Religión en Libertad
León Tolstoi (1828-1910), autor de 'Guerra y paz' (1869), 'Anna Karenina' (1877) y 'La muerte de Iván Ilich' (1886), y también de obras de gran fondo cristiano como 'Resurrección' (1899).

León Tolstoi (1828-1910), autor de 'Guerra y paz' (1869), 'Anna Karenina' (1877) y 'La muerte de Iván Ilich' (1886), y también de obras de gran fondo cristiano como 'Resurrección' (1899).

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Sin la conciencia de pecado no pueden superarse los males derivados de la falta de conciencia, o de la falsa conciencia. Para que pueda darse una auténtica redención del género humano en medio de las truculentas sociedades en las que vivimos es imprescindible una catarsis espiritual

Fue un cristiano sui generis y de tardía conversión como León Tolstoi el que advirtió que una buena manera de buscar el Reino de Dios en la tierra era reparar la ofensas causadas como medio para la sanación de las almas. Las obras importan. La Divina Providencia puede dar al hombre la oportunidad de enfrentarse a sus faltas y enmendarlas.

Tal es así como ocurre en Resurrección (1899), una de las últimas grandes novelas de Tolstoi en la que un aristócrata llamado Nejliúdov mueve cielo y tierra para sacar de la cárcel a Katiusha, la mujer amada que una vez deshonró condenando trágicamente su devenir. La doncella emprende un camino de desdichas con el fatídico desenlace de ser sentenciada a trabajos forzados por un crimen que no había cometido.

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Como era de esperar, los análisis predominantes de esta obra son parcos en teología y se centran en el lastimoso mundanal social descrito, en la tremenda crítica que hace el autor a las instituciones de la época y en la destreza literaria. En cambio, el calado del texto vuela más alto y el escritor ruso otorga preponderancia a lo espiritual; sus intuiciones tienen hechuras cristianas por todas partes, por mucho que Tolstoi fuera una rara avis anarquizante y excomulgada de la Iglesia ortodoxa justamente por aquella obra. Resurrección denota que León Tolstoi encuentra en el manual cristiano un modelo de vida perfecto y sencillamente aprehensible para el corazón humano, pero imposible de llevar a buen puerto sin la referencia de un Dios redentor que nos haga conscientes de nuestra pequeñez.

Cuando Dios nos pone delante de nuestras miserias lo hace para convertirse en la voz de la conciencia, operando así su gracia transformadora. Y es que, como no podía ser de otra manera, en la ilación del problema social, el drama personal y la compasión, media la conciencia de pecado que nos hace pequeños en egotismo y gigantes en misericordia

La purificación de nuestras culpas solo tiene un camino; recorrer la distancia existente entre lo que dicta la conciencia y la vida que nos gastamos. La gran contradicción de nuestras vidas. Superarla es siempre un gran desafío para el cristiano.

La tesis de Tolstoi es inequívoca: los grandes males de una sociedad solo tienen cura a partir de la transformación mística experimentada por los pecadores y trasladada a lo largo y ancho de sus vidas. “Sin misticismo, no hay poesía… la poesía sin misticismo es superstición” dice curiosamente uno de los personajes secundarios de Resurrección a los que da voz Tolstoi. La redención del hombre solo es posible desde la impregnación del ser cristiano, el único capaz de hacer prevalecer el yo espiritual sobre el yo animal. Hace falta una disposición poética para enderezar los renglones torcidos por la iniquidad de este mundo, pero sin misticismo no hay poesía. ¡Y qué es realmente el misticismo, sino el acercamiento que experimenta el hombre hacia Dios en busca de su perfección y salvación! Es así como se define primigeniamente el misticismo: “Estado religioso dedicado a Dios”.

En el contexto descrito por Tolstoi, ese misticismo se experimenta partiendo de la conciencia de pecado que conduce a la misericordia y la entrega total con la que el redimido se dirige a sus semejantes. Pero Tolstoi nos pone sobre aviso del peligro de las sociedades dominadas por instituciones corrompidas y convencionalismos perversos, donde cada hombre tendrá que remar contracorriente para purificarse. No es algo nuevo, recuerden que Cristo por su divinidad salvó todas las trampas que el demonio le puso en el desierto. Pero nuestro propósito de enmienda siempre se topa con “las seducciones del mundo" que tratan de hacer fortuna con nuestras debilidades. 

Es el destructivo amor animal el que empuja al príncipe Nejliúdov a estuprar a la doncella Katiusha, es el convencionalismo más impío el que le llevará a abandonarla a su suerte haciendo de ella una desgraciada, es la llamada de la conciencia sobre el mal causado lo que le hará experimentar una catarsis que cambiará su visión sobre el mundo y le llevará tiempo después a luchar por la liberación de Katiusha. 

Lo que nos remite indefectiblemente a las corrompidas sociedades actuales, que, como bien sabemos, alimentan el gozo animal en detrimento del amor espiritual, que proponen una poesía sin misticismo, en ellas impera un positivismo atroz que hace de la política una apisonadora y de los hombres una manada de bestias.

Es el misticismo cristiano el que debe abrirse paso de entre las trapisondas institucionales, la tentadora amoralidad, el engaño sentimental de las ideologías y la voracidad de los intereses. Reconocer y abominar de nuestros pecados es “algo doloroso, pero a la vez placentero y consolador” así lo sentía el personaje del aristócrata Nejliudov. Neljiudov no solo quiere librar a su amada Katiusha de la pena de prisión que sufre injustamente, quiere trascender la catarsis espiritual que ha experimentado desde que tomó conciencia del pecado: su objetivo es liberarla de prisión y pedirle matrimonio. Su conciencia de pecador le enseña a amar a Katiusha de un modo diferente a como lo hizo en el pasado, amor que se extiende a otros presidiarios que conocerá y que habían sido encarcelados por las iniquidades de otros hombres. 

Las cárceles y la deshumanizante burocracia serán el valle de lágrimas por el que transite el príncipe Nejliúdov: el lugar en el que termine de entender el lado oscuro de la vida, donde finalmente de con la Palabra de Dios y descubra que no hay poesía sin misticismo, ni redención sin Redentor, ni Resurrección sin Dios. Como decía San Pablo, si Cristo no hubiera resucitado vana hubiera sido nuestra esperanza; y la de Nejliudov, y la de Katiusha, y la de Tolstoi. ¡Aleluya!

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