Una Reconquista a la que Rodríguez se refiere no solo como la “restauración” de una España previa a la invasión, sino también como una gesta espiritual que enfrentó dos cosmovisiones radicalmente opuestas e irreconciliables: si el islam es “un monoteísmo unilateral entre Dios y el hombre”, con un “abismo insalvable” entre ambos, en el cristianismo “Dios ha sido como nosotros, hasta tal punto que ha sufrido pasión y crucifixión”.
La Reconquista, para él, es “una cruzada, una guerra de dos cosmovisiones. La islámica, la del dios infinitamente lejano que da una palabra revelada y que se obedece unilateralmente a través de la sharía, y la del Dios cristiano, tan infinitamente cercano que ha sido carne, sangre y huesos”.
La España de las tres culturas: celtíbera, romana y goda
La visita tuvo la extraña capacidad de contentar a los presentes sin restar un solo gramo al peso de la verdad. Habló de Reconquista y restauración, habló de una España que tiene la fe como cuna, habló del Siglo de Oro y de las glorias y bajezas humanas que desmontaban también todo vestigio de “leyenda rosa”. Y mientras, a cada parada, las declamaciones de Tirso de Molina, Cervantes, Lope de Vega, Quevedo o Calderón se presentaban ante el público como muestra de una cultura real, humana y palpable frente a la nueva e impostada propaganda de las plataformas de streaming.
También se habló de mitos. Mitos como el de la convivencia de las tres culturas, que el guía refutaba por darse lo que, a su juicio, no era sino una mera “coexistencia”, carente de argamasa y unidad. Frente a una impostada y falsa convivencia de cristianos, moros o judíos, la verdadera España de las tres culturas no es ni fue otra que la de celtíberos, godos y romanos.
Los desahucios del infierno
La visita llegaba a su culmen, y si en otra situación el tedio, el calor o los nervios habrían hecho mella en el toledano más veterano o el viandante más entrenado, los turistas aprovechaban cada comentario como si fuese el último, bebiendo de una verdad histórica que quién sabe por cuánto les habría sido negada.
Así, el público no pudo ocultar su asombro y sorpresa cuando se reveló el enigmático proceso por el que la Inquisición llegaría a velar por que no pudiese venderse una sola casa con influencias consideradas oscuras, como podía verse en el conocido “Callejón del infierno”. En aquellos tiempos, por lo visto, los “desahucios” que predominaban no eran los del pueblo llano, sino los exorcismos con que la Inquisición liberaba a los fieles y sus hogares de las presencias más oscuras.
Todo concluyó como empezó, pero en un lugar si cabe más enigmático, con un Museo de la España Mágica y con una esclarecedora e inesperada reivindicación de la Hispanidad, presente a su modo en el museo subterráneo. En las palabras de Rodríguez se hacía visible una España que aprende de sus errores, pero que no pide perdón. Una España que no oculta su fe, y que hace del combate, la disciplina, el donaire o la virtud su particular forma de vida. Todo un manual para “cabalgar el tigre de la Edad Oscura”, desglosado en sus Orientaciones espirituales para jóvenes guerreros.

Gonzalo Rodríguez, 'El aullido del lobo. Orientaciones espirituales para jóvenes guerreros'.
“Confianza y fe viva mantenga el alma”
Horas después también pudimos visitar una de las clausuras carmelitas abulenses. Allí acudimos buscando las palabras perennes de consuelo y esperanza en un alma abnegada y entregada a la oración. Y en ella vimos paz, esperanza y una sonrisa luminosa y sincera, que ni las escaladas bélicas, las crisis de gobiernos o las revueltas callejeras que ocupan titulares podrían perturbar.
Su rostro era dulce y pacífico, esperanzado y sereno, con una mirada en la que se podía intuir el “todo se pasa”; el “id dichas vanas” y el “confianza y fe viva mantenga el alma”, pero transmitiendo siempre una consigna común: que la queja, el lamento y la autocompasión no son una opción para los herederos del Hijo de trueno. “Cristo ha vencido”, repetía ella alegre.
Consuelo, abnegación y esperanza tras una reja
Si la de Rodríguez y Toledo fue una esperanza de milicia, la de la religiosa de Ávila fue una esperanza de contemplación.
Tras cruzar las puertas del convento carmelita, el ruido daba paso a un baluarte de silencio y fe que reflejaba sobradamente cómo la vida recia, ascética y pobre sigue atrayendo sin necesidad de cambio, laxitud o componenda.
Allí, la reja de clausura que da muerte al mundo imponía la realidad de la abnegación espiritual y llamaba a los presentes a callar si no era para hablar de la verdad, bondad y belleza divinas.
Allí, las lágrimas son escuchadas y consoladas, pero la cosmovisión que se ha ofrecido durante siglos de historia es clara. La elevación frente a autocompasión: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta”.
Lo que vimos tras esa reja era todo lo contrario a lo que la Era de la deconstrucción y el globalismo interpreta hoy como opresión, fracaso u oscurantismo. En aquella religiosa pudimos ver luz y plenitud. Pudimos hallar palabras de consuelo que ya no se escuchan en las psicóticas ciudades. Pero también hallamos otras consignas que, como en el Toledo Mágico, nos invitaban a proseguir una batalla que, ante todo, es espiritual. Una batalla en la que la rendición no es una posibilidad, según mostraron sus predecesoras carmelitas siglos atrás.
El lamento no es una opción: “Dios ha vencido”
Por nuestra amiga parecía no pasar el tiempo, como si un hilo la conectase directamente con la épica de Ana de San Bartolomé (+ 1626), proclamada en vida “libertadora de Amberes” por su obispo. O con la inspiración y entereza de las carmelitas mártires de Compiègne (+1794), que sorprendían a sus verdugos entonando el Veni Creator y renovando sus votos camino del martirio. O con la radicalidad en el seguimiento de Cristo y ofrecimiento de vida de Teresa de Jesús de los Andes (+1920), la “Santa Teresita” de Chile, profesa in artículo mortis. Son solo algunas de los cientos de inspiradores casos de carmelitas que, desde el Siglo de Oro hasta hoy, reflejan la épica de la esperanza, la coherencia y el dominio de sí también en tiempos de decadencia, dificultad o persecución. El lamento, de nuevo, nunca fue para ellas una opción.
Las personas, vidas e historias mencionadas eran únicas, cada una distinta. También nuestra amiga lo es. Pero el llamado de no dejarse atosigar o afectar el alma por los dilemas siempre pasajeros del mundo, era y es el mismo: si hay un Dios que es infinitamente cercano al hombre, es el hombre el que hoy olvida que Dios ya ha vencido todo lo que su alma teme.
Comienzo sin fin, renovación sin nostalgia
De nuestra amiga y del escritor aprendimos que, si mirásemos la realidad como lo hacía en sus escritos la Santa abulense del XVI, la milicia o los literatos del Siglo de Oro, nada podría atormentar nuestro interior porque mirar al cielo y la trascendencia nos lleva a desapegarnos -que no desvincularnos- de la tierra. Nos hace saber que Dios no abandona. Que frente al mal de la “noche de los tiempos” que hoy vivimos, elevar la mirada hace comprender que todo es posible en aquel que nos da fuerzas. Más fe y esperanza, menos lamentos. Más mirar al cielo y menos al mundo. Más trascendencia y menos inmanencia. Pero siempre prestos para la lid y “tomando las armas por honra”.
Las carmelitas de Cuerva, Compiègne o Amberes, los tercios de Empel, Rocroi y Castelnuovo… ¿Qué unía a monjas y soldados, a sus cofias y morriones? ¿Y qué une hoy a la oración de nuestra amiga de Ávila con las letras del historiador y guía de Toledo? Para ellos, no parece haber fin, sino comienzo. No hay añoranza ni nostalgia, sino esperanza y renovación. Para ellos, vestigio del espíritu del Siglo de Oro, tampoco hay lugar para el lamento, sino para el obrar, para el dominio de sí por la virtud, para el fortalecimiento espiritual y la perseverancia. Para ellos, existía y existe la concepción de un Dios cercano, presente, que no abandona el mundo a su suerte y que cuenta con nuestras obras. El Siglo de Oro pervive hoy en almas anónimas, que hacen tronar a cada minuto el llamado a “la cruzada de la gracia”.