Eduardo Pérez dal Lago atendió al santo mientras preparaba su exposición de milagros eucarísticos
Carlo Acutis no dudaba de que Jesús está vivo, solo quería contarlo, dice un sacerdote que lo ayudó

"En general, la gente busca en el milagro una confirmación científica de su fe. Pero él no tenía ninguna duda de que Jesús está vivo", atestigua el padre Eduardo Pérez dal Lago.
El 8 de mayo de 1992, cuando millones de fieles celebraban en Argentina la fiesta de la Virgen de Luján, culminó uno de los milagros más conocidos de la historia del país hispano, solo una semana después de que dos fragmentos de una hostia consagrada se mostrasen visiblemente como sangre y carne. Un análisis forense describió el tejido analizado como vivo y al mismo tiempo compatible con un infarto de miocardio reciente seguido de un severo traumatismo en el pecho.
El sacerdote Eduardo Pérez dal Lago, abnegado tomista y entregado a la evangelización desde la cultura, es actualmente el único testigo directo de los sucesos que comenzaron el 1 de mayo y que pronto fueron conocidos en todo el mundo, gracias también a la difusión de Carlo Acutis y su conocida Exposición de milagros eucarísticos en el mundo.
Entrevistado por Religión en Libertad, el sacerdote ordenado en 1991 cuenta que presenciar aquel milagro eucarístico cambió su vida, como también lo hizo conocer, aunque fuese durante unos breves instantes, a un joven Acutis que llevó al mundo los milagros eucarísticos y que será elevado a los altares este 7 de septiembre, junto a Pier Giorgio Frassati.
- ¿Qué ocurrió el 8 de mayo de 1992?
-Una semana antes, el párroco encontró dos pedazos de hostia sobre el corporal, al lado del sagrario, [y pensamos que] se habría caído al pasar de un copón a otro, asique los puso en un vaso de cerámica con agua para que se diluyese. Antes de las 10:00 de la mañana del 8 de mayo de 1992, eso explotó.
- ¿Qué quiere decir?
-Que explotó. Explotó realmente. Había esquirlas sobre las paredes del vaso, algunas estaban secas, pero sobre todo había un gran núcleo que era parte de las dos hostias que se habían unido pero que conservaban como unas fibras blancas de trigo, que eran parte de las dos hostias que se habían unido.
- ¿Y qué encontraron?
- Había un pedazo de carne con sangre que se mantuvo fresco hasta el día de hoy. Nunca se pudrió. Y llevamos ya 32 años.
- ¿Cómo se llegó a considerarlo un milagro eucarístico?
- Tardó ocho años en analizarse. Se hizo una primera investigación, pero no fue hecha correctamente. En 1999 se analiza en Texas y Nueva York, primero a cargo de Ricardo Gómez Castañón y después de Frederick Zugibe [reconocido patólogo forense de la Universidad de Columbia].
- ¿Qué concluyeron?
- Se encontró un pedazo de miocardio, cercano a la válvula del corazón que bombea sangre a todo el organismo, y que correspondía a un hombre de unos 30 años, sumamente estresado y herido. Que un trozo de carne esté vivo fuera de un organismo vivo ocho años después [de su hallazgo] no tiene explicación. Y que se produzca de dos pedazos de hostia tampoco.
- Le cambiaría la vida presenciar aquello…
- En ese momento el cardenal Bergoglio [difunto Papa Francisco] autorizó en el año 2000 la exposición del milagro eucarístico. Evidentemente siempre creí que Jesús está vivo y presente, pero esto reforzó mi fe. Y por otra parte me trajo una novedad, la idea de que Jesús está herido. Cuando uno piensa en Jesús resucitado, sabes que está herido porque muestra las llagas, pero no imaginas que eras heridas duelen. Parte de la revelación de este milagro fue mostrar su dolor, nuestros pecados e indiferencia.
-¿Podría decirse que se convirtió en una de los hilos conductores de su labor evangélica?
-Es mi apostolado, hablar a los hombres de un Dios que, porque nos ama, siente dolor de ver nuestra indiferencia e ingratitud. Sí, esto me motivó mucho. También a llevar una vida más eucarística, en la celebración, adoración, en la predicación o al llevar el Sacramento a los enfermos, a promover la adoración y buscar la adoración perpetua. Pero, sobre todo, me llevó a pensar que lo importante es Él y yo solo soy el ministro, “el que lo lleva”.
- ¿Y cómo entra Carlo Acutis en esta historia?
- Era el año 2003. Yo estaba en la Conferencia Episcopal argentina, [Carlo] estaba buscando información para la muestra de milagros y me escribió. Me preguntó por el milagro de Buenos Aires y le mandé información. Fueron dos o tres correos y después perdí el contacto.
-¿No volvió a saber de él?
-Supe que había muerto porque se publicó esa muestra de milagros y yo la traje a Argentina. Luego me enteré del proceso, hablé con su madre y ella me dio una reliquia para que yo la llevara a la Fundación La Santa Faz [que él dirige, para el desarrollo del arte sacro] y seguí de cerca su causa.
- ¿Hubo algo que le llamase la atención de aquel joven?
- Su actitud. En general, la gente busca en el milagro una confirmación científica de su fe, lo que encontraron o lo que dicen los análisis. Pero él no tenía ninguna duda de que Jesús está vivo. Solo quería explicárselo a sus amigos y buscaba el instrumento, esa exposición de milagros, para transmitirlo.
-La fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía parece decaer en no pocas diócesis del mundo. ¿Cómo lo explica y cómo corregirlo?
-Creo que, quizá, no hay una duda sobre el dogma. Me parece que vivimos un mundo poco intelectual y que no hay un rechazo intelectual a la Presencia.
-Entonces, háblenos de su diagnóstico…
-Un sacerdote que celebra misa en media hora, dedicando veinte minutos a predicar y diez a celebrar, puede no dudar de la transubstanciación, pero en la práctica le da más importancia a su palabra que al sacrificio. Si no nos arrodillamos, no estamos, no hablamos, no lo escuchamos, no le abrimos el corazón, si ponemos el sagrario en cualquier lugar… Eso es lo que desdibuja nuestra fe. Una fe a la que, en la práctica, no le damos un tiempo para estar con Dios, reconocerlo o visitarlo.
- Tras su experiencia contemplando un milagro eucarístico o conociendo a un santo que evangelizó con la Eucaristía, ¿podría mencionar algún tratamiento que aborde ese diagnóstico?
- La misa diaria.