Cómo vencer el «Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor» de Ovidio

Estatua de Publio Ovidio Nasón (43 a.C-17 d.C.) en Constanza (Rumanía), la antigua Tomis donde murió desterrado el poeta, nacido en Sulmona (Italia).
"Video meliora proboque, sed deteriora sequor [Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor]": la autoría de este aforismo latino le es atribuida nada más y nada menos que a Ovidio, aquel titán de los pensadores clásicos ubicado en los siglos I antes y después de Cristo, y autor de obras cumbre como Arte de amar y Metamorfosis (entre otras).
Desde mi humilde punto de vista, esta cita cobra sentido en las siguientes contradicciones tan inveteradas en el comportamiento humano:
- percibimos la hermosura acústica de una pieza de Vivaldi (“veo lo mejor y lo apruebo”), aunque preferimos perforar nuestros tímpanos al compás del reguetón más estruendoso (“pero sigo lo peor”);
- sabemos identificar -y reconocer- la erudición de los poetas clásicos, pero nos solazamos en la lectura de bestsellers (en el mejor de los casos) y en el consumo bulímico de series de ocasión;
- encontramos asilo intelectual en la fortificación de un aforismo latino (como el de Ovidio) o de un refrán español, pero edificamos nuestro pensamiento en el endeble pladur de las frases hechas;
- nos quedamos obnubilados al degustar opíparos manjares provenientes de Asturias y Galicia, pero frecuentamos -con extrema asiduidad- gastrobares de tempura y temporada;
- ovacionamos -e incluso idealizamos- a las personas que nos encandilan con su ejemplo, pero decimos que son “demasiado buenas”, como una autoexcusa que nos disuade de impregnarnos de su bondad;
- nos curvamos ante la beatitud en vida de los santos que habitan en el Cielo, pero entendemos la oración diaria como una pérdida de tiempo (o como un hábito monjil, mojigato y extraño, reservado en exclusiva para frailes y monjas con hábito);
- enarbolamos ramas de olivo como reverencial muestra de adoración a Cristo, para, a renglón seguido, escarnecerle y flagelarle en el madero infamante de la cruz.
No cabe duda de que video meliora proboque, sed deteriora sequor (“veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor”).
De entre todo lo que acabo de decir, la demostración más colosal -y brutal- de este aforismo de Ovidio la vemos en la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
El “veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor” no puede haberse cumplido con más tino que en la génesis e historia del cristianismo:
- Quien fundó la Iglesia con más fieles de todos los tiempos (“veo lo mejor y lo apruebo”), murió crucificado (“pero sigo lo peor”);
- y ese mismo credo es, amén del más practicado del mundo (“veo lo mejor y lo apruebo”), el que sufre de mayor persecución (“pero sigo lo peor”).
Tanto ayer como hoy, antaño y hogaño, encajan todas las piezas; y con un acierto de lo más estremecedor. Detente unos segundos a pensarlo…
Ahora bien, la victoriosa resurrección de Cristo arroja un rayo de esperanza sobre la frase de Ovidio: el triunfo del Reino de Dios sobre el principado de las tinieblas.
Este triunfo de Jesús ante la muerte trajo consigo que, además de ver lo mejor y de aceptarlo, fuésemos capaces de seguirlo; contando siempre con el auxilio, el amparo y la protección del Todopoderoso. Lo único que tenemos que hacer es decirle ‘sí’, pedirle que se haga en nosotros su voluntad y confiar en que Él puede transformarnos con una fe “capaz de mover montañas”.
De todo lo dicho, se dan dos coincidencias de lo más sorprendente:
- la primera, que la pasión y muerte de Jesucristo son los episodios históricos en los que mejor quedan reflejados la advertencia de Ovidio (“veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor”);
- la segunda, que la resurrección victoriosa de Cristo nos brinda la oportunidad de quebrar el “sigo lo peor” del que nos advertía Ovidio.
En conclusión, la historia del cristianismo es capaz de retratar -con mejor tino que ninguna- el “veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor” de Ovidio y al mismo tiempo (y para colmo), tiene el poder de darle la vuelta al final de la frase, para transfigurar la incoherencia (el “sigo lo peor”) en coherencia (“sigo lo mejor”) y así culminar este aforismo con un final feliz. Detente unos segundos a pensar en la gigantesca magnitud de lo que acabas de leer…
Para más inri, las dos coincidencias desarrolladas en el párrafo anterior también se manifiestan de una manera tangible en el presente:
- en primer lugar, al ser el cristianismo el credo más practicado de la tierra (“sigo lo mejor y lo apruebo”) y a su vez, el más perseguido (“pero sigo lo peor”);
- en segundo término, porque nos encontramos a la espera de la Santa Parusía, es decir, de la segunda venida que Cristo tiene reservada para nosotros con el final de los tiempos (de tal modo que el “sigo lo peor” del que nos alertaba Ovidio se vuelva a trocar en un “sigo lo mejor”).
Como colofón, me gustaría interpelar a tu razón -y a tu corazón- con un cuarteto de preguntas retóricas un tanto incisivas (además de intrusivas):
- ¿A qué estás esperando para desmontar la frase de Ovidio con tu coherencia y ejemplo?
- ¿Por qué albergas tantas dudas a la hora de seguir aquello que ves y que aceptas?
- ¿No va siendo hora de que pases de venerar a imitar a los santos?
- ¿No ha llegado el momento de que dejes de admirar a quienes rezan más que tú, y de que te conviertas, de una santa vez, en uno de ellos?
Todos, repito, ¡todos! estamos llamados a ser unos católicos profundamente devotos (e incluso a alcanzar la santidad, aunque te cueste creerlo). No es una misión reservada para un selecto club de “elegidos”, ni patrimonio exclusivo de un retén de antigüitos, mojigatos, chupacirios, tragasantos y capillitas. Tú, también, gozas del infinito privilegio de haber sido escogido; y digo privilegio porque, parafraseando a San Francisco de Asís, hay algo que nos genera más sufrimiento que cargar con la cruz: el dolor interior de negarse a hacerlo; y el que tendremos en la otra vida a causa de nuestra omisión y deserción…
Todavía estás a tiempo. ¡Conviértete y cree en el Evangelio!