Es el autor de «La cultura del narcisismo»
Christopher Lasch, el filósofo socialista que descubrió la familia, la tradición y la religión
Defendió el «conservadurismo de la gente corriente».

Christopher Lasch fue uno de los pensadores más influyentes en el conservadurismo cristiano estadounidense de finales del siglo XX.
Las reflexiones de Christopher Lasch, célebre profesor de Historia en la universidad de Rochester, sobre la importancia para la vida social de la familia, la tradición y el sentimiento religioso no han perdido vigencia treinta años después de su muerte. Para él mismo, de ideas socialistas durante buena parte de su vida, fue un descubrimiento.
Carlo Marsonet reaviva el recuedo de este filósofo político estadounidense en un reciente artículo en Tempi.
Christopher Lasch y el conservadurismo de la gente corriente
La historia de las ideas está llena de pensadores medio olvidados o arrinconados por razones, digamos, ideológicas. Otra vía, quizá aún más cómoda, consiste en tomar algunos aspectos que se consideran aceptables y fingir que otros no lo son: se trata, pues, de romper la unidad en fragmentos, práctica deconstruccionista muy en boga.
Es el caso de un autor del que muchos habrán oído hablar, pero que pocos conocen realmente: Christopher Lasch (1932-1994). Nacido en Nebraska, en el Medio Oeste, Lasch fue un pensador vinculado profundamente con el siglo XX. Abarcó todo el siglo, cambiando varias veces su visión del mundo. Nacido de padres liberales y ateos, Lasch fue un pensador de izquierdas con tendencias socialistas, hasta que, a su prematura muerte, llegó al umbral de un conservadurismo más bien radical, de tinte religioso. Un rasgo que sin duda puede torcer el gesto a más de uno.

'La cultura del narcisismo' de Christopher Lasch es su obra más conocida.
La familia, eje vital de una buena sociedad
Más conocido por La cultura del narcisismo (1979), en realidad es la familia el tema de su vida. El volumen que le dedicó, Refugio en un mundo despiadado (1977), era su favorito en absoluto. Ciertamente, no la consideraba una institución exenta de imperfecciones, sino todo lo contrario. Y, sin embargo, seguía siendo el punto de referencia fundamental para que un individuo en desarrollo desarrollara esas restricciones interiores y morales que le acompañarán a lo largo de toda su vida. De ella depende, para Lasch, la resistencia de una sociedad democrática capaz de gobernarse a sí misma. Su crisis, en consecuencia, es propedéutica a la crisis del tejido social.

En 'Refugio en un mundo despiadado', Christopher Lasch abordó uno de los temas fundamentales de su pensamiento: la familia.
Y no sólo eso. La familia es también un extraordinario contrapoder frente a la invasión del Estado. En el transcurso del siglo XIX, y llegando hasta la actualidad, al aparato estatal se le han delegado cada vez más tareas que antes eran prerrogativa de la familia. La razón de ello es sencilla y tiene que ver con una cierta tendencia política ortopédico-pedagógica, hija de la Ilustración.
La familia era vista por los reformadores sociales progresistas como una incubadora de prejuicios y atavismos que había que erradicar. Una nueva sociedad, liberada de su propia imperfección humana, sólo podía confiar al Estado la tarea de racionalizar la madera torcida de la que está hecho el hombre.
Esto creó las condiciones para formas de despotismo aún más extendidas y peligrosas: Lasch hablaba de la tendencia a ver la sociedad como un paciente al que hay que tratar. Para él, la destrucción de la familia actuó como detonante de la propagación de un espíritu servil y de sometimiento al poder: "Al socavar la capacidad de autodirección y autocontrol, la sociedad ha minado una de las principales fuentes de cohesión social, con el único propósito de crear otras aún más opresivas y, en última instancia, más deletéreas en términos de libertad personal y política".
Democracia y tradición
El tema de la familia enlaza directamente con el de la democracia, también crucial para Lasch, y no sólo como trata en el libro póstumo La rebelión de las élites y la traición a la democracia. El primer paso es comprender el significado del lema. Para él, la democracia no es tanto un sistema institucional como una forma de vida. Por democracia entiende, siguiendo a Thomas Jefferson, el autogobierno de las comunidades. De ahí que en la base de su vitalidad se encuentre el asociacionismo, el espíritu de independencia, la gestión cotidiana de los asuntos del hombre corriente. En este sentido, es hostil a la verticalización y a la centralización del poder. Utópico o no, Lasch pensaba que el futuro de la democracia pasaba por el redescubrimiento del autogobierno más auténtico, es decir, bajo la bandera del federalismo y la subsidiariedad. Todo ello acompañado del tema de la tradición.

Christopher Lasch, 'La rebelión de las élites y la traición a la democracia': una explicación, hace más de treinta años, sobre las oligarquías actuales.
A partir de los años 80, Lasch se interesó cada vez más por algunos pensadores como los distributistas Hilaire Belloc y G.K. Chesterton. Este último, en su Ortodoxia (1908), sostenía que democracia y tradición no eran antónimos, sino que estaban inextricablemente unidos: "La tradición no es más que la democracia extendida en el tiempo", afirmaba. El autogobierno es hostil a las oligarquías progresistas que quisieran rehacer el presente y fijar el futuro sobre la base de una ética terapéutica. A lo que se opone, en cambio, es al conocimiento transmitido, a la experiencia atesorada por la gente corriente: la tradición, escribió Chesterton, "es la democracia de los muertos".
¿Espíritu progresista o sentimiento religioso?
En otro volumen, quizá el más conocido después del dedicado al narcisismo, El único y auténtico cielo. El progreso y sus críticos (1991), Lasch trató de imaginar un discurso ético-político distinto al idolátrico del progreso. Aunque se le pueda reprochar cierta despreocupación al yuxtaponer pensadores también muy diferentes entre sí, el pensador estadounidense estaba interesado en reconstruir una línea de pensamiento basada en algo distinto al progresismo como fin en sí mismo.
Recordando en algunos aspectos lo que había escrito Augusto Del Noce -ciertamente de forma mucho más sólida-, Lasch creía que un mundo más humano tenía que redescubrir una ética de los límites. Según él, el sentimiento religioso de tendencia cristiana era el verdadero antídoto contra la hybris moderna. Si el espíritu ilustrado engendra en el hombre una voluntad perpetua de ir más allá de los límites de lo humano, la religión cristiana, según Lasch, constituye la palanca a través de la cual redescubrir verdaderamente lo que Edmund Burke llamaba las "gracias naturales de la vida".
La religión también permite mirar a la vida a la cara, con humildad pero también con firmeza: "La religión no es sólo un refugio, un medio de seguridad en un mundo agitado. Es también un desafío a la autocompasión y a la desesperación (...). La sumisión a Dios hace a las personas menos sumisas en la vida cotidiana. Las hace menos temerosas, pero también menos amargadas y resentidas, menos inclinados a encontrar excusas".
¿Un conservadurismo de la gente corriente?
Uno de los últimos escritos de Lasch, bastante desconocido, El conservadurismo contra sí mismo (1990), se centra en lo que él llamó una sensibilidad populista, pequeñoburguesa pero también conservadora. Pero no de un conservadurismo elitista o elitista, sino de un "conservadurismo de la gente corriente".
Un conservadurismo, por tanto, no aliado con un mundo hipermoderno, industrialista y capitalista, y mucho menos estatalista. Esto, según él, estaba en las antípodas de un conservadurismo bien entendido. Se trataba de redescubrir la idea de comunidad, tal y como la vive concretamente la gente corriente: los lugares de la vida cotidiana que ayudan a comprender lo que está bien y lo que está mal, lo que es bueno y lo que es malo, que sirven en definitiva de aprendizaje para la acción moral y, por tanto, responsable.
Además, es crucial redescubrir el concepto de propiedad: "Desde un punto de vista conservador, hay mucho que decir a favor de la institución de la propiedad privada, que enseña las virtudes de la responsabilidad, el trabajo y la dedicación autosuficiente a tareas serviles pero indispensables. El capitalismo del siglo XX, sin embargo, ha sustituido la propiedad privada por una forma corporativa [empresarial] que no confiere ninguna de estas ventajas morales y culturales".
El verdadero conservador está interesado en preservar un mundo concreto y material que está cada vez más amenazado: "Los verdaderos conservadores", afirmó en 1985, "pueden llegar a ser los radicales del siglo XXI".
Traducción de Helena Faccia Serrano.