Religión en Libertad

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Querido Teófilo,

en este mes de diciembre quiero escribirte -no podía ser de otra manera- de la Navidad. Mejor, también sobre la Navidad. Probablemente resultaría pretencioso hablar sólo de la Navidad, “Misterio inefable”, por ello completaré mi carta hablándote sobre la Navidad, “realidad entrañable”.

Es así la Navidad uno de los más profundos Misterios y, al tiempo, una de las más gozosas realidades que tenemos los cristianos. Por ello, las “inteligencias más preclaras” se nublan ante la reflexión de un Dios que se hace hombre y las “mentes más sencillas” comprenden la dicha de un Dios descubierto en un Niño.

Y es que, para desentrañar el Misterio de la Encarnación, conviene utilizar el atajo del corazón. Y el corazón descubre lo que la razón no puede comprender. Para reconocer a Dios en ese Niño, “es preciso hacerse y volverse como niños” (Mt. 18. 3).

Dios en Belén, un “Niño sobre unas pajas”. Realidad entrañable. Pero también, Dios en Belén, El “Verbo increado, encarnado en un recién nacido”. Misterio insondable. Si no hubiese pasado de verdad, ¿puede pensarse que una religión podría predicar tan insólita, por disparatada, realidad?

Dios, el Sumo Creador, convertido en “criatura”. A pesar de todo, a pesar de nuestra inicial “resistencia lógico-racional” que trata de escrutar el Misterio, los cristianos -sólo nosotros de entre todas las religiones- creemos en un Dios hecho hombre.

Dios ha venido a la tierra para hacerse uno de nosotros y para quedarse con nosotros, Emmanuel. No bajó nuestro Dios de los cielos, como bajaban los dioses de los antiguos, griegos y romanos, manteniendo su “divinidad” para evitar confundirse con los mortales.

Nuestro Dios, que siempre fue su "delicia estar con los hijos de los hombres" (Prov 8, 22) y que, desde el principio, "paseaba a la caída de la tarde, por el jardín del Edén" (Gn 3, 8), cuando se cumplió la plenitud de los tiempos, “acampó en nuestra tierra” (Prólogo S. Juan, 14) puso “su tienda en medio de las nuestras” y... se quedó para siempre. "Estoy con vosotros hasta la consumación de los tiempos" (Mt. 28.20). Y si hoy lo tenemos en el Sagrario, es porque un día -el de Navidad, el de su Natividad- nos nació en Belén.

Navidad, tiempo del corazón. Tiempo de amor y ternura. Tiempo también de ilusiones, de buenos propósitos, siempre inacabados, para el resto del año.

Termino reproduciéndote, por si te sirve, para tu particular consideración, una poesía escrita ya hace algunos años. Con ella mi deseo: “yo quisiera esta Navidad, querer de verdad... y que tú también quisieras”.

Yo quisiera Señor...

ser estrella para señalarte

Belén para recibirte y acogerte.

portal para guarecerte y resguardarte,

paja para rozarte.

Yo quisiera Señor,

ser pesebre para recogerte,

pañal para abrigarte.

buey y mula para mirarte y calentarte,

pastor para visitarte y adorarte.

Yo quisiera, Señor.

ser Mago para buscarte y regalarte,

Coro de Ángeles para cantarte y glorificarte,

Gabriel para anunciarte.

Isabel para descubrirte

el Bautista para predecirte,

Simeón o Ana para esperarte y proclamarte.

Yo quisiera, Señor.

ser José para adoptarte, quererte y protegerte

María para tenerte y acunarte,

para abrazarte y cuidarte…para amarte.

Tuyo. ¡Que Dios te guarde!,

Federico Fernández de Buján 

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