Jueves, 28 de marzo de 2024

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Santo Tomás de Aquino:1. Doctor de la Iglesia

por Contemplata aliis tradere

 


Hace poco presentamos la figura del gran Alberto Magno que con el franciscano Roger Bacon fueron los pioneros que abrieron la ciencia al experimento y por lo tanto al progreso. Hoy queremos presentaros la figura del gran discípulo de Alberto, Santo Tomás de Aquino, cuya fiesta celebra la Iglesia dentro de unos días, el 28 de Enero.

 

Santo Tomás de Aquino vivió entre los años 1225 y 1274. Cuarenta y nueve años de una plenitud inimaginable. Según los cómputos que hoy se aplican a la vida de un intelectual se puede decir que murió al inicio de su carrera. De ahí en adelante es cuando una persona alcanza la verdadera madurez y productividad. Sin embargo, él llenó ese breve espacio de tiempo con una medida colmada. Su obra le ha granjeado los títulos de Doctor Angélico, Doctor Común y Doctor universal y el patronazgo de la educación católica.

 

.Sus padres pertenecían a la nobleza. El padre, Landolfo de Aquino, era el Señor de Rocaseca y gran canciller del emperador Federico II Barbarroja. Su madre, Teodora de Teate, fue hija de los condes de Chieti. Desde niño fue confiado a los benedictinos del monasterio de Montecasino para su educación primaria. Nueve años estuvo en el famoso cenobio, cuna del monacato occidental, fundado siglos antes por San Benito de Nursia. Consta que allí le preocupaba ya el interrogante que le persiguió toda la vida: “¿Quién es Dios?”. El niño, Tomasino, inquiría con frecuencia a los monjes sobre dicha cuestión que le quemaba el alma. A los catorce años, comenzó la filosofía en la Universidad de Nápoles. Según los antiguos biógrafos, grababa en su memoria todo lo que escuchaba y podía repetir a los demás, con más claridad que el profesor, todo lo que le había oído en clase.

           

Varios dominicos regentaban cátedras de teología en la misma universidad y pronto fue atraído por aquellos “monjes” que dedicaban su vida al estudio. Este hecho era tan novedoso que a la sociedad de aquel entonces le costaba encajarlo. Para Tomás, sin embargo, fue el gran aliciente, tanto que a los 18 años pidió el hábito. Asesorado por el P. Juan de San Julián, ingresó en el noviciado de San Domenico Maggiore, comenzando con ello una etapa de graves dificultades. Era el año 1244.

           

En efecto, en la familia cayó como una bomba la noticia. El proyecto de sus deudos pasaba por hacerlo abad, arzobispo y cardenal, como era lo normal entre la nobleza. La Orden de los dominicos, recién fundada, no daba acceso al poder ni al dinero. Por eso, hicieron todo lo posible para impedir que prosperara su opción dominicana. La madre fue la que peor lo llevó: ¿Cómo iba a soportar ver a su hijo pidiendo por las casas, vivir de la mendicancia y alistarse en un grupo de pordioseros? Los frailes le trasladaron pronto a Roma, pero tampoco estaba seguro ahí. El propio  maestro de la Orden Juan el Teutónico le acompañó a Bolonia, un poco más lejos de su tierra. Sus hermanos militares, sin embargo, le siguieron la pista y lograron secuestrarlo en este viaje. No le pudieron quitar el hábito aunque se lo desgarraron. Era un mocetón cercano a los dos metros y de gran envergadura. Le llevaron al castillo de Rocaseca, propiedad de su madre para que recapacitase.

           

Un año pasó encerrado en el castillo. Como no podían apartarle de su decisión idearon una estratagema que, dada su soledad y aislamiento, podía obtener resultados. Introdujeron en su aposento una bella napolitana para que conviviera con él pero Tomás la despidió a tizonazos. Su hermana mayor Marotta, que le quería mucho, era la que más conversaba con él tratando de disuadirlo de una vocación tan menesterosa. La pugna entre los dos se decidió entrando ella en las benedictinas, donde fue abadesa por largos años.

           

Después de esto su madre se dio casi por vencida. De hecho permitió que su amigo, el dominico Juan de San Julián le visitase en el castillo y le suministrase ropa de religioso y libros, entre ellos la Biblia y las Sentencias de Pedro Lombardo. Se los aprendió de memoria con lo que no necesitó en adelante trasladarlos en sus viajes. La condesa Teodora, una madre que, pese a todo, le adoraba, se fue haciendo la distraída permitiendo así que en un cierto momento Tomás se fugara y volviera al noviciado. Esto fue a finales 1245 con diecinueve años bien cumplidos.

           

En 1247 los superiores lo enviaron a estudiar a París [1], donde enseñaba Fray Alberto Magno. Un año más tarde Alberto fue destinado a Colonia y se llevó con él a Tomás. Justamente ese año comenzaba a edificarse la catedral de Colonia a la que tantas veces se ha comparado el sillar del tomismo iniciado por Alberto y Tomás. A cada piedra del edificio catedralicio le correspondería un artículo de la gran síntesis del conocimiento tomista. El físico espléndido de Tomás y su taciturnidad extrañaba a los estudiantes alemanes compañeros de estudio.  Como suele suceder, pronto le pusieron un mote: “el buey mudo”. Alberto aprovechó el epíteto para presentar a Tomás ante los compañeros: “Llamáis a este “buey mudo”, pero yo os aseguro que este buey dará tales mugidos con su ciencia que resonarán en el mundo entero”.

           

Estas palabras de Alberto se pronunciaron a raíz de un círculo o disputa académica. Un estudiante debería estudiar una tesis, exponerla en público y defenderla contra cualquier objeción de la concurrencia. Esta vez le toco hacerlo a Tomás, el siciliano, como le nombraban. Tras la exposición vino la lucha dialéctica. Tomás distinguió términos y conceptos y respondió adecuadamente una y otra vez. Inexpugnable. Hasta el maestro Alberto asumió el papel de adversario y le arguyó repetidas veces con fuerza. Tomás siguió distinguiendo. Sí, pero…, y respondió magistralmente tanto que Alberto se lo hizo notar: “Fray Tomás, no parece usted un estudiante que contesta sino un maestro que define y determina”. Fue entonces cuando Alberto predijo las resonancias mundiales de la ciencia de Tomás.

 

Terminada la carrera de Teología fue ordenado sacerdote por el arzobispo de Colonia, Conrado de Hochstaden, e inmediatamente  comenzó su profesorado. Los opúsculos sobre El ser y la esencia y Sobre los principios de la naturaleza, son de este tiempo. Fueron éstos, momentos de felicidad para él, encontrándose centrado en su vocación. El mundo, no obstante, seguía con sus maquinaciones. Inocencio IV, a instancias de su madre, le ofreció la abadía de Montecasino. La verdad es que su familia en aquellos momentos pasaba por apuros políticos. Rechazó la abadía y el arzobispado de Nápoles y todas las demás proposiciones para centrarse en su humilde labor de catedrático. París le esperaba y le necesitaba y allí le trasladaron después de enseñar sólo un año en Colonia.

            Por sus excelentes dotes intelectuales [2], Tomás fue llamado a París como profesor de teología en la cátedra dominicana. Allí comenzó también su producción literaria, que prosiguió hasta la muerte, y que tiene algo de prodigioso: comentarios a la Sagrada Escritura, porque el profesor de teología era sobre todo intérprete de la Escritura; comentarios a los escritos de Aristóteles; obras sistemáticas influyentes, entre las cuales destaca la Summa Theologiae; tratados y discursos sobre varios temas. Para la composición de sus escritos, cooperaban con él algunos secretarios, entre los cuales el hermano Reginaldo de Piperno, quien lo siguió fielmente y al cual lo unía una fraterna y sincera amistad, caracterizada por una gran familiaridad y confianza. Esta es una característica de los santos: cultivan la amistad, porque es una de las manifestaciones más nobles del corazón humano y tiene en sí algo de divino, como el propio santo Tomás explicó en algunas quaestiones de la Summa Theologiae, donde escribe: «La caridad es la amistad del hombre principalmente con Dios, y con los seres que pertenecen a Dios» (II, q. 23, a.1).

 No permaneció mucho tiempo ni establemente en París. En 1259 participó en el capítulo general de los dominicos en Valenciennes, donde fue miembro de una comisión que estableció el programa de estudios en la Orden. De 1261 a 1265 Tomás estuvo en Orvieto. El Romano Pontífice Urbano IV, que lo tenía en gran estima, le encargó la composición de los textos litúrgicos para la fiesta del Corpus Christi, instituida a raíz del milagro eucarístico de Bolsena. Santo Tomás tuvo un alma exquisitamente eucarística. Los bellísimos himnos –Pange lingua, Tantum ergo, Adoro te devote, etc- que la liturgia de la Iglesia canta para celebrar el misterio de la presencia real del Cuerpo y de la Sangre del Señor en la Eucaristía se atribuyen a su fe y a su sabiduría teológica. Desde 1265 hasta 1268 Tomás residió en Roma, donde, probablemente, dirigía un Studium, es decir, una casa de estudios de la Orden, y donde comenzó a escribir su Summa Theologiae. [3]

En 1269 lo llamaron de nuevo a París para un segundo ciclo de enseñanza. Los estudiantes, como se puede comprender, estaban entusiasmados con sus clases. Uno de sus ex alumnos declaró que era tan grande la multitud de estudiantes que seguía los cursos de Tomás, que a duras penas cabían en las aulas; y añadía, con una anotación personal, que «escucharlo era para él una felicidad profunda». No todos aceptaban la interpretación de Aristóteles que daba Tomás, pero incluso sus adversarios en el campo académico, como Godofredo de Fontaines, por ejemplo, admitían que la doctrina de fray Tomás era superior a otras por utilidad y valor, y servía como correctivo a las de todos los demás doctores. Quizá también por apartarlo de los vivos debates de entonces, sus superiores lo enviaron de nuevo a Nápoles, para que estuviera a disposición del rey Carlos I, que quería reorganizar los estudios universitarios.

En París se cernían oscuros nubarrones sobre los dominicos y un poco más tarde también sobre los franciscanos. La llegada de Tomás exasperó los ánimos ya bastante revueltos. Tocco dice que: ”Desde el primer instante superó a todos, incluso a los maestro más célebres y encanecidos en la cátedra, por su nuevo método de enseñar, claro, conciso, profundo, preciso, y por su extraordinaria originalidad, cualidades que le granjearon una simpatía y una admiración sin límites por parte de los estudiantes”.

 Ello concitó las iras de los maestros seculares, la mayoría sacerdotes, contra los religiosos, iras que ya se venían incubando desde hacía tiempo. La irrupción de los jóvenes profesores de las nuevas Órdenes mendicantes, bien preparados, con un talante novedoso, y apoyados por una fuerte organización, hizo tambalear la pacífica posesión de las cátedras por los seculares. Sobresalió en esta actitud intrigante y belicosa el maestro Guillermo de Saint-Amour, del clero secular, que se empeñaba en expulsar de la universidad a los religiosos confinándoles en sus conventos. Santo Tomás le respondió magistralmente con varios escritos. Después de grandes discusiones y altercados el Papa falló a favor de los religiosos.

 

 




[1]  Los datos biográficos los tomamos, en parte, del libro escrito en colaboración por varios dominicos para la familia dominicana y titulado “Nueve personajes históricos”, muy basado en Santiago Ramírez O.P.: Introducción a Tomás de Aquino, (Suma Teológica,  BAC, 1964, 3ª ed. tomo I, n. 17, pg. 45 ss) En realidad, la mayoría de los hechos sobre Santo Tomás los conocemos por la primera biografía, bastante cercana,  compuesta por Fray Guillermo de Tocco en vistas a su canonización llevada a cabo por Juan XXII en 1323, a los 49 años de su muerte..

[2]
Este y los dos siguientes párrafos los tomo de las catequesis que Benedicto XVI ha dado sobre Santo Tomás de Aquino en Junio de 2010

[3](cf. Jean-Pierre Torrell, Tommaso d´Aquino. L’uomo e il teologo, Casale Monferrato, 1994, pp. 118184).

 

 

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