Jueves, 28 de marzo de 2024

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La Persecución Religiosa de Don Manuel

por Creo, Señor, aumenta mi fe

Lo sucedido con Don Manuel González en 1931, es significativo para enfocar toda la persecución religiosa de 1936. No comenzó en 1936 como nos quieren hacer creer ciertas ideologías. Se inició en 1931 cuando tomó el poder real la izquierda española. Luego en 1934 en Asturias cayeron muchos mártires: seglares, sacerdotes y Consagrados.
   El 15 de diciembre de 1930 se produjo la sublevación de Jaca. A las nueve de la mañana se produce un conato de incendio en una de las ventanas del Palacio Episcopal. Lo curioso es que la noticia se lee en periódico la Rebelión de aquel mismo día. La redacción de la noticia se había redactado antes de suceder.. El 14 de abril de 1931 se proclama la República en España. En Málaga se producen los clásicos acontecimientos en estos casos: derribo de estatuas, incendios, asaltos a viviendas particulares. Don Manuel escribió una carta pastoral ordenando a los católicos el acatamiento del poder constituido. Cumplimentó al nuevo Gobernador Civil. Todo en calma.
   El día 11 de mayo fue una orgía infernal e incendiaria en Madrid. Ardieron Conventos, Colegios e Iglesias. Entre otros, la casa profesa de la Compañía de Jesús en la calle Flor. En ella residía el gran historiador, P. García Villada con miles de fichas históricas. Todo fue destruido. En la madrugad del día 12 y durante todo el día, los sucesos de Málaga afectaron a la ciudad e incluso a la república, según Don Miguel Maura Ministro de gobernación de la República. Afectaron especialmente a su Obispo. Aquella noche, se quemaron 20 Conventos e Iglesias y el propio palacio Episcopal. Incalculable el arte y el patrimonio cultural que se quemó aquella noche.
   El día 11 por la tarde llamó a don Manuel el Secretario del Gobernador para indicarle que estuviera tranquilo. A las 11 de la noche paz absoluta. A las 12, como a hora fijada, la plaza se llenó de una masa de gente que gritaba. Bien dirigida y provocada por elementos conocidos en la ciudad. Avisaron al Señor Obispo. Recogieron los Copones de las distintas Capillas y don Manuel con sus familiares, las Hermanas de la Cruz, que vivían en una parte del Palacio y las personas que les acompañaban aquella noche, consumieron las formas consagradas. Mientras tanto las turbas habían roto las puertas y corrían por el piso bajo.
   Intentaron huir hacia el Colegio de los Marístas. Después de grandes esfuerzos lograron abrir. Oscuridad total. A tientas, don Manuel logró dar con otra puerta que da a la calle Fresca. No la pudieron abrir. Después del acto de contrición les dio la absolución a todos. “Ofrecemos nuestras vidas –ofrecemos nuestras vidas –continuó don Manuel- por la Iglesia y por el reinado del Corazón de Jesús en España y en la diócesis”. Comenzaron el Rosario. Terminado el primer misterio –Getsemaní- la gente de la calle abrió la puerta; no vieron a nadie. Alguien gritó . Desde dentro cerraron la puerta con cerrojo. Poco después allí estaban los invasores. Don Manuel dio orden de abrir la puerta. Gritos de <¡Muera el Obispo!> fueron acallados por otros más sensatos. Uno de ellos traía las cuerdas para atar al Obispo. No lo hizo. Todos juntos y protegido don Manuel por un matrimonio y un joven que le reconocieron, comenzaron la calle de la amargura por las calles de Málaga. El Palacio, cuyas llamas contemplan y 22 iglesias y conventos ardieron aquella noche en la ciudad. Llagaron a la casa del sacerdote don Antonio Rodríguez Ferro. Allí pasaron la noche. Alguien comentó que no tenían ni para poner una carta. “Mejor, ahora estamos como los apóstoles”, comentó don Manuel. Estaban sitiados. A las ocho de la mañana, llamó a su amigo Eduardo Heredia. Él respondió que le recogería y que estaba dispuesto a todo. Llegó don Eduardo con su esposa María que moriría vilmente asesinada el 24 de septiembre de 1936. Era la Presidenta de las Marías de los Sagrarios.
   Don Manuel con su familia marchó a la finca de don Eduardo. En el camino pudo comprobar cómo el Seminario había sido asaltado. Dolor sobre dolor. Lloró con lágrimas amargas y serenas. En la finca había serenidad. El día 13 de mayo celebró la Eucaristía y recibió a varios sacerdotes. A partir del mediodía, cambió la situación. Aparecieron grupos de campesinos, declarados en huelga; con actitudes amenazantes y con presencia de dirigentes revolucionarios. A las cuatro de la tarde daban una hora al Obispo para marcharse. Salieron con el Santísimo de la Capilla. En la familia en que pensaban residir, no fueron bien recibidos. Se imponía una solución. Don Manuel la rechazó en un principio; en atención a su familia la aceptó: Gibraltar. Allí le recibió su Obispo, Moseñor Richar Fizgerald. Durante unos días, residió en un hotel. Luego se trasladó a un Asilo regido por Hermanas españolas.
   Allí, se enteró don Manuel de toda la tragedia de la Málaga creyente. Más de 40 edificios religiosos habían sido quemados y saqueados en 24 horas. No se rindió al desaliento. Su deseo era volver a Málaga. Se lo prohibió el Nuncio. Volvió a Ronda el obispo desterrado, le acogieron los Salesianos. Desde allí, apacentó a sus diocesanos con su mejor celo. Alegría en los católicos; muchas reticencias en los gobernantes. Al volver de Roma el uno de noviembre de 1932, se entera de que el Ayuntamiento de Ronda se negaba a garantizar la seguridad de Obispo. Los centros de poder persistían en su rencor irreconciliable. El Nuncio le confirmó que no volviera a Ronda. Era un mandato. No le permitía ni visitar su diócesis.
   Desde un piso de la calle Blanca de calle Blanca de Navarra, dirigió su Diócesis con el celo de siempre pero con las limitaciones consiguientes. La situación era insostenible. Por fin, el 5 de agosto de 1935, se publicaba su nombramiento oficial para la Diócesis de Palencia. El calvario sufrido terminaba en la hermosa ciudad castellana. Su despedida de Málaga terminaba con estas palabras: “Salí de Málaga llorando. Y a los cuatro años de separación efectiva, al sonar en el reloj de la Providencia la separación afectiva…, dejadme que os diga: ¡no me avergüenzo! Obedezco y lloro también… he cumplido con vosotros el principal, el esencial deber de un Pastor: amar a sus ovejas. No se llora al dejar lo que no se ama”.
   Don Manuel inició su labor apostólica en Palencia con unos Ejercicios espirituales en la Trapa de Venta de Baños. Su celo no lograron apagarlo los desengaños sufridos. Aumentó su entusiasmo por la Eucaristía creció. A Palencia trajo el Noviciado de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret. Y desde esta ciudad se derramó el perfume eucarístico por todo el norte de España. Cuidó las misiones Populares para la evangelización de los pueblos palentinos. El éxito fue llamativo. En becerril de Campos, en la conclusión de la Misión, antes de la homilía de Don Manuel subió al púlpito el P. Sarabia, gran predicador redentorista y dijo: “Señor Obispo, tengo la alegría y el honor de presentarle a un pueblo en gracia de Dios. Hoy, en Becerril de Campos, todos han recibido la Sagrada Eucaristía”. Don Manuel quiso hablar, pero no pudo. Rompió a llorar. Intentó superar su reacción. En vano. Y dejó la Misa sin homilía. Las lágrimas fueron su mejor sermón.
   Cuidó su seminario como a las niñas de sus ojos.
   Una enfermedad de riñón la fue minando poco a poco. Casi siempre con intensos dolores. Murió en Madrid el 4 de enero de 1940. Reposa en la capilla del Santísimo de Palencia. Allí tenía que estar su fiel adorador. Desde aquella tarde de Palomares del Río habían pasado muchos años; su mutuo cariño había aumentado día a día. ¡ Gloria Dios!
 
   
  
 
 
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