Viernes, 29 de marzo de 2024

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Lo que el viento se llevó

por Diálogos con Dios

Censurar esta obra de arte de hace un casi un siglo es como cortar la cabeza de la Giocconda por fea o los testículos del David de Donattelo por indecente. El ridículo al que llegamos por la corrección política es insultante. El cine es el séptimo arte, es historia, es cultura y es filosofía. Las ignorantes masas anónimas que pueblan las redes sociales no pueden dominar el discurso social y cultural por muchos y muy rabiosos que sean. Si hay que censurar Lo que el viento se llevó por hacer apología del esclavismo, por las mismas razones no deberíamos visionar cualquier film del genocidio nazi o el desastre del Vietnam o de la génesis del mal, por hacer apología de la violencia. Por tanto, quememos El pianista, Apocalipsis now o El joker. Este afán por el revisionismo historico no estaría mal si fuera para recuperar los eventos históricos tal como fueron, lo malo es que quieren cercenar, tergiversar y manipular la historia al antojo de los bienintencionados pseudointelectuales de la postverdad. El racismo es una lacra, pero no matemos hormigas a cañonazos, por favor.


Más allá de la actualidad y de las infantiladas de nuestra sociedad, la película habla de la guerra que arrasa con toda una cultura y de una forma de vivir, de oportunidades perdidas, de pasiones humanas, de la lucha por la supervivencia y, sobre todo, del proceso de maduración de una mujer. Cuando por fin, Scarlett, descubre que el verdadero amor lo tiene ante sus narices, es demasiado tarde y debe aceptar que se ha pasado la vida esperando sueños adolescentes.


La historia de la salvación es, también fundamentalmente, una historia de madurez, una historia hacia Cristo, principio y fin de la creación. En relato bíblico, pues, encontramos numerosas historias menores dentro del gran conjunto, que nos hablan de procesos de maduración y evolución. Y es que Dios actúa en la historia y la historia es una pedagogía constante para el hombre.


Por ejemplo, el arco de tiempo que abarca desde José a Josué, es una etapa fundamental de esta historia de la fe. En ella se produce la evolución de lo que son unos clanes familiares en un gran pueblo, por fin, unido y cohesionado. Desde los doce hijos de Jacob, con una idea de Dios todavía muy precaria y muy monopolizada por la figura de su padre, hasta un pueblo que ha aprendido a ser pueblo en el desierto, que ha aprendido a confiar en Dios en la liberación de Egipto y la supervivencia con el maná, que ha aprendido a respetar la ley escrita en las tablas de Moisés; y que entra en la deseada tierra prometida siendo muy fieles a Dios y quemando todos los ídolos, arrasando todo lo que sea pagano. Desde un Dios velado que en la historia de José nunca aparece en primera persona, pero se adivina su presencia en cada página; pasando por un Dios potente al que no se puede mirar cara a cara, que libera al pueblo de la esclavitud de Egipto, que los sostiene ante los peligros, el hambre y las guerras del desierto; a un Dios ya más institucionalizado, con el Arca como referencia, Josué como un sacerdote, y la conquista como una liturgia.
Es pues, la historia de un pueblo que aprende a conocer a Dios, a confiar en él y serle fiel ante los caminos de la vida. Y en este proceso de maduración humana y religiosa será imprescindible el tiempo, la incertidumbre y, en muchos casos, el fracaso.


Y esta maduración del pueblo se produce también en la historia personal de sus protagonistas: José, Moisés y Josué. Ellos también pasan por una gran evolución personal. Aprenden en primera persona la lección.
José es el mimado de su padre. Un niño inocente, idealista y soñador. Con una gran sensibilidad y bastante vanidad, debía ser insufrible para sus hermanos. Por envidia lo venden y en Egipto inicia su camino personal de maduración. Es carismático y eficaz y aprende a ganarse a la gente y a sobrevivir, pero Dios iba a trabajarlo con esmero. Tres son las notas de su maduración: la castidad, la confianza y la misericordia. No son tres parámetros independientes sino que integran una misma vocación. José es del Señor, quiere serlo y quiere proteger su fe.
La castidad no tiene solo que ver con la vocación al sacerdocio. También hay que aprender la castidad para tener un matrimonio sano. No tiene que ver con lo de afuera sino con lo dentro. La impureza nos parte por dentro, nos disocia, nos descentra. Hay que pedir la castidad para ser un hombre de fe. Es un campo perfecto para experimentar la Gracia. Sin el poder de la Gracia no hay pureza.


La confianza de José en que Dios está detrás de cada sombra y cada fracaso, es fundamental para su propio equilibrio psicológico, anímico y espiritual. En la cárcel o en la prosperidad, todo es plan de Dios, y es capaz de sacar lo bueno de lo malo. Dios escribe recto con renglones torcidos. No hay que desesperar nunca de la voluntad de Dios para nosotros.
José no esconde sus talentos por miedo o rabia. Y su gran talento es la misericordia. Perdona una y otra vez. A los que le meten en la cárcel, a los gobernantes y a sus compañeros y hasta a sus hermanos, que les da la oportunidad de redimirse.
Es por todo ello, figura de Jesucristo, por la fidelidad al Señor, por su confianza y por su misericordia que perdona a sus enemigos.


Moisés es otro personaje que madura a lo largo de una historia potente e inesperada. Es otro niño mimado, que es criado en la corte de faraón siendo extranjero y esa condición nunca le abandonará. Es un hombre que teniendo un alto sentido de la justicia, acabará siendo un prófugo de ella. Asesino y rechazado por todos, huirá al desierto y allí será llamado por Dios. Una gran intimidad con el altísimo será la nota característica de la vida de Moisés. De esa vida de oración sacará el sentido de su vida, la misión a la que es llamado y la fortaleza para cumplirla. Así, siendo extranjero y rechazado por todos tendrá que enfrentarse a los poderosos para liberar a un pueblo acostumbrado a la esclavitud y la mediocridad y llevarlos hacia el incómodo camino de la fe. Se enfrentará al Faraón con miedo pero con el poder de Dios, para liberar a un pueblo que no quiere ser liberado y le protestará continuamente en el desierto. Moisés se convierte en un líder sin querer serlo, teniendo que sacrificar sus afectos humanos para llevar a cabo su misión y guía e intercede por un pueblo rebelde e indócil. Esa tensión entre el amor a Dios y el amor a su pueblo desobediente le hará experimentar un drama vital entre la vida espiritual y la realidad. Su misión libertadora y su intercesión constante por su pueblo le configuran con Cristo.


Finalmente, tenemos a Josué y el paso del Jordán para conquistar una tierra a la que podían haber entrado mucho antes, pero un pueblo timorato e indispuesto, tuvo que dar vueltas durante cuarenta años al desierto para conocerse y conocer a Dios. Muchas veces podemos estar dando vueltas en una historia durante años repitiendo los mismos errores o sin salir de la rueda, porque no aprendemos la lección ni estamos dispuestos a la renuncia y a confiar en Dios. A Josué le cuesta tomar el mando. A pesar de las experiencias vividas en el desierto y de ver constantemente la mano poderosa de Dios, está acostumbrado a vivir a la sombra de Moisés y le asusta tomar responsabilidad. Dios tiene que animarle continuamente en su vida interior para acometer la misión. Es el momento y hay que pasar página. El desierto queda atrás y hay que enfrentar nuevos retos. El pueblo ha evolucionado y ha aprendido a confiar en Dios. El Arca, los sacerdotes, las trompetas… todo en la historia de Josué habla de una liturgia, una conquista con Dios en el centro, una vida impregnada de sentido religioso. El pueblo quema sus naves, sabe que para conquistar el cielo hace falta renunciar a los ídolos, a los amores paganos, a las confianzas humanas. Los enemigos caen ante ellos cuando están dispuestos a todo y no flaquean en su fidelidad a Dios. Josué se erige en el gran conquistador necesario en esta etapa, que confía en las fuerzas del señor, sin mirar su debilidad. Es también prefigura de Jesucristo porque conquista la vida eterna para nosotros, a través de la renuncia a sí mismo y la confianza en el poder de Dios.


Estamos pues, ante un cuadro impresionante donde la acción humana se entremezcla con la acción de Dios, para llevar a unos hombres de la infancia a la madurez, de la esclavitud a la libertad, de la soberbia a la humildad, del miedo a la confianza, en definitiva, de la incredulidad a la fe. Y todo ello a través del fracaso, la frustración, la incertidumbre, la perseverancia, la confianza, la mansedumbre…


De un pueblo anárquico y precario, Dios saca un pueblo unido y maduro en la fe, aunque pronto se les olvidará y volverán a sus viejas costumbres mundanas cuando se acomodan en la tierra. Es, en cualquier caso, una etapa intensa en la historia de Israel cómo intensa es la historia que narra la película.


Nuestra vida es una gran epopeya hacia la vida eterna. Es el tiempo y el espacio en que maduramos en la fe. Dejemos que el viento se lleve la paja…

“Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo. Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error” (Ef 4,13-14)

 

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