Miércoles, 24 de abril de 2024

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Falta una palabra

por Creo, Señor, aumenta mi fe

En esta audiencia el Papa nos sitúa en el fondo de la verdadera oración. En primer lugar, la oración cristiana es un encuentro en el corazón donde Dios mora. Tiene que ser sincera. “La verdadera oración es la que se hace en el secreto de la conciencia, del corazón: inescrutable, visible solo para Dios, Dios y yo. Esta oración huye de la falsedad: ante Dios es imposible fingir. Es imposible, ante Dios no hay truco que valga, Dios nos conoce así, desnudos en la conciencia y no se puede fingir. En la raíz del diálogo con Dios hay un diálogo silencioso, como el cruce de miradas entre dos personas que se aman. El hombre y Dios cruzan la mirada y esto es oración. Mirar a Dios y dejarse mirar por Dios: esto es rezar. ‘Pero, Padre, yo no digo palabras…’. Mira a Dios y déjate mirar por Él: ¡Es una oración, una hermosa oración!”

Porque es una oración confidencial no es ajena a las necesidades que lleva en el corazón. Siempre se hacen presentes las necesidades concretas.

El Papa hizo a los fieles una pregunta curiosa pero realista: "¿Qué palabra falta en el Padrenuestro?" ¿Cómo puede faltar algo en el Padrenuestro? Desconcierto. La pregunta tiene una respuesta verdadera. Falta la palabra ‘yo’. La palabra ‘yo’ está ausente. Toda la formulación está en plural. El Papa nos dice que no lo olvidemos. “Porque no hay espacio para el individualismo en el diálogo con Dios. No ostentación de los problemas individuales como si fuéramos los únicos en el mundo que sufrieran. No hay oración elevada a Dios que no sea que no sea la oración de una comunidad y hermanos y hermanas, el nosotros: estamos en comunidad, somos hermanos hermanas, somos un pueblo que reza, ‘nosotros’. Una vez el capellán de una cárcel me preguntó: ‘Dígame, padre, ¿cuál es la palabra contraria a yo?’ Yo, muy ingenuo, dije: ‘Tú’. ‘Este es el principio de la guerra, la palabra opuesta a ‘yo’ es ‘nosotros’, donde está la paz, todos juntos’. Es una hermosa enseñanza la que me dio aquel cura”.

Al caer el día, no llegamos solos. Llegamos con las personas que que hemos tratado, los dolores que hemos sufrido, etc. “Un cristiano lleva a la oración todas las dificultades de las personas que están a su lado: cuando cae la noche, le cuenta a Dios los dolores con que se ha cruzado ese día; pone ante Él tantos rostros, amigos incluso hostiles: no los aleja como distracciones peligrosas. Si uno no se da cuenta de que a su alrededor hay tanta gente que sufre, si no se compadece de las lágrimas de los pobres, si está acostumbrado a todo, significa que su corazón ¿cómo está? ¿marchito? No, peor: es de piedra. En este caso, es bueno suplicar al Señor que nos toque con su Espíritu y ablande nuestro corazón. ‘Ablanda, Señor, mi corazón’. Es una oración hermosa: ‘Señor, ablanda mi corazón, para que entienda y se haga cargo de todos los problemas, de todos los dolores de los demás’. Cristo no pasó inmune al lado de de las miserias del mundo: cada vez que percibía una soledad, un dolor del cuerpo o del espíritu, sentía una fuerte compasión, como las entrañas de una madre”.

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