Martes, 19 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Kasey Kimball era protestante, leía, pensaba, sufría y dudaba

«Por qué me he hecho católica ahora, aunque la Iglesia esté infectada de pecado y escándalo»

«Por qué me he hecho católica ahora, aunque la Iglesia esté infectada de pecado y escándalo»
Kasey Kimball ha meditado mucho sobre la Iglesia, el sentido del dolor y el pecado, antes de hacerse católica en época de escándalos

P.J.Ginés/ReL

Kasey Kimball es una joven norteamericana que ha estado estudiando Arte y Teología en Vancouver, Canadá en los últimos 4 años. Formada en el cristianismo protestante anglicano, durante ese periodo ha meditado y leído mucho, ha explorado la fe católica y se ha hecho católica en esta Pascua de 2019. Le ha costado dar el último paso, y lo ha hecho reflexionando sobre los escándalos y graves pecados que se han dado en el clero y en las estructuras católicas.

En tierra de nadie eclesial: ¿qué decidir?

En agosto de 2018, Kasey estaba en una "tierra de nadie" eclesial... Llevaba ya un año acudiendo a la misa católica. En agosto, ya había conseguido sentirse cómoda con el rosario, usaba el misal del Magníficat sistemáticamente y ya no se consideraba protestante. Quería ser católica y prácticamente vivía como si lo fuera. Había hecho los distintos ritos de presentación y había terminado su curso de iniciación a la fe católica.

Pero no había dado el paso a entrar en la Iglesia en esa Pascua de 2018. "Simplemente, no estaba teológicamente lista", dice.

Tampoco podía volver al protestantismo. La liturgia protestante y anglicana le parecía ahora llena de palabras humanas huecas. En el culto protestante que conocía "parecía que reinventáramos la rueda cada domingo, cuando la riqueza de la tradición estaba ahí lista para ser usada".

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"Sentí que Jesús me miraba, era apenas soportable"

También había sentido con fuerza la presencia de Cristo en la misa. "No es que diga que Cristo esté ausente en el protestantismo, pero hay una diferencia de intensidad palpable. Un domingo por la mañana sentí que Jesús me miraba desde el tabernáculo; la intensidad era profundamente convincente, aunque apenas soportable. La idea de que Cristo estaba presente de una manera única en la Iglesia Católica la encontraba yo ofensiva, pero mi experiencia sugería que podía, simplemente, ser verdad".

Y estaba el tema de la autoridad. Los anglicanos, en EEUU y en Canadá están divididos profundamente, en varias denominaciones. Unos grupos y obispos aceptaban obispesas lesbianas, el matrimonio gay, incluso el aborto. Otros no lo aceptan del todo, o lo intentaban esquivar, o limitar. ¿Quién tiene autoridad para enseñar de verdad lo que Dios aprueba?

"Si bien los protestantes afirman que la Biblia es su autoridad final, en realidad todos apelábamos a alguien a la hora de interpretar los que la Biblia decía y significaba, fuera Lutero, Calvino, Cranmer o Barth o un blog que nos guste o nuestro pastor local", señala Kasey.

¿Qué le faltaba? Convencerse de que la Iglesia era quien decía ser.

Un sermón sobre abusos en la Iglesia

Ese verano, en un campamento de vacaciones, acudió a misa a una pequeña capilla. No podía comulgar, pero podía responder todas las partes de la misa, participar con su oración, escuchar la homilía. Y el sacerdote predicó sobre los abusos del cardenal McCarrick con seminaristas y cómo nadie había rendido cuentas ni tomado medidas en su momento para evitarlo o castigarlo. "Aprecié que fuera directo, que se negara a mantener una cadena de silencio".

Y entonces Kasey tuvo una sensación peculiar.

"Me dio la impresión de que si la Iglesia Católica era el cuerpo de Cristo de una forma peculiar -y ese era aún un gran 'si'- necesitaba acercarme más a ella en este tiempo de crisis. Si a ustedes les parece una reacción rara ante la revelación de más abusos y encubrimientos... a mí también".

Dios en el sufrimiento, y la amistad de los santos

Kasey llevaba unos años reflexionando sobre la presencia de Dios en el sufrimiento. En los últimos 3 años había sufrido bastante: sus padres se habían divorciado, a ambos les diganosticaron cáncer y la misma Kasey sufría una depresión clínica y dolores de cabeza crónicos. "Pasaba el día en mi habitación viendo teleseries: no podía hacer ni mis deberes de clase, mucho menos 'cosas grandes por Jesús'".

Estaba trabajando en una tesis sobre los textos de San Buenaventura, el santo místico y superior franciscano del siglo XIII, especialmente los que trataban sobre la Pasión. Para San Buenaventura, que el Dios hecho hombre aceptara sufrir para curar y salvar a los hombres, es algo de gran hermosura, una forma de medir la grandeza de ese amor. "Buenaventura deja claro que la victoria de Cristo no significa que la Iglesia cese de sufrir. De hecho, la realidad es la contraria", escribe Kasey.

Ella pasó dos años leyendo a Buenaventura mientras experimentaba sus dolores físicos y emocionales. Conoció además a otros santos que se mantuvieron fieles a Dios pero muy probados por el dolor: San Francisco, Santa Catalina, Santa Teresita, Santa Faustina y muchos otros... "Sus historias era inspiradoras, enloquecedoras y convincentes. Empecé a creer en su testimonio de que el sufrimiento valía la pena para poseer la libertad y el gozo de la beatitud. Empecé a considerarlos mis amigos. Quería formar parte de su familia".

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Ofrecer los sufrimientos: poder para el bien

Kasey empezó a explorar el lenguaje católico de "ofrecer los sufrimientos" a Dios por los demás. ¿Podía usarse como una excusa para la inacción, o para el masoquismo? Podía, sí. Pero ella encontró que también podía dar fuerza y poder: "con esta forma de pensar, el sufrimiento en sí sigue siendo malo, pero se le puede obligar a que produzca un bien". Y así, ofreciendo desde su cama sus dolores, podía seguir participando en las cosas que Dios hace en el mundo, seguir produciendo bienes.

Así, entendió que "el sufrimiento, aunque es malo y temporal, es una forma de conocer a Cristo". También, dice, le ayudó a ser más paciente, compasivo, dependiente y "profundamente eclesial, porque al conectarnos a Cristo nos conecta con los demás".

Después, Kasey empezó a leer y conocer el pensamiento de una católica inglesa muy peculiar, la mística, artista, escritora y terapeuta informal Caryll Houselander, que vivió entre 1901 y 1954.

En sus experiencias místicas, Caryll Houselander había visto a Cristo "en todo tipo de personas". "Si buscas a Dios solo en los santos no lo encontrarás", escribió. Houselander ordenó un poco su vida al volver a la Iglesia en 1925, pero sin faltarle heridas. Se enamoró del famoso espía Sidney Reilly (un judío de Odessa al servicio de Su Majestad), que fue el modelo para las novelas de James Bond, pero él la hirió y se fue con otra mujer (se casó con unas cuantas). Caryll nunca se casaría, pero dedicó mucho tiempo a acompañar y aconsejar a personas dañadas por la Segunda Guerra Mundial, con una gran empatía. El psiquiatra Eric Strauss la admiraba y consideraba "una excéntrica divina".

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Caryll Houselander en sus últimos años; murió con 54 años

A Kasey le inspiraba leer a Caryll, que veía que igual que Cristo resucitó alzándose de su tumba, puede resucitar en los corazones de personas muy pecadoras, muy alejadas de Dios, que tienen a Cristo muy muerto en su corazón. Y así, si miramos con respeto la tumba de Cristo muerto, también debe haber cierta reverencia hacia esas tumbas que son los pecadores endurecidos.

La Iglesia no deja de ser Iglesia aunque haya pecado

Todo esto cristalizó en una idea para Kasey: "la Iglesia no deja de ser Iglesia cuando se infecta de pecado y escándalo. Mucha gente ha sido atraída a la Iglesia Católica precisamente porque es honesta en su necesidad de ser probada y purificada".

Kasey recuerda además una escena que ayudó al escritor Chesterton a hacerse católico. Vio un cartel en la parroquia que avisaba: "cuidado, no dejen los paraguas en la cesta, pueden ser robados durante la misa". Chesterton pensó que esa iglesia era honesta y consciente de la realidad del pecado en su interior. La Iglesia ideal para alguien como él, pecador en necesidad de misericordia.

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G.K.Chesterton, acompañado del escritor Israel Zangwill.

Sí, el pecado no era razón para no estar en la Iglesia. Pero ¿de verdad la Iglesia que Cristo fundó para actuar en el mundo era la Iglesia Católica?

Kasey empezó a leer a los Padres de la Iglesia de los primeros siglos: "¡Me sorprendió lo católicos que eran! No era una iglesia hippie con liderazgo horizontal y gente que se reune de manera informal en casas y tienen la Eucaristía como una comida normal". Los primeros cristianos tenían líderes, normas, liturgia, insistían en la vida común y en la perseverancia, obediencia, unidad, amor y humildad.

Una y otra vez los escritores cristianos de los primeros siglos insisten en la obediencia al obispo: desobedecer al obispo es como desobedecer a Cristo, separarse de la Iglesia es como separarse de Cristo, escribían. Eso exigía al obispo un alto nivel de santidad, según los textos de los primeros siglos cristianos.

"Lo que para los católicos era obvio, ahora lo podía ver claro yo: Dios no nos había dado un libro, sino un pueblo. Y este pueblo, pese a sus pecados y herejías, fallos y errores, estaba aún intacto, por Gracia de Dios".

Así, esta Pascua de 2019 entró plenamente en la Iglesia Católica.

"Cuidado con la gente real, mediocre"

Hay católicos veteranos que han avisado a Kasey: cuidado, tras leer a tantos grandes santos, no se decepcione cuando vea a los católicos reales, de a pie, la gente concreta y mediocre que encontrará en las parroquias...

Pero ella no se desanima: "en la Iglesia Católica real, sobre el terreno, encuentro una mezcla profunda de lo ordinario y lo divino. En mi parroquia de Vancouver veo a mi vecindario: ricos y pobres, hombres y mujeres, casados y solteros, jóvenes y viejos, sanos e impedidos, de muchos orígenes étnicos... Mi convicción creciente es que este cuerpo de gente ordinaria es, misteriosa y verdaderamente, también el Cuerpo de Cristo", escribe.

(Kasey Kimball contó su testimonio en la Newman Association de Vancouver, y fue publicado en The BC Catholic, con fotos de Agnieszka Ruck)

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