Viernes, 29 de marzo de 2024

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¡Viva el matrimonio!

por Cocreadores

“Y creo Dios al hombre a su imagen, varón y mujer los creó […] Vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno” (Gen 1, 27. 1, 31)

 Esta entrada quiere ser un alegato a favor del matrimonio. Del matrimonio como institución natural querida por Dios y también, como no, como sacramento instituido por Cristo.

 En las charlas que daba a matrimonios en la parroquia hablaba de como en esta sociedad nuestra del siglo XXI el matrimonio tiene mala prensa, muy mala prensa, pero es que ¡hasta los casados contribuimos a ello! ¿Quién no ha recibido en su móvil memes, videos y chistes que ridiculizan el matrimonio? Y lo peor es que nos reimos… sí, y los reenviamos… En uno de esos videos, les contaba yo a mis oyentes: un cawboy va montado en su caballo por un desierto americano, es muy, muy guapo, joven y apuesto. Entonces escucha una chica que pide socorro, y a la vuelta de unas rocas se encuentra a una preciosa joven atada y amordazada a un árbol seco. Enseguida corre a salvarla, no lo duda un instante, ella es realmente bonita, se miran a los ojos y se ve que hay feelling, … pero entonces la escena cambia, observamos el futuro de ambos que él empieza a vislumbrar: ella tiene dos bebés mellizos en brazos, que lloran desconsoladamente, su cabeza llena de rulos, la suegra persigue con el rodillo a otro pequeñín que corretea medio desnudo por la casa… a la vez se ven varios niños haciendo alguna fechoría infantil. En fin, la vida familiar en un posible momento de crisis. Así que, volviendo a la primera escena, vemos que la cara del cawboy cambia completamente, vuelve a atar a la chica y a amordazarla, vuelve a montar en su caballo y sale zumbando de allí. Que la salve otro.

 Y así estamos hoy día, ¿Dónde están esos nobles caballeros que tienen que salvar a su doncella? ¿Dónde ese San Jorge salvando a la princesa? No quieren, tienen miedo. ¡Tienen miedo a ser felices!, porque la felicidad, señores y señoras, no viene llovida del cielo, la felicidad hay que trabajársela y cuesta. Cuesta noches sin dormir atendiendo al bebé que no para de llorar, cuesta llevar a urgencias a las 3 de la madrugada a la niña porque tiene gastroenteritis, cuesta jornadas largas de trabajo, cuesta hacer día tras día la comida y la cena y la merienda y el desayuno, cuesta ver como tu hijo se cae y se hace una buena herida que debes curar, cuesta ir a recogerles al cole cuando estás cansado y te apetece quedarte en casa con los pies en alto. El amor de verdad siempre va unido a la cruz, son inseparables.

 ¿Pero quien no quiere ser feliz? Pagaríamos el precio que hiciera falta por ser felices, ¿no?

 Pues a que esperamos, mi experiencia es que, si ponemos amor en lo que hacemos, si no lo hacemos por egoísmo, sino para que los demás sean felices. Nosotros seremos felices y además, al final, no cuesta tanto. ¡Y es que queremos los frutos del amor pero sin el Amor!

 Puedo decir sin miedo, que la vida matrimonial ha sido lugar de inmensa felicidad para nosotros, dentro de que teníamos nuestras dificultades, como todos, pero cuando llegaba la noche y nos sentábamos a la mesa mi esposo y yo junto con nuestros cinco hijos, quitábamos la tele y empezábamos a hablar, a contarnos el día, a hacer bromas, a reírnos de las anécdotas pasadas. Ese momento de comunión familiar compensaba todos los desvelos vividos.

 Muchas veces me decía Guillermo, con una sonrisa de satisfacción en la cara: “¡Quien me iba a decir a mi, Pilar, que iba a tener yo una familia así!” Es como cuando llegas a la cima y ves el inmenso paisaje y el mar de nubes, esa belleza que te llena y esa admiración por lo que ves, entonces piensas que ha merecido la pena; la cuesta ha hecho que nos duelan los pies y hemos sudado mucho subiendo, posiblemente luego tendremos agujetas, pero el espectáculo que estamos viendo bien lo vale.

 La vida de matrimonio es igual, cuando miras atrás después de tantos años juntos y ves todo lo que has construido con tus renuncias, desvelos y momentos de crisis. Te dices: “Ha merecido la pena”. Y si no, que se lo pregunten a esos matrimonios que llevan toda la vida casados y que tienen tantos nietitos, si eso no les llena de felicidad.

 Y es que el amor nos hace felices. El saber que tienes alguien en casa que te espera y que te ama incondicionalmente, como pasa en la familia, no tiene precio, todos lo necesitamos. ¡Y es que estamos hechos para ello!

 ¿Es que esto es un sueño? ¿Una utopía? ¿Por qué entonces fracasan tantos matrimonios? ¿Porque hay tantas rupturas matrimoniales?

 Cuando Guillermo y yo éramos novios una vez me sugirió tímidamente que podíamos irnos a vivir juntos, que no hacía falta casarse, porque nos queríamos y eso era lo importante. Yo le miré entre incrédula y alucinada y le dije rotundamente: ¡NO! Él no era creyente en ese momento, después vivió una conversión increíble, el Señor tuvo esa misericordia con nosotros y nos decidimos a dar el paso del matrimonio.

Al cabo de unos años me confesaba que antes de conocer a Dios y el amor infinito que tiene por nosotros se sentía incapaz de dar ese amor, no creía que fuera posible un amor hasta la muerte, hasta el final, no confiaba en sus propias fuerzas. Sin embargo, en su corazón sí deseaba ese amor para siempre, y por eso se mantenía junto a mí, porque había una esperanza de algo más grande. A mí me pareció increíble lo sabio que es el corazón humano; como en el corazón de Guillermo estaba imprimido ese deseo de amar y ser amado a pesar de la experiencia que le decía que no era posible.

La clave es tener a Dios en medio, el matrimonio no es cosa de dos, es cosa de tres. Él, el Señor, es el mayor seguro para que nuestro matrimonio dure hasta la muerte.

 Nos decía el párroco de Buen Suceso, el padre Enrique, en una homilía: “Y no somos ángeles, espíritus puros, somos cuerpo y alma unidos intrínsecamente, somos personas que necesitan signos en el espacio y en el tiempo. Por eso los esposos os intercambiáis unos anillos que no se llaman realmente “anillos” sino que se llaman “alianzas” y eso significa que “yo soy tuyo y tu eres mía”.

 Los esposos nos regalamos, nos donamos el uno al otro para siempre. Quedamos “esposados” de por vida.

 Así nos ha hecho el Señor, el matrimonio no es una opción más entre otras que nos pueden hacer igualmente felices, no. Dios nos ha hecho de tal manera que necesitamos al otro para llegar a sentirnos plenos. Nos ama inmensamente, no va a querer para nosotros algo que nos lleva a la infelicidad. Tener la seguridad de que esa persona me va a querer en totalidad y no me va a dejar por unas cuantas discusiones… o por un problema difícil de solucionar, eso, no tiene precio.

Y la gente lo rechaza, prefiere ser “single con amigos y relaciones esporádicas” o “tener pareja fija pero sin compromiso que dura como unos 4 años”, ¡Por miedo! Es como si te dieran a elegir entre un plato de jamón de jabugo y uno de cuchillas de afeitar. Pues hoy en día la gente prefiere el plato de cuchillas de afeitar. Y se las come.

El matrimonio hoy día está muy atacado, por todos lados, las leyes, la cultura, las costumbres... parece que se han puesto de acuerdo en destruirlo, pero no van a poder, yo digo que "nosotros, los matrimonios, nos vamos a defender”. Y para eso hay que contraatacar, pero nosotros utilizamos las armas de Dios: la oración, los sacramentos y la formación. Por eso os recomiendo un libro, simpático, fácil de leer, lleno de anécdotas y bromas, pero que habla de la verdad del matrimonio: “Pijama para dos” de Alfonso Vasallo y Teresa Diez. Estupendo para regalar a parejitas que están dudando si dar el paso. Para hacer buena publicidad de nuestro sacramento. ¡Tenemos que trabajar para dar a conocer las maravillas que vivimos en nuestra vida!

 “Y el Señor Dios formó, de la costilla que había sacado de Adán, una mujer, y se la presentó a Adán. Adán dijo: “¡Esta si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”  […]  Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.” (Gen 2, 22-25)

                             

 

 

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