Religión en Libertad

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El 8 de septiembre muchos pueblos celebran a su patrona, a la Madre de Dios y Madre nuestra, que cuida de cada pueblo que la invoca bajo una advocación particular y pone todo a sus pies en el día de su nacimiento. Otros muchos lo celebran el 15 de agosto, el día de su Asunción, pero hoy estamos a 8 de septiembre. Por eso es bueno poner la mirada en la Natividad de la Virgen María, la esposa de San José, la que cuida de su Hijo y de tantos hijos en tantos pueblos de la geografía española. Eso pasa en Alberite, el pueblo en el que hace ya unos cuantos años comienzo a ser monaguillo. Con el paso del tiempo, bajo la mirada de la Virgen de la Antigua, le digo que sí a su Hijo y entro al seminario. Más tarde me pide algo más, ser carmelita descalzo. La vida sigue adelante y no dejo de darle las gracias cada año en el día de su fiesta y siempre que celebro la misa en la iglesia o en su ermita. Hoy la fiesta era en la iglesia; arriba queda la ermita para la fiesta de mayo. Todo el pueblo acompaña a la patrona en la procesión y misa; y después a compartir la mesa en familia. Cuando se acaba la comida y comienza la tarde con la fiesta de las vaquillas dejo el pueblo abajo y me voy hasta la ermita.

Allí hay mucha paz, mucho silencio, mucha soledad sonora. Entro y rezo con calma el rosario. No hay prisa. Estamos Ella y su hijo, el que tantas veces ha rezado la Salve ante su imagen. Termino y callo el corazón. La miro y me mira. Hago silencio. Dejo que me llene de su amor de Madre. Al mismo tiempo sueño con poder hacer lo mismo en alguna ermita dedicada a San José. En el valle del Iregua, donde se encuentra Alberite, cada pueblo tiene su ermita para honrar a la Virgen, ¿y a San José? Ninguna. Sí que es verdad que cuando uno visita estas ermitas dedicadas a la Virgen, en muchas ocasiones San José está muy cerca de su Esposa en el mismo retablo o en algún altar cercano. Muestra patente de que la piedad popular sabe que hay que unir a San José con María. Es algo clave en la vida espiritual, pero pasa eso, que San José está tan escondido que ni siquiera tiene una ermita. Sí que hay algunas por otros pueblos, pero muy contadas. Hay que buscarlas con lupa en la geografía española.

Esto vivo según hago silencio. Al final del último misterio del rosario toma fuerza en mi corazón. Una ermita a San José en medio de tantas ermitas de la Virgen ayudaría a poner la mirada en ese varón justo, fiel y humilde que en su taller no deja de trabajar. Es un sueño que ahí queda. Se lo presento a la Virgen de la Antigua al dejar su casa y bajar hacia Logroño. Ninguna oración se pierde. Todo llega a su tiempo. Y si no recordemos la obra que lleva adelante Santa Teresa de Jesús. Es ella quien dedica por primera vez un monasterio a San José. Le siguen muchos. Pero ermitas pocas. Muy pocas. Habrá que pedírselo a Santa Teresa, que ponga en el corazón de algunos ese mismo deseo de difundir el amor y devoción al glorioso patriarca San José. Ella hizo lo que le pedía el Hijo de la Virgen y San José. Era el siglo XVI. Ahora estamos en el siglo XXI. Todo es muy distinto, pero sabemos bien que la esperanza no defrauda. Dejemos todo en manos de María y no olvidemos su nacimiento, que es lo que hoy celebramos. San José seguirá callado y escondido hasta que llegue el día en que si su Hijo lo tiene dispuesto, podamos celebrar la misa y rezar el rosario en una ermita dedicada a San José.

Es de noche. Mañana comienza el curso escolar. Todo vuelve a su ser, las ermitas se quedan vacías hasta que el próximo verano traiga nuevas visitas y procesiones para celebrar la Asunción o la Natividad de la Virgen María, esa Madre que tanto nos quiere y que me inspira estos sentimientos cuando termina la fiesta.

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