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Paloma-fuego

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Hoy en nosotros podemos sentir la presencia del Espíritu. Su fuerza, su poder y su manera de estar con nosotros, en una brisa suave, o en la borrasca o la tormenta más sobrecogedora. Así se manifestó a los discípulos, reunidos en oración, y con temblor y temor ante lo que pudiera pasar en sus vidas. De repente, como sin esperarlo, se desató la tormenta, y vino sobre ellos el Espíritu, que entraba en ellos, sin que lo pudieran controlar. El Señor se lo había prometido, pero como siempre solía suceder no lo entendían. Pero, ellos fueron obedientes y permanecieron juntos, en el Cenáculo, donde habían vivido la Pascua. Y ocurrió el milagro, vivieron otra Pascua en sus vidas. El paso del Señor se iba a manifestar. Recibieron el Espíritu de poder, y no podían hacer otra cosa, que saltar de gozo, porque estaban emborrachados de él, y solo podían hablar de sus maravillas, y de como ese momento iba a transformar sus vidas. El Espíritu les llenó, y pasó en ellos, para que pudieran proclamar a todos, que Dios es poderoso, y fiel. Su presencia te inunda, y puedes vivir la misma vida del resucitado, hacer sus obras desde la debilidad, porque el Espíritu corre por todo tu ser y te cambia. Eso les ocurrió a los discípulos.

También iba a suceder otro maravilloso milagro. El día de Pentecostés era una fiesta en la que los judíos, celebraban la entrega de Dios a Moisés de la Tora. Era un día grande y en Jerusalén había judíos que vivían en la diáspora y habían ido a celebrar la fiesta. Ese día los Apóstoles con el poder del Espíritu reciben un modo nuevo de hablar. Ya no van hablar con palabras humanas, sino con el lenguaje del Espíritu. Entonces, Ocurre el milagro. Todos los presentes, les entienden en su propio idioma. Escuchaban hablar del poder de Dios, en su situación concreta. A igual que en Babel, no se entendieron por el pecado del hombre, que les llevó a la desunión, y no se comprendían entre ellos. En Pentecostés, el Espíritu desde el lenguaje del amor, hace posible la comunión con todos, y se pueden entender porque todos desean ese idioma.

Pero, ¿nosotros hoy podemos tener esa misma presencia? La respuesta es afirmativa. La presencia del Espíritu en nosotros la recibimos en el Bautismo. Más tarde se sella en la Confirmación. Dependiendo de la edad que tengas la has podido recibir desde niño. Pero, muchas veces no hemos sido conscientes del don recibido, porque el Espíritu ha sido el gran desconocido en la vida de la Iglesia. Pero él sigue haciendo presente en nuestras vidas, ya que vivimos la hora del Espíritu. Entonces, ¿Cómo podemos ser conscientes de su presencia? Recuerdo que hace un año, en oración, recibí una nueva efusión del Espíritu, que me hizo estar borracha de él. Solo podía manifestar una alegría desbordante, y un gozo pleno. El Espíritu había entrado en mi vida, y se había enamorado de mí. Fue una presencia importante, que me cambió. Pero que necesito renovar cada día. Pues el pecado, y la debilidad siguen presentes. Pero el Espíritu te lleva a pedir perdón, a poder renovarte cada día y en cada instante, y mantener la alegría aunque haya momentos difíciles y de prueba, pero con su ayuda, que se transmite por otros que tienen también esa experiencia, puedes seguir tu camino de entrega al Señor.

Con el Espíritu en medio de la debilidad, puedes seguir adelante, puedes vencer los obstáculos. Te anima, te hace vivir con valentía. Ya no tengo miedo a decirle a nadie que soy cristiana, católica. Lo he anunciado miles de veces, incluso a personas que se manifiestan contrarias a la fe.

El Espíritu que se hace patente en tu vida, te lleva a la entrega, que se puede dar en la vida cotidiana, o en otros momentos donde su presencia se hace más tranquila, y sosegada. Pero con él todo es posible. Él te ayuda a no vivir del juicio, aunque como todos puedo pecar. Te lleva a hablar un lenguaje nuevo, el del Espíritu, que se manifiesta en el amor, la gratitud, y la confianza. Esto supone un camino, que todavía no he terminado. Muchas veces fallo, pero en la verdad el deseo de ir al cielo es muy grande, pero hay que vivir aquí en la tierra en plenitud el ser hijos de Dios.

Esta experiencia del Espíritu, muchos la compartimos. El Espíritu hace posible la comunión entre nosotros, aunque seamos muy distintos. Con otros podemos compartir la vida en el día a día, según cada uno pueda abrirse o necesita en ese momento. Con el Espíritu todos podemos hablar su lenguaje, que es el amor.

Con el Espíritu la vida cambia. Todo se hace posible. Si los acontecimientos no salen como uno desea es porque el Espíritu busca algo mejor. Él no puede dejar de amarnos. Se hace presente en nuestras vidas en el fuego de una oración, en la brisa suave, o en la tormenta de lo que vives.

Con el Espíritu has sido ungido, como Jesús, para vivir de su presencia y hacer las obras desde su querer y su amor.

Belén Sotos Rodríguez

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