Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

¿Qué hay dentro de su cabeza?

Una mujer en silla de ruedas.
El Alzheimer complica las relaciones por el deterioro cognitivo, pero quienes lo padecen sí pueden responder al amor. Foto: Steven HWG / Unsplash.

por Mark Bauerlein

Opinión

Intento ver a mi madre cada dos días, y cada visita es diferente. A veces soy su novio; a veces su marido; a veces su hijo, pero el equivocado, soy mi hermano gemelo John; o simplemente soy un tipo que le sonríe y ella le devuelve la sonrisa. Cuando entro por primera vez en la casa donde vive con otros seis pacientes con demencia, levanta la vista y hace una pausa, con el rostro inexpresivo hasta que algo en su interior decide quién soy. Ayer fui yo, mañana... ya veremos.

Tiene 90 años pero aún se mueve, así que puedo llevarla fuera y guiarla mientras ella, con el andador, se concentra en cada paso y murmura el motivo del día. Hace un año el tema solía ser algo real, como las muchas horas de caminata subiendo y bajando por Russian Hill y Nob Hill [noreste de San Francisco] que ella y mi padre hacían antes de que naciéramos. O podía ser mi perro Finn, del que se reía sin parar cuando, el año pasado, vivió en mi planta baja. Ahora, sin embargo, todo es imaginario. La semana pasada me informó de que John estaba huyendo de la policía. "¿Por qué?", le pregunté (solo la corrijo cuando está demasiado agitada). Pero las preguntas de "por qué" no funcionan muy bien con ella, así que puse a John en FaceTime y se animó al oír su voz. Sin embargo, dos minutos más tarde, después de haber colgado, estaba segura de que lo habían atrapado y asesinado.

El objetivo es distraerla, sacarla de su propia cabeza. Un poco de sol, aire y ejercicio para evitar que esos pensamientos extraños ganen. No durará mucho más, la mente se irá pronto, pero el espíritu puede reponerse. La semana pasada estuvo en el hospital con una infección por E. Coli y las enfermeras estaban muy preocupadas de que no la superara. La cogí de la mano cuando llegó el médico con los resultados de laboratorio, con una expresión sombría y haciendo preguntas sobre el dolor, la sed y demás. Mi madre frunció el ceño a cada una de ellas, murmuró un sí o un no desconcertado y el médico habló conmigo un momento y se marchó. Mi madre me apretó la mano con ternura, me miró a los ojos y dijo: "¿Qué demonios era eso?"

No me importan los detalles médicos, solo los momentos de disfrute que yo pueda proporcionarle de una manera u otra. La calidad de vida está casi a cero y hay que ser creativo. Durante un tiempo pude utilizar imágenes: postales del Hotel Stanley donde ella y mi padre trabajaron en el verano de 1950, fotos de los nietos cuando eran bebés, fotos glamurosas ("¿Te acuerdas de Tyrone Power, mamá?"). A estas alturas, incluso esos recuerdos se han desvanecido, pero la música sigue funcionando: un vídeo de mi hijo tocando Humoresque en el violonchelo, o Bing Crosby diciéndole a Marjorie Reynolds en Holiday Inn: "Be carefulllllll, it's my hearrrrrrt", que ella cantaba en el hospital mientras yo reproducía el vídeo de YouTube. Estaba radiante de orgullo por conocer la letra.

El Alzheimer es uno de los principales hechos de nuestro tiempo y sigue siendo un misterio. Mi hermana es experta en la parte de salud pública de la enfermedad y me pone al corriente de lo que se puede y no se puede hacer. Para mí, todo es inmediato. Mi madre es ahora una superficie y es difícil de interpretar. El Alzheimer ha convertido su mente en un continente oscuro. La oigo intentar formar una frase y me pregunto: "¿Qué está pasando en ese cerebro ralentizado?" "¿De dónde demonios ha sacado eso?", me pregunto a menudo al dejarla, aunque no lo digo en voz alta. Me dice que tiene 30 años, que es el capricho de alguien cuya conciencia se ha limitado al momento presente y a los detalles sensoriales, así que ¿por qué no tener 30 años? En el camino a casa, la abarrotada circunvalación no me molesta. Tengo mucho en que pensar.

¿Su yo está desapareciendo, o es el mundo el que se va y solo queda ella? No puede comunicarse muy bien con los demás, pero apuesto a que se comunica consigo misma sin parar. Estoy seguro de que dentro de esa cabeza pasan muchas cosas. Mientras observo el lento deterioro, las especulaciones continúan. Aquí va una: cuando llegue el último suspiro y le siga un bendito ascenso (esperamos), ¿Dios hará que se recupere? ¿Recuperará su mente?

Esa pregunta se me ocurrió la semana pasada, y mi primera respuesta fue: "Por supuesto". Pero luego pensé: ¿realmente necesita todo eso una vez que su carrera mortal haya terminado? Los enfermos de Alzheimer están confusos y angustiados, se preocupan y se inquietan, saben que algo terrible les pasa y es indudable que ese dolor tan particular tiene que terminar. Pero seguramente es cierto que una vez que aterrizan en el Más Allá, los lugares en los que vivieron, sus amigos de la infancia, los trabajos que tuvieron y una calamitosa relación amorosa de 1995 ya no tendrán mucha importancia. Ahora están en la eternidad, solo un yo, un alma. Las circunstancias de una biografía han terminado. El alma no las necesita.

Estoy divagando, lo sé. Lo hago en cada viaje de vuelta a casa hasta que aparco. Supongo que es un hábito de los hijos que ya no pueden conectar con un progenitor. Ella parece estar siempre pensando. Y si no llega muy lejos, si no le salen palabras coherentes, si el mundo exterior no coincide con su corriente interior, no pasa nada; basta con obtener de ella una sonrisa.

Publicado en First Things.

Traducción de Elena Faccia Serrano.

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