Religión en Libertad
Algunos disfrazan el fracaso de una vida solitaria con un éxito profesional edificado sobre hacer imposible a los demás el éxito existencial.

Algunos disfrazan el fracaso de una vida solitaria con un éxito profesional edificado sobre hacer imposible a los demás el éxito existencial.Vitaly Gariev / Unsplash

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Por las mañanas, si salgo de casa a mi hora, me cruzo en la acera con un señor que siempre pasa por mi calle puntual como un reloj camino de su trabajo. Perfectamente vestido, con traje, abrigo y zapatos impecables. Cara alargada de piel pálida, nariz aguileña, mirada aguda y una expresión gélida. Es ya bastante mayor, seguro que podía haberse jubilado hace tiempo, así que por las trazas y la edad he deducido que posiblemente sea un abogado dueño de su propio bufete.

También le he visto algún fin de semana y entonces la imagen es completamente distinta, en esas ocasiones se interpreta modo casual: camisas y jerséis de colores llamativos mal combinados que no le encajan nada (parece que va disfrazado), ropa de sport de la mejor calidad y sin duda muy cara.

Sea en días laborables o de descanso siempre va solo y puestos a elucubrar he llegado a la conclusión de que se trata de un solterón que vive por y para su trabajo. Solo pensar en tenerlo de jefe me hiela la sangre porque transmite una frialdad y una exigencia escalofriantes y no me lo imagino yo comprensivo con ningún colaborador o empleado que en algún momento tenga dificultades.

Hasta hace poco un joven y talentoso profesional de mi entorno ha estado en una destacada “big four”. Ya había pasado por varias consultoras importantes y estaba familiarizado con el alto nivel de exigencia de ese sector. El caso es que su equipo estaba liderado por uno de los profesionales más brillantes del ramo. Un hombre muy inteligente y dedicado a su trabajo al 200 por 100 ya que vive solo en Madrid (su familia ha permanecido en su ciudad natal, a donde él vuelve los fines de semana), así que no tiene casa a la que ir a cenar. El jefe impone su horario al equipo, que no puede plantearse ver a los niños antes de que se acuesten o tener una cena agradable con su cónyuge.

La capacidad de este hombre es directamente proporcional a su mal carácter (incluso mala educación), lo que genera situaciones muy tensas y desagradables no solo para sus colaboradores, sino también con otros socios, pero se acepta porque los resultados económicos que aporta su área son de los mejores de la compañía.

Después de unos años de esclavitud mi conocido ha cambiado de empresa y ahora vuelve a tener vida. Sigue trabajando muchísimo y con excelentes resultados profesionales, pero reporta a un jefe que, además de brillante, es una buena persona, está bien educado y vive felizmente casado con su mujer y sus hijos.

En mi opinión, bajo la excusa de la implicación muchas veces se esconde una vida solitaria que se autojustifica por los logros profesionales y económicos. Son personas que ocultan sus carencias bajo el pretexto de un mal entendido compromiso profesional y que experimentan placer abusando de su posición jerárquica para imponer condiciones de trabajo imposibles. Es más, creo que les molesta sobremanera que otros tengan vidas normales y felices, que no pueden asumir que personas que consideran menos capacitadas que ellos mismos alcancen un éxito existencial que a ellos les está vedado.

Me parece a mí que en determinados círculos profesionales se da alas a la tiranía del jefe asocial y tóxico. Lo preocupante es que a veces estos perfiles se llegan a identificar como modelos de éxito, generando una relación enfermiza con el trabajo con consecuencias muy negativas en todos los órdenes.

No puedo dejar de recordar a un prestigioso banquero que tuvo bastante protagonismo en el último cuarto del siglo XX y que solo humanizó su relación con sus subordinados cuando su propio hijo (bastante menos capacitado que él) se incorporó a la vida empresarial y también tuvo jefes a los que someterse. Ahí lo dejo.

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