Sin culto, no hay cultura

'Pentecostés' de El Greco (detalle, 1597). El hecho de Pentecostés es la antítesis de Babel: Pentecostés es consagración a Dios y a los demás, la restauración del culto y la cultura.
"¿Acaso no estamos construyendo nuestras propias Torres de Babel en nuestros corazones?"
La lección de Pentecostés para nuestro tiempo
En una pequeña y extraordinariamente bella capilla de "La Mancha", de cuyo nombre no logro acordarme, escuché, durante la última Vigilia de Pentecostés, una homilía que me hizo comprender algo fundamental sobre nuestro tiempo. Intentaré reproducirla aquí con la mayor fidelidad posible: todo lo bueno que pueda haber en esta nota, es mérito de quien la predicó.
El sacerdote, con esa honestidad que caracteriza a los pastores quijotescos, comenzó admitiendo que pensaba mal de los sacerdotes que moralizan desde el púlpito, condenando farisaicamente los pecados de los políticos. Por eso, sonriendo con ironía, nos dijo:
- “Voy a comenzar esta homilía señalando con el dedo a dos hombres públicos”.
Aprovechando la reciente pelea pública entre Trump y Musk, señaló que “la soberbia nos pervierte, transformándonos de sacerdotes en verdugos, y de ofrendas por y para los demás, en carne devorada”. Su punto de partida fue simple: “Cuando vemos a dos hombres exitosos destruyendo mutuamente su reputación y fortuna en una disputa pública, estamos presenciando algo mucho más profundo que un conflicto de egos para ver quién es el macho alfa. Estamos viendo el mismo patrón que se repite desde el origen de la humanidad, desde el Paraíso hasta Babel, desde el becerro de oro hasta nuestros días. El oro, el incienso y mirra que ofrecemos en el altar del culto a nosotros mismos tiene su precio: nos convertimos en verdugos y somos devorados por nuestros falsos dioses”.
El diagnóstico: la corrupción del culto
La tesis central de aquella homilía se puede resumir en una frase:
- "Sin culto, no hay cultura, porque el culto es la fuente de la cultura".
Pero para entender esta afirmación, necesitamos comprender qué significa realmente "culto" y cómo se corrompe.
“El culto auténtico -explicó el padre- es la confesión gozosa de la Trinidad, la relación con lo divino que merece nuestra adoración y entrega total". Ese culto debe ser hecho "en espíritu y verdad", como nos enseña Jesús en el Evangelio. Ofrecer al verdadero Dios y Padre nuestro lo mejor que tenemos y somos, tanto a nivel personal, como familiar, como social.
Pero el Maligno nos contagia su soberbia y corrompe el culto volviéndolo en apariencia sobre nosotros mismos. Como un virus que infecta un organismo, la soberbia mantiene las formas exteriores del culto mientras vacía su contenido auténtico. El resultado es que seguimos "adorando", pero ahora "nos adoramos y adoramos a nuestros tristes ídolos”.
El patrón histórico: las tres abominaciones
La homilía identificó tres momentos paradigmáticos en la corrupción del culto y la derivación en culturas de la muerte: tres "abominaciones de la desolación en el Santuario" de nuestros corazones que se han repetido a lo largo de la historia y tienden a darse también en nuestras propias vidas cuando no nos cuidamos de la levadura de los fariseos, como nos amonesta el Señor.
- Primera abominación: el Paraíso.
En esta falsificación de la eucaristía nace el culto al yo individual de Adán y Eva, tentados por la serpiente a comer de un fruto que los haría "ser como dioses". Es la adoración del ego, del 'tomo para mí lo que me place porque me creo indispensable y superior'. Este falso culto nos lleva a desobedecer a Dios, poniéndonos de jueces del bien y del mal en su lugar: Adán y Eva dejan de ser sacerdotes, para volverse verdugos del otro y ambos rebeldes contra su Creador.
- Segunda abominación: la Torre de Babel.
Aquí vemos el culto al yo colectivo, la adoración del proyecto humano. "Hagámonos un nombre", dicen los constructores. Es la búsqueda del reconocimiento y el sometimiento público, la creencia de que podemos alcanzar el cielo con la obra de nuestras manos. Este falso culto edifica torres en nuestros corazones que se elevan en un asalto al cielo, sacrificando lo mejor de nosotros y nuestra descendencia -los arqueólogos han encontrado restos de sacrificios humanos, especialmente de bebés, en estos zigurats babilónicos-. Su fruto es la división de unos contra otros, y la confusión de lenguas, la imposibilidad de comunicarnos con autenticidad y respeto. La impureza sexual y el aborto son dos signos culturales de la muerte que provienen de este falso culto ideológico.
- Tercera abominación: el Becerro de oro.
Aquí llegamos al extremo de que ahora nosotros, hombres caídos, fabricamos nuestros propios ídolos en la imagen y semejanza nuestra: "¡Estos son tus dioses, oh Israel!". Es la adoración del poder, de la riqueza y del placer. Nuestros corazones dejan de ser "casas de oración" para volverse "cuevas de ladrones".
Las torres de Babel de nuestro tiempo
El sacerdote nos invitó entonces a hacer un examen de conciencia profundo:
- "¿Acaso no estamos permitiendo nuestras propias abominaciones de la desolación en nuestros corazones? ¿Acaso no estamos sacrificando vidas y relaciones en los altares de nuestras culturas falsificadas?"
Las torres de Babel modernas tienen nombres muy familiares: las redes sociales, las ideologías religiosas y los mesianismos políticos, la búsqueda del éxito a cualquier precio. Se nos promete que si construimos esas torres, "seremos como dioses" y "nos haremos un gran nombre" -conexión social, justicia y realización personal-. Pero termina ocurriendo lo contrario. También nosotros deformamos nuestro sacerdocio bautismal para convertirnos en verdugos: devoradores y devorados.
Las redes sociales prometen conexión pero entregan alienación. Nos transforman en curadores obsesivos de nuestra propia imagen, en buscadores compulsivos de validación externa. El "culto al like" exige sacrificios constantes: tiempo, atención, relaciones reales, paz interior. Como los antiguos adoradores de Baal, terminamos prostituyendo nuestra dignidad en altares digitales y sacrificando en ellos a los inocentes.
Las ideologías contemporáneas prometen justicia, pero siembran división. Se convierten en sistemas de pensamiento cerrados que exigen dogmatismo absoluto y castigan la disidencia. El "culto ideológico" sacrifica la verdad y la libertad auténtica en el altar de la cohesión de lo políticamente correcto, y su fruto es la polarización, la incapacidad de dialogar con quien piensa diferente para buscar, juntos, la verdad. Sacrificamos en esos altares la verdadera unidad en la diversidad para terminar imponiendo la uniformidad.
La búsqueda obsesiva del éxito promete realización pero termina devorando todo lo que es realmente valioso. El "culto al logro" exige sacrificios progresivamente mayores: familia, amistades, principios morales, hasta la propia salud física y mental. Como Moloch, este ídolo demanda siempre más, nunca se sacia.
La respuesta: Pentecostés como restauración
Pero la homilía no se quedó en el diagnóstico. Pentecostés, nos recordó el sacerdote, representa la restauración del culto auténtico y, por tanto, el nacimiento de una cultura verdaderamente humana.
- “En Pentecostés, vemos al Espíritu Santo llevar a la perfección social y personal el culto perfecto del Verbo encarnado. Jesucristo, el Hijo del hombre, el nuevo Adán, se ofreció a Sí mismo en la Última Cena como auténtico Sacerdote y Víctima. Ahora, cuando desciende el Espíritu Santo sobre María y los apóstoles, todos somos elevados a vivir y participar activamente de ese culto verdadero, de esa Eucaristía que nos transforma en verdaderos hijos de Dios. En ese momento, de esa epíclesis pascual, nace la Iglesia, su culto y sus culturas auténticas".
- "Es el anti-Babel por excelencia. Donde Babel creó confusión de lenguas, Pentecostés permite que cada uno entienda a los demás en su propia lengua. Donde Babel terminó exigiendo sacrificios humanos, Pentecostés pide ofrecimiento voluntario, consagración al servicio de Dios y de los demás como vía para alcanzar la vida eterna. Donde Babel separaba, Pentecostés une en la legítima diversidad. Así, del acto del culto supremo, nace la cultura cristiana: «En lo necesario para la fe, unidad; en lo opinable, libertad; en todo, caridad», como bien lo sintetiza San Agustín”.
Una cultura nacida del culto verdadero
La frase "sin culto, no hay cultura" adquiere aquí todo su sentido:
- “La cultura no es simplemente el conjunto de producciones artísticas o intelectuales de una sociedad. La cultura es el fruto del culto, la manera como una comunidad organiza toda su vida -personal, familiar, social, política- en función de aquello que considera mejor y sagrado".
- "Una sociedad que adora falsos ídolos inevitablemente producirá una cultura de muerte: arte que celebra la destrucción, entretenimiento que embrutece, política que divide, economía que explota, educación que ideologiza y nivela por lo bajo. Es lo que vemos hoy en gran medida: una cultura construida sobre torres de Babel, una «cultura Babel»”.
- "Pero una sociedad que participa del culto verdadero, del «culto en espíritu y en verdad», inevitablemente produce una cultura de vida: arte que eleva, entretenimiento que humaniza, política que sirve al bien común, economía que dignifica el trabajo, educación que libera la inteligencia y la creatividad”.
El llamado de nuestro tiempo
Al final de la vigilia, el sacerdote nos invitó a derribar los falsos altares que hemos estado construyendo en nuestros corazones para poder participar activa y fructíferamente de la renovación litúrgica, el culto que da vida en la misma medida que nos pide las primicias, lo mejor de nosotros mismos:
- “¡Decidámonos a amar sin reservas! ¡A perdonar como solo Dios puede hacerlo en nosotros! ¡A ser humildes para poder ser elevados a la gloria de Dios!”
- “Vivimos en un tiempo escatológico en que se va preparando «la abominación de la desolación en el Santuario» final: el culto del hombre Anticristo que producirá la cultura de la muerte y del infierno. Por eso este tiempo es una fuente de gracias especiales: tiempo para cultivar una relación íntima e intensa con la Jesucristo y su Espíritu pentecostal. Hasta que Él venga en gloria y majestad para reestablecer el culto del Reino en todo su esplendor”.
Por eso -creo yo- los verdaderos constructores de cultura en nuestro tiempo son aquellos pastores -y fieles- "con olor a incienso" que, con enorme dedicación y amor de Dios, se esfuerzan por cuidar, mantener o restaurar el culto auténtico frente a la apostasía de una falsificación del culto anticrística. Son ellos quienes, en silencio y sin aspavientos, llevan la delantera en la batalla cultural y espiritual en curso.
Porque, al final, solo el culto verdadero es capaz de dar forma a una cultura verdaderamente humana. Solo restaurando el culto podremos restaurar la cultura. Y solo una cultura nacida del culto auténtico podrá responder a las profundas necesidades del corazón humano en nuestro tiempo.
La vigilia de Pentecostés me enseñó que la clave no está en luchar directamente contra las torres de Babel de nuestro tiempo, sino en construir pacientemente, piedra a piedra, corazón a corazón, el templo viviente y verdadero del culto auténtico. El resto, como nos enseña la historia de la Iglesia, viene por añadidura.