Trump en clave apocalíptica

Donald Trump firma uno de los decretos con los que está frenando el seco el avance de la ideología de género, el aborto o la dictadura globalista.
De entre los libros del canon bíblico, quizá el más incomprendido sea el Apocalipsis. Reducido por algunos católicos “tibios” a una especie de cuento fantástico que debe leerse únicamente en sentido metafórico e ignorado de plano por la mayoría, que lo ve como un revoltijo de profecías indescifrables, el relato apocalíptico -con sus correspondientes correlatos en el discurso escatológico de Jesús y en las epístolas de San Pablo- no deja de ser un sobrecogedor llamado a la esperanza y a la conversión; una pieza divinamente inspirada de auténtica literatura de resistencia para los tiempos más aciagos, que serán los últimos.
Acaso sería por eso que aquel polémico escritor -furibundo, católico y francés a partes iguales- de nombre Léon Bloy aseguraba que, cuando quería enterarse de las últimas noticias, leía el Apocalipsis. Y, en esta ocasión, las novedades traen el sello de los Estados Unidos de América, donde Donald Trump, tras prestar juramento como flamante presidente, ha firmado dos centenares largos de decretos que están causando revuelo nacional e internacional.
Ni tardos ni perezosos, los detractores más airados de Trump lo han acusado de ser una suerte de Anticristo -como llevan haciendo desde hace casi una década-, al tiempo que culpan a sus partidarios de entregarse ciegamente al culto de este personaje, a quien supuestamente verían como el Mesías, que ha descendido de los cielos -es decir, del último piso de la Trump Tower de Manhattan- para combatir a las minorías y sustituir la diversidad por el “supremacismo blanco” (en realidad, lo que ha prometido es combatir al establishment de Washington, D.C. y sustituir el globalismo por una política que ponga primero a su país).
Sin embargo, para la mayor parte de los americanos normales, de a pie, Trump no es ni una cosa ni la otra. Han votado por él gustosos o a regañadientes, convencidos o dubitativos, pero -en cualquier caso- bien conscientes de que su papel principal no es el de todopoderoso salvador, sino el de dique de contención frente a la demencia, la perversión y la anarquía que se han extendido rápidamente en los últimos años.
Puestos a hablar en clave apocalíptica, no podemos sino afirmar que el papel de Trump no es el del abominable Anticristo, que extenderá su reinado “globalitario” por el mundo, ni tampoco el del Mesías, que vendrá (en gloria y majestad) para ponerle fin, sino el del Katéjon, es decir, el “obstáculo”. Siguiendo a San Pablo, sabemos que ese misterioso obstáculo impide el advenimiento del Anticristo y debe ser removido antes de que éste pueda manifestarse: “El misterio de iniquidad -San Pablo se refiere al odio a Dios y a la adoración del hombre- ya está actuando. Tan sólo que sea quitado de en medio el que ahora le retiene, entonces se manifestará el Impío -es decir, el Anticristo-, a quien el Señor Jesús destruirá con el aliento de su boca y aniquilará con el resplandor de su Venida" (2 Tes 2, 7-8).
Tradicionalmente, los autores católicos consideraron que el “obstáculo” podía ser el mismísimo Imperio Romano, con la figura del emperador como protagonista, pero tras el colapso del mismo, la interrogante ha quedado en el aire. Algunos teólogos especulan que el Katéjon podría haber quedado reducido a los restos de Roma, que perviven en los Estados-nación del Occidente poscristiano, de los cuales Estados Unidos es el más poderoso. Así, cuanto más se descristianice Occidente, más torpes y erráticos serán sus intentos de conservar algún resquicio de orden, pues ha sido su aceptación de cuestiones como la autoridad de la Iglesia, el derecho natural, la familia y el respeto a la propiedad privada, lo que parecía atajar el misterio de iniquidad del que habla San Pablo. La cuestión, al día de hoy, sigue abierta.
Y, a todo esto, ¿qué es lo que estaría obstaculizando Trump? Hay quienes apuntan a una escalofriante cita de Sor Lucia dos Santos, la vidente de Fátima, que afirmaba que la batalla final entre Dios y Satanás se centrará en el matrimonio y en la familia. Pero no hace falta ir tan lejos, pues las más recientes acciones de Trump ponen en evidencia lo que está reteniendo: el avance de la ideología de género (incluyendo el adoctrinamiento en la creencia de que los hombres pueden ser mujeres -o viceversa- y de que existen más de dos géneros, así como la mutilación y esterilización a través de las “cirugías de cambio de sexo”), la expansión del -mal llamado- “derecho” al aborto, la persecución a quienes luchan por el bien (por ejemplo, activistas provida y clérigos que defienden la enseñanza católica sobre el matrimonio) y el poder de las organizaciones internacionales, como la OMS, que promueven multitud de políticas antinatalistas y anticristianas. En otras palabras, está conteniendo los ataques más severos al matrimonio y a la familia.
¿Que Trump no es perfecto y que sus posturas en temas como inmigración o fecundación in vitro podrían ser mejores? Sin duda. Pero es que tampoco el Imperio Romano -o sus emperadores- era perfecto. El Katéjon no es un santo ni un enviado del Cielo, sino un mero obstáculo ante el empuje del mal. Como católicos, hemos de depositar nuestra confianza en Cristo y no en ningún mesías terrenal, pues incluso San Juan Bautista reconoció no ser digno de desatarle las correas de las sandalias al Hijo del Hombre. No obstante, eso no niega que debamos colaborar con aquellos gobernantes legítimos por cuanto sus políticas pretendan restaurar el imperio de la ley, incluso si es tan solo parcialmente. La alternativa es el completo vacío de verdadera ley -es decir, aquella que se ajusta al orden natural-, que San Pablo identifica con el Anticristo, al que en cierto punto llama “el sin ley”.
Ojo, no estoy afirmando que Trump sea el Katéjon del que habla el Apocalipsis, solo que, si de encontrar paralelismos se trata, no nos hallamos ante un personaje mesiánico o anticrístico, sino ante un obstáculo -imperfecto pero firme- frente al mal. En cuanto a la pregunta de si estamos en los últimos tiempos o no, me remito a la respuesta que da Nuestro Señor: “En cuanto a ese día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre" (Mt 24, 36).
Tiempo al tiempo, que ya llegarán el día y la hora...