Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

Navidad de alegría, certezas y, tal vez, perversiones


por Monseñor Luigi Negri

Opinión

Esta Navidad la vive una cristiandad en crisis de identidad que, por este motivo, se centra en problemas particulares a los que les da un valor objetivamente exasperado. Por suerte, por mucho que haya disminuido, el pueblo de Dios no pierde la certeza llena de gozo de que la Navidad conmemora la venida de Cristo en nuestra carne mortal. Gracias a esta venida el hombre adquiere una dignidad nueva y definitiva: la de ser el verdadero interlocutor del Misterio de Dios. Esta certeza, aunque en ocasiones resulte gravemente alterada, no abandona el corazón de la Iglesia, que sabe que es de Cristo, que vive en una comunión indisoluble con Él, que no tiene sentido ni dignidad fuera de su relación exclusiva con el Señor Jesucristo, Redentor del hombre y del mundo, centro del cosmos y de la historia.

La Iglesia no puede ni debe pensar que los problemas personales, históricos y sociales de la humanidad se disponen según una secuencia sin orden ni jerarquía. No todos los problemas tienen el mismo valor. Con el debido respeto a todos -y humildemente decimos a todos-, hay una conversión que la Iglesia no puede dejar de profesar cotidianamente: la conversión a Cristo, Señor de la vida y de la historia. Cualquier otro tipo de conversión, aunque inexplicablemente se insista en ella, tiene siempre un valor relativo, incluida la conversión ecológica, que tan difícil resulta ver planteada de manera adecuada y, sobre todo, razonablemente propuesta.

Dios nunca nos ha pedido que nos convirtamos a un hecho concreto de la vida y de la historia propuesto de manera exasperada: la exageración de los detalles, por muy importantes que sean, no corresponde a la conversión sino, por desgracia -y lo decimos con mucha amargura-, a la idolatría. A medida que se difunde cada vez más y de manera más indómita una mentalidad atea y anticatólica, formada por la idolatría de lo particular, la Iglesia está llamada a anunciar con serena certeza los valores fundamentales y, por ende, no negociables, como también los valores que esperan realizarse en la historia de la vida social que nace de la fe. Cada problema ocupa su lugar, ese lugar en el que debe permanecer en la unidad y el carácter orgánico de la visión de lo real. ¡Qué triste destino sería para una cristiandad que se ha negado, sufriendo por ello, a adorar al poder, al Estado, al hombre poderoso, acabar adorando el orden del cosmos sin el primado de Dios y sin el protagonismo del hombre!

Sentimos que lo justo es rechazar estas formas de idolatría con la certeza de que el único valor por el que vale la pena vivir es la presencia de Dios en Cristo. El resto viene después.

Socavar este orden es una forma de ateísmo vulgar y superficial. La Iglesia debe permanecer firmemente arraigada en la fe en el Señor, viviendo la existencia de cada día con fe y valentía inquebrantables, en la certeza de que si Dios está con nosotros, nunca nada estará contra nosotros.

Publicado en el blog del autor.

Traducción de Elena Faccia Serrano.

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