Religión en Libertad

Una enseñanza de Leonardo, Tolstói, Aristóteles y Unamuno para vivir la Cuaresma

Aristóteles (384-322 a.C.), Leonardo da Vinci (1452-1519), León Tolstói (1828-1910) y Miguel de Unamuno (1864-1936).

Aristóteles (384-322 a.C.), Leonardo da Vinci (1452-1519), León Tolstói (1828-1910) y Miguel de Unamuno (1864-1936).

Creado:

Actualizado:

Hace escasos días, el periódico El Mundo publicó, en sus redes sociales, una cita de Leonardo da Vinci que nos alienta a mirar en lo más profundo de nuestro ser. La frase en cuestión reza así: “Todos los elementos, cuando están fuera de su sitio natural, desean volver a él”.

Por algo G.K. Chesterton dijo que lo más importante en esta vida no es centrarnos en hacia dónde vamos, sino de dónde venimos. En otras palabras, dar prioridad al sitio de procedencia sobre el lugar de destino; porque sólo si identificamos nuestro auténtico punto de partida conoceremos realmente a qué horizonte habremos de encaminarnos.

Este lugar de procedencia al que hacía referencia Chesterton es nuestra condición de hijos de Dios, aquello que define nuestro ser, lo que somos. Siendo conscientes de ello, caminaremos hacia el futuro con mucha menos ansiedad, preocupación e incertidumbre, y gozaremos, además, de la presencia de alguien capaz de perdonarnos por todos nuestros pecados del pasado, algo que favorece que evitemos el bloqueo, la depresión y el dolor desencadenado por la culpa.

Una de las máximas de Miguel de Unamuno, aun en su condición de ateo, era que “el verbo hecho carne quiere vivir en la carne, y cuando le llega la muerte sueña en la resurrección de la carne”. Aquí se puede percibir un anhelo de eternidad que tiene el ser -“el verbo hecho carne”- como punto de partida. De hecho, esta cita unamuniana estuvo inspirada en aquel aforismo de Spinoza que dice: “Todo ser tiende a permanecer en su ser”.

Aristóteles, cuatro siglos antes de Cristo, fue capaz de vertebrar, en una estructura coherente y uniforme, todas las enseñanzas de los pensadores citados en los párrafos anteriores, quienes son holgadamente posteriores en el tiempo.

Este padre de la filosofía griega subrayó, por un lado, que la libertad radica en el orden del ser, reflexión que se guarda una íntima avenencia con la cita de Leonardo da Vinci, la de que “todos los elementos, cuando están fuera de su sitio natural, desean volver a él”.

Por otra parte, este filósofo griego precisó que somos cuerpo y alma (hýle y morphé); algo que entronca con la lógica unamuniana de que “el verbo hecho carne quiere vivir en la carne” y con la máxima spinozista de que “todo ser tiende a permanecer en su ser”.

A esto, cabe añadir que Aristóteles llegó a la conclusión de que todo, al ser el efecto de una causa anterior, necesita de una primera causalidad “incausada”, véase, eficiente de sí misma, que no necesite de un motor previo para ser causada, el cual no puede ser otro que un Dios creador; conclusión que enlaza con la advertencia chestertoniana de prestar mayor atención a nuestro lugar de procedencia que al de destino; y con la primera y segunda vías de Santo Tomás de Aquino para demostrar racionalmente la existencia de Dios.

León Tolstói, en su novela corta La muerte de Iván Illich, retrata a un personaje que, tras haber vivido consagrado a trepar en el plano socioeconómico (un defecto muy común entre los mortales, por cierto), fue atizado por una severa enfermedad, doloroso trance que le abocó a la tristeza, debido a su impotencia para retroceder en el tiempo y cambiar muchas cosas. Así pues, al confesarse con un sacerdote, se consiguió quedar tranquilo. Liberarse de la suciedad engendrada por el pecado le permitió volver a su estado prístino, inicial, véase a su punto de partida (como diría Chesterton), con su ser íntimamente ligado a Dios. Esto último le ayudó a dejar de ver el momento de su muerte como el final de su vida, para pasar a entenderlo como una vida nueva; algo que puso de manifiesto en los siguientes términos: “Éste es el fin de la muerte. La muerte ya no existe”.

En otras palabras, el hecho de confesarse con un sacerdote provocó que Iván Illich se reconciliase con Dios, véase que volviese a su punto de partida, de tal modo que el lugar de destino le dejase de generar temor e inquietud; algo que hubiese calmado el sentimiento trágico de la vida de Miguel de Unamuno, ese ateo que ansiaba que su “verbo hecho carne” viviese “en la carne”, porque “cuando le llega la muerte sueña en la resurrección de la carne”.

tracking