Religión en Libertad

Contra los laicistas groseros, la religión como identidad, los relativistas y la persecución de cristianos

Argüello, en «ABC», usa Jumilla para hablar de los derechos de Dios y contra la fe como folclore

Luis Argüello, presidente de la Conferencia Episcopal Española y arzobispo de Valladolid

Luis Argüello, presidente de la Conferencia Episcopal Española y arzobispo de Valladolid

Pablo J. Ginés
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El arzobispo Luis Argüello, presidente de los obispos de España, ha publicado un detallado y matizado artículo de Opinión en el diario ABC, a raíz del debate sobre el veto al uso religioso en los polideportivos de la pequeña ciudad de Jumilla, y las menciones del partido VOX a «usos y costumbres del pueblo español». Se titula Jumilla como lección y paradoja.

Como se verá a continuación, Argüello aprovecha para repasar diversos temas. En realidad quiere criticar cuatro posturas distintas:

  • los que son groseros con el cristianismo y llaman 'odio' a todo, pero son suaves con el Islam;
  • los que dicen querer democracia pero sin querer valores éticos verdaderos, reales, naturales (una democracia sin base);
  • los que usan el cristianismo para hacer política identitaria, pero sin amar ni escuchar a Dios;
  • y, ya al final, los Estados musulmanes que persiguen a los cristianos.

Punto de partido, el caso de Jumilla

"La propuesta en Jumilla de una moción sobre «la defensa de los usos y costumbres del pueblo español frente a las prácticas culturales foráneas como la Fiesta del Cordero» y «la modificación del Reglamento de uso y funcionamiento de instalaciones deportivas municipales» ha dado pie a un torrente de reacciones. La Conferencia Episcopal (CEE) se ha unido a la postura de la Comisión Islámica Española que critica la moción aprobada en Jumilla fundando su rechazo en la Constitución española y la Declaración Universal de los Derechos Humanos que reconocen la libertad religiosa y de culto, tanto en público como en privado", empieza el artículo del arzobispo vallisoletano.

Después, sin detenerse en el argumento de la Constitución, pasa a mencionar los "derechos de Dios", que, recuerda, están enlazados con los derechos del hombre, puesto que según el cristianismo, Jesús es Dios hecho hombre.

"Este acuerdo en textos básicos para nuestra convivencia quiere expresar además una convicción más profunda, aunque suena a políticamente incorrecta, en los «derechos de Dios», también confesados en la plaza pública. Para la pretensión cristiana, los derechos de Dios que encarnó en Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, son inseparables, de ahí la radical afirmación de la sagrada dignidad humana, no por concesión de los estados o las leyes, sino como dato previo y pre-político. La comunidad política y sus leyes reconocen esa dignidad y sus expresiones en la libertad de conciencia, de pensamiento, de asociación y de culto, además de otros aspectos para asegurar una convivencia guiada por el principio del bien común".

Más allá de "las trincheras" ideológicas

Así, el arzobispo se quiere apoyar en esos dos principios (que son dignidad de la persona y bien común) y busca "ensanchar la mirada sobre lo que acontece estos días para aproximarme así a una perspectiva católica, es decir universal e integradora, de las diversas dimensiones y grupos sociales en juego".

Primero, Argüello lamenta que "en el actual contexto polarizado y polarizador, desde que los sentimientos han sido elevados a categoría jurídica, utilizar el odio como argumento de ida y vuelta que ahonda las trincheras es habitual, pero asimétrico".

Parece apuntar, sin mencionarlo, a cierto laicismo de izquierdas, que es muy grosero con las cosas cristianas y enseguida habla de "delitos de odio" cuando le contradicen, pero es muy exquisito y delicado con las musulmanas. 

Así, Argüello escribe: "Depende del lado de la línea, unas expresiones son de odio, religioso, racial, sexual, etc. o son legítimas expresiones de la libertad. Se puede jugar o burlar con imágenes o símbolos de un grupo por libertad artística o de expresión y si alguien se queja, «tiene la piel muy fina» o es «intolerante»". 

¿Valores cristianos sin amar a Dios Padre?

Después Argüello pasa a criticar la visión de la religión cristiana como una herramienta folclórica e identitaria, un aglutinante al servicio del nacionalismo o los grupos políticos.

Así, explica, "la defensa de nuestras «tradiciones», «valores cristianos», «usos y costumbres del pueblo español» ¿qué significan hoy? La fe es Palabra acogida y Tradición abrazada y transmitida por el Pueblo de Dios. Del Evangelio surgen valores, usos y costumbres que encarnan una propuesta moral y una ética de la vida buena. Pero cuando la fe no se cultiva y solo se hacen lecturas ideológicas de los valores, la defensa de usos y tradiciones puede quedar reducida a mero folclore o a instrumento inadecuado de la legítima lucha por el poder".

A quien quiere "valores cristianos" sin rezar ni hablar con Dios, Argüello les propone cambiar y, sí, acudir a Dios.

"Por eso es decisivo que los defensores de valores y tradiciones vuelvan a las fuentes y miren al que en la Cruz dio la vida por todos, oren al Creador y Padre que ensancha permanentemente el «nosotros» de nuestra existencia en un «ordo amoris» en el que la propia sangre, la propia nación y la familia humana conviven sin anularse ni fusionarse".

El relativismo moral debilita a la democracia

Los actuales obispos europeos llevan toda su vida leyendo a San Juan Pablo II y a Benedicto XVI, que criticaban al relativismo moral por debilitar a las democracias y vaciarlas de ética. Argüello aprovecha la polémica para retomar ese tema.

"Los defensores a ultranza del relativismo moral, como caldo de cultivo indispensable para la democracia, se encuentran hoy con la necesaria búsqueda de «regeneración» de la democracia. El rechazo de las tradiciones religiosas o su intento de reducción a las sacristías –qué paradoja que en esto el progresismo cultural y la moción de Jumilla coinciden– supone renunciar a fuentes que generan «pueblo», «demos», sin el cual las democracias del elogio del individuo autónomo y desvinculado se encuentran cada vez más en el callejón sin otra salida que la manipulación de conciencia o el «panem et circenses»".

Parece que el gran tema para Argüello y los obispos no es tanto el Islam (pequeño y casi sin poder en España, apenas cuenta con un puñado de concejales, quizá más devotos de su partido que de Alá) como los abusos de poder del Estado, que es realmente grande, poderoso, muy intervencionista y a menudo en manos de personas poco virtuosas.

En esa línea parece que piensa Argüello cuando señala: "Es necesario descubrir la auctoritas que evite que la legítima potestas democrática no se reduzca a un poder que se legitima a sí mismo en el positivismo jurídico". 

[La auctoritas es la autoridad moral lícita, mientras que la potestas es el poder real, que se ejerce con multas, leyes, castigos, etc...]

Recordar a los cristianos perseguidos

Argüello ya ha regañado a los que dicen defender el cristianismo sin estar con Cristo, y a los que dicen defender la democracia sin estar con la ética natural. Dedica el final del artículo (que, recordemos, empezó hablando de unos polideportivos municipales) al tercer elemento en discordia, el Islam que gobierna países extranjeros y acosa y persigue a los cristianos.

"El bien común en el mundo global pide exigir reciprocidad a los Estados de confesión islámica que persiguen o ponen trabas a los cristianos. Hoy los cristianos de las diversas Iglesias son los creyentes más perseguidos del mundo. Qué bueno sería que nuestros amigos musulmanes españoles o que viven entre nosotros reivindiquen la libertad allí que para ellos defendemos aquí", finaliza su artículo.

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