Transfiguración: una reflexión muy personal

Quiero Señor que mi vida sea reflejo de tu gloria. Quiero tener tu mismo corazón, todo lo que tú eres, para llenarme de tu gloria, para ser reflejo de tu imagen, la que el Espíritu ha dejado en mí.

El Espíritu ha dejado en mí la gloria de Dios, para que pueda ser consciente en el día a día de mi vida de esta imagen. La imagen del Hijo ha quedado en mí para que en mi vida, en medio de mi debilidad, mi vida sea reflejo de tu gloria.

La gloria de Dios se manifiesta en mi debilidad.

Llevo en mí el sello del Espíritu, para ser imagen del Hijo y hacerse semejante a él por la acción del Espíritu que vive en mí. Él me hace semejante a Dios.

El Hijo por el poder del Espíritu viene a mí, para darme su luz, y pueda escuchar la voz del Padre que me dice: tú eres mi hija amada. Por la acción del Espíritu puedo ser como el Hijo. Y en mi debilidad tener su mismo corazón, sus mismos sentimientos, y sus mismos deseos, porque he sido revestido de la gloria de Dios.

El Espíritu Santo viene a mí, para que viva de esta presencia, para ser transformada, en el Hijo. La gloria de Dios viene a mí, porque el Hijo viene a revestirme de él, por el Espíritu que me hace semejante a Dios.

Soy hija amada de Dios, que en el Espíritu puede ser amada. En la debilidad y el dolor, me hacer semejante al Señor, que en medio del dolor, sintió la angustia y el medio, para que yo en medio del mío, pueda ser reflejo de la gloria de Dios.

Gracias, Señor, porque estuviste en Getsemaní sintiendo dolor y miedo ante la muerte, para ser revestido de lo alto. Yo, en medio del sufrimiento, puedo ser revestida de la gloria de Dios, que por la acción del Espíritu, viene a llenarme de Él.

Belén Sotos Rodríguez