La oración que gana batallas
Nuestro mundo, en su soberbia revestida de progresismo, ha sustituido a Dios por los más abyectos diosecillos y su Revelación por las más disparatadas ideologías. Sin embargo, a pesar de todos los “progresos” alcanzados, el hombre de hoy, al igual que el hombre de siglos pasados, sigue padeciendo los ataques del dragón infernal, esa antigua serpiente que, como nos advirtiera San Pedro (cfr. 1 Pe 5, 8) ronda como león rugiente buscando a quien devorar.
Desafortunadamente, cegados por el materialismo, muchos hemos olvidado que la vida del cristiano es milicia pues, conscientes o no, enfrentamos una lucha que, como nos advierte San Pablo (cfr. Ef 6, 11-12), no es contra la sangre y la carne, sino contra principados, potestades y espíritus del mal. Para este temible combate, que no podemos ganar solos, contamos con la gracia de Dios, otorgada con gran liberalidad a través de los sacramentos, y además contamos con un arma sumamente poderosa. Un arma que es capaz de hacer huir al dragón infernal, transformar vidas, salvar almas y conquistar el cielo.
El rosario es una oración que, desde su origen a principios del siglo XIII, ha demostrado su poder para ganar batallas. La primera victoria atribuida al rezo del rosario se obtuvo poco después de que Santo Domingo de Guzmán, por inspiración de la Santísima Virgen, enseñara y propagara el salterio mariano. Gracias a su difusión, se logró derrotar a los herejes albigenses en la batalla de Muret en 1213, así como la conversión de miles de herejes y la mudanza de vida de innumerables pecadores. A partir de entonces, se fue extendiendo entre las diferentes órdenes religiosas la piadosa costumbre de usar el rosario como parte del hábito religioso.
Sin lugar a duda, la más famosa victoria obtenida gracias al santo rosario es la célebre batalla de Lepanto, la cual Miguel de Cervantes (también conocido como el Manco de Lepanto por haber perdido la movilidad de su brazo izquierdo en tan importante batalla) definiera como “la más memorable y alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”.
Así, el 7 de octubre de 1571 se libró la batalla decisiva entre la Liga Católica (una alianza formada por el Imperio español, los Estados Pontificios, la Orden de Malta, Venecia, Génova y el Ducado de Saboya) contra las fuerzas del Imperio Otomano, que buscaba apoderarse de Italia en un esfuerzo por trasladarse al corazón de Europa. La media luna sangrienta desafiaba a la cristiandad una vez más y mientras varios reyes cristianos titubearon ante la temible batalla, negando su apoyo, un príncipe sin corona, el último caballero de Europa, como le llamara Chesterton, preparó la decisiva batalla.
Don Juan de Austria dirigió las fuerzas cristianas con un ejército sobrepasado en número y poder por las musulmanas. Mas esto no le hizo vacilar, pues confiaba en la ayuda divina. Por ello, animó a sus hombres con las siguientes palabras: "Hijos, a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión para que el enemigo os pregunte con arrogancia impía: ¿Dónde está vuestro Dios? Pelead en su santo nombre, porque muertos o victoriosos, habréis de alcanzar la inmortalidad".
Asimismo, el Papa Pío V exhortó a todos los cristianos a unirse en el rezo del rosario a fin de obtener el auxilio de la Virgen María en tan peligrosa y decisiva batalla, incluidos los combatientes, que se prepararon para la batalla rezando, de rodillas, sobre las cubiertas de sus galeras. Parafraseando unos versos de la magnífica balada Lepanto, de Chesterton: "Los hombres de oriente pueden deletrear las estrellas y los tiempos y los triunfos marcan, pero los cristianos triunfan con la cruz de Cristo”. Y así, el heroico ejército, gracias a la clara protección de la Virgen, pudo, después de una encarnizada batalla, desplegar al viento sus magníficos y victoriosos estandartes. Domino Gloria!
En gratitud por la victoria obtenida, el Papa Pío V instituyó la fiesta de la Virgen de las Victorias (actualmente conocida como la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario). Además, en homenaje, añadió a las letanías lauretanas la advocación Auxilio de los Cristianos. Otras batallas que deben su victoria al rezo del Santo Rosario son: el asedio de La Rochelle (1627), la Batalla de Viena (1683) y la batalla de Temesvar en 1716. Estas y otras victorias menos conocidas, como las vidas de los muchos bebés que han sido salvadas gracias al rezo del rosario frente a los abortorios, dan testimonio de que, como dijera el Papa León XIII, “tenemos en el rezo del Santo Rosario los auxilios que necesitamos”.
Actualmente, la civilización cristiana enfrenta a un enemigo aún mayor, pues éste se ha introducido en la sociedad, disfrazado de libertad y progreso, sofocando la luz del evangelio con la oscuridad de la impiedad. Sin embargo, este mes de octubre, mes dedicado al Santo Rosario, es un excelente momento para que, a ejemplo de tantos héroes y santos, comencemos la devoción del rezo diario del santo rosario, arma otorgada por la Virgen contra las fuerzas de las tinieblas.
Pongámonos bajo el mando y el manto de María, Auxilio de los Cristianos, con la confianza plena de que no nos desamparará en la batalla. Pues como afirmase Santa Teresita del Niño Jesús: “Con el Rosario se puede alcanzar todo. Según una graciosa comparación, es una larga cadena que une el Cielo y la tierra, uno de cuyos extremos está en nuestras manos y el otro en las de la Santísima Virgen. Mientras el Rosario sea rezado, Dios no puede abandonar al mundo, pues esta oración es muy poderosa sobre su Corazón”.
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