La Iglesia no debe ser un moderador neutral entre la verdad y el error
Entrevista con Jaume Vives, periodista, documentalista, escritor y creativo publicitario.

Jaume Vives señala el precio que la Iglesia no puede pagar para verse aceptada por el mundo.
En un contexto donde la neutralidad y la prudencia se confunden a menudo con el silencio y la omisión, Jaume Vives, periodista creativo que en la última década ha dado a conocer la persecución a cristianos en Oriente Medio y la pobreza en el primer mundo, y que actualmente diseña campañas publicitarias de impacto, nos ofrece una reflexión valiente y fundamentada sobre la misión de la Iglesia en la sociedad actual. Para Vives, la Iglesia no puede permitirse ser neutral entre el bien y el mal, entre la verdad y el error.
En su artículo "Católicos caóticos" (La Gaceta), critica la tendencia de algunos sectores de la Iglesia a callar o a adoptar posturas ambiguas ante cuestiones morales y sociales urgentes.
En esta entrevista, aborda temas como la relación entre la fe y la política, el papel de la oración ante los abortorios, el silencio pastoral y la importancia de la formación en el Magisterio. Una conversación que invita a reflexionar sobre la identidad católica y la evangelización en un mundo cada vez más hostil.
-A menudo se dice que la Iglesia debería ser “neutral” en política. ¿Cómo puede conjugar su misión espiritual con su deber de pronunciarse sobre cuestiones morales y sociales?
-La Iglesia no puede ser neutral entre el bien y el mal, entre la verdad y el error. Otra cosa distinta es que no deba identificarse con un partido, una sigla o un programa electoral concreto. Su misión no es gestionar presupuestos, sino confirmarnos en la fe y darnos buenos criterios que ayuden a la salvación de nuestra alma viviendo con fidelidad a Cristo. Y eso, inevitablemente, tiene consecuencias políticas. ¿Qué tipo de “misión espiritual” sería aquella que pretendiera extirpar la fe (quitar a Cristo) de las distintas facetas que tiene la vida y la persona? Como si la fe no tuviera que impregnarlo todo, como si la nuestra no fuera una religión encarnada. Como si el único lugar en el que Cristo tiene derechos y algo que decir fuera en el interior de una Iglesia en el sagrario. Como si se pudiera ser cristiano viviendo como tal el domingo en Misa y dejándolo en casa el resto de la semana al salir a trabajar, a comprar o a divertirnos.
-Defiendes la oración y la presencia ante los abortorios. ¿Qué mensaje se transmite cuando se prohíbe rezar en esos lugares o se juzga a quienes lo hacen?
-El mensaje que se transmite es bastante claro y a la vez me importa bastante poco: demuestra que hay realidades ante las que no se puede ni rezar porque son sagradas, pero pertenecientes a la nueva religión secular, que no es otra cosa que una religión azufrosa con ansias de apagar el olor de rosa de la verdadera religión.
»Y eso, en una sociedad que presume de libertad, es curioso pero no sorprende, principalmente por dos motivos:
- En el fondo nadie se cree, y con razón, este cuento de la democracia. La lucha constante es para ver quién se impone sobre el otro para censurar determinados comportamientos y “orientarle” en el uso de su libertad. Todo el mundo tiene claro que la censura o limitar algunas cosas está bien (y por eso existen las leyes), lo que se discute es que sea ese el que me censura o limita a mí y no yo a él. Lo digo para no hacernos trampas al solitario hablando de una libertad que realmente es otra cosa. El problema real es cuando esa acción no se fundamenta en la verdad y el bien sino en ideologías, porque se vuelve algo tiránico. Que es lo que vivimos.
- Y el segundo motivo tiene que ver con que el aborto es el seguro de una sociedad que quiere vivir sin asumir la responsabilidad por sus actos. Es la única forma de guarrear con la seguridad de que si la pastillita o la gomita fallan, las tijeras del verdugo al que llaman doctor no fallarán. Y esa misa negra practicada en una cama hospitalaria en la que una madre entrega al mundo a su hijo como sacrificio para poder seguir sirviendo al mundo, es tan del agrado de Satanás que ya se encarga él de confundir a quien haga falta siempre en favor de ese ritual satánico. Ya sea pidiendo que no se rece en esos antros de muerte, ya sea diciendo que el aborto es algo que, aunque malo, en aras de la libertad hay que tolerar si así se vota y si así lo escogen las mujeres, ya sea defendiendo activamente el aborto.
-Hablas del miedo de algunos pastores a pronunciarse sobre cuestiones controvertidas. ¿Qué consecuencias tiene ese silencio?
-El silencio pastoral, cuando debería haber palabra clara, genera desconcierto y demuestra poco fuego interior. El fiel acaba pensando que si el obispo o el sacerdote no dicen nada, quizá el tema no sea tan importante… o peor, que la Iglesia ya no lo tiene claro. Y eso debilita la fe de los sencillos.
»Además, una Iglesia que no enseña deja de confirmar en la fe y se limita a acompañar emociones. Y acompañar sin confirmar no es caridad: es abandono. El pastor no está para quedar bien. Está para administrar los sacramentos y dar una palabra de verdad a los fieles, quede bien o incomode. Para eso se ordenó un día y para eso la Iglesia le paga un muy modesto sueldo que se verá complementado con la vida eterna si vive con fidelidad la esponsalidad. Es lo que significa ser “signo de contradicción”.
-¿Cómo puede la Iglesia hablar de política y sociedad sin caer en ideologización o partidismo?
-Hablando desde la verdad, no desde el eslogan, que es lo que nos enseña el abundante y profundo Magisterio. El problema no es hablar de economía, historia, política… sino hacerlo con categorías prestadas por ideologías ajenas al Evangelio y al Magisterio que no tienen por objetivo explicar y comprender la realidad en su profundidad y totalidad. Cuando la Iglesia repite el lenguaje del mundo, acaba pensando como el mundo.
-Citas a León XIII y Sapientiae Christianae. ¿Qué puede aprender hoy la Iglesia de ese magisterio?
»Más que aprender nos puede iluminar y ayudar a recordar una verdad antigua y siempre nueva.
»Que el cristiano no puede vivir la fe solo en el ámbito privado. La fe tiene consecuencias públicas, y esconderla por miedo al rechazo es una forma de negarla. No es lícito separar la vida privada de la pública, sometiéndonos en una a la autoridad de Dios y desobedeciendo sus mandamientos en la otra.
»Nos enseña la primacía de la Ley de Dios, a la que se tienen que ordenar todas las otras. Y de no hacerlo, como tan a menudo pasa con leyes que atentan contra la vida, el matrimonio, la familia…, es un deber no obedecer. La soberanía le corresponde a Cristo en todos los ámbitos de la sociedad.
»También nos enseña que a los respetos humanos hay que darles poquita importancia.
»Y algo en lo que también profundizó Benedicto XVI, que la caridad debe ir acompañada siempre de la verdad, porque la caridad sin verdad es egoísmo, una falta de amor al prójimo para evitar una incomodidad, en ese caso la incomodidad de decirle algo que no le gustará.
-¿Qué papel juega la formación permanente y el conocimiento del Magisterio en los pastores de hoy?
-Un papel decisivo. Muchos silencios no nacen de la maldad, sino de la ignorancia o de la inseguridad doctrinal. Cuando un pastor no conoce bien el Magisterio, acaba refugiándose en generalidades bienintencionadas que no comprometen a nadie.
»La formación no es un lujo académico: es una obligación pastoral. Un sacerdote que no lee, que no estudia, que no reza con la doctrina de la Iglesia, termina improvisando. Y en cuestiones graves, la improvisación suele salir cara.
»Pero esa responsabilidad no solo es para el clero, también los laicos tenemos obligación moral, en la medida de nuestras posibilidades, de formarnos para profundizar en nuestra fe y dar también razón de ella a un mundo que no cree.
-Criticas la obsesión por la “neutralidad” y la “prudencia”. ¿Qué efectos tiene eso en la identidad católica y en la evangelización?
-La prudencia es una virtud; el miedo confundido con prudencia es otra cosa. Cuando todo se justifica en nombre de la neutralidad, la fe se diluye y deja de ser reconocible. Y si no es reconocible, no evangeliza.
»El mundo no se convierte porque la Iglesia sea simpática, sino porque es la verdadera, y eso conlleva muchas responsabilidades. El cristianismo no creció en contextos cómodos, sino en contextos hostiles. Pensar que hoy será distinto es, como mínimo, poco realista. Y nos conduce a una ingenuidad peligrosa que nos aleja de la fidelidad a Cristo.
»Cuando nos venga la tentación de la falsa “prudencia” conviene recordar las palabras del mismo Dios: “Así, porque eres tibio, y ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca” (Ap. 3, 16)