Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

Santa Teresa de Jesús: vivo sin vivir en mí

Rubens, Santa Teresa de Jesús
Peter Paul Rubens, 'Visión de Santa Teresa del Espíritu Santo' (1614), Museo Boijmans Van Beuningen (Rotterdam, Países Bajos).

por Emilio Domínguez Díaz

Opinión

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"Vivo ya fuera de mí / después que muero de amor, /porque vivo en el Señor / que me quiso para sí. / Cuando el corazón le di, / puso en él este letrero: / que muero porque no muero." 

A aquella recia cronología de mitad del siglo XVI, como escribió Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada en 1562, no le han faltado tiempos  posteriores repletos de dureza, momentos difíciles y situaciones inesperadas que, hoy más que nunca en pleno siglo XXI, requieren esa reciedumbre de la que la Santa hizo gala en la flor de su vida a través de la noble y reivindicativa empresa de fundar conventos en pos de una reforma de la Iglesia

Por otro lado, tampoco echamos de menos su declaración de intenciones en la relación con Dios. Sus versos pudieron dar fe de ello convirtiéndose en evidentes pruebas de ese estrecho vínculo con Él, como este pasado fin de semana hemos recordado y celebrado en Alba de Tormes con motivo del cuarto centenario de su canonización, primero del doctorado honoris causa de la Universidad de Salamanca e inicio de Año Jubilar Teresiano. La ocasión, pues, bien lo merecía.

La irrupción de la mística en su persona, el arte de la escritura, la entrega de su alma, la presencia de la espiritualidad y la experiencia de diversos trances como el paroxismo o la transverberación no fueron más que llamadas divinas para acudir a Dios con confianza, firmeza y transparencia, con humilde candor y alma desnuda, a pesar de los obstáculos que, como piedras en ese camino de perfección trazado, jamás dejan de interrumpir el devenir de todas y  cada una de nuestras vidas.

En los primeros escarceos con sus muestras de devoción, Santa Teresa escribió aquello de que "muchos son los llamados, pocos los elegidos". Esta lapidaria frase, como la de las peores batallas que Dios reserva a sus mejores soldados, se convertiría en el santo y seña de una trayectoria vital, espiritual y literaria inmersa en, desde muy niña, lecturas de caballería que prendieron la mecha de una combativa imaginación.

Y su constante lucha no se limitó única y exclusivamente a esos sueños de infancia o posterior adolescencia, sino también a ardientes deseos de exilios en "tierras de infieles", sofocados por la negativa paternal, para sufrir el martirio o, por el contrario, el desarrollo de la investigación teológica encaminada a ser plasmada en obras literarias de calado que, como monja, desarrollaría entre muros conventuales, paradójicas excusas de huida de la vanidad de aquel injusto mundo.

"Esta divina prisión / del amor en que yo vivo, / ha hecho a Dios mi cautivo, / y libre mi corazón; / y causa en mí tal pasión / ver a Dios mi prisionero, / que muero porque no muero."

Sin embargo, esa "cárcel" en la que se recluyó y el trabajo allí gestado también iban a ser culpables del señalamiento por sus ideales hasta el punto de ver sus libros arder y tener que comparecer ante el Tribunal de la Santa Inquisición en 1575. La cancelación, cultural o religiosa, de nuestra ideologizada actualidad no es flor de un día. Espejos tiene para buscar pretéritos reflejos.

El desafío de la Santa a un mundo dominado por hombres y sus propuestas ante los férreos y sólidos cimientos de la Iglesia mostraron al mundo la fortaleza y valentía de unas intenciones que, a lo largo de los siglos, han tenido diversos reconocimientos y menciones en campos como la Literatura con ilustres hombres de Armas y Letras de la talla de Cervantes, Quevedo o Lope de Vega y, por otra parte, el Arte en obras de genios como Velázquez, Rubens o Bernini. Siglos atrás, pues, también hubo mujeres que, sin las subvencionadas proclamas del presente, supieron ser vanguardia y estar expuestas a peligros y consecuencias que distan de los cómodos puestos que la barrera contemporánea les ofrece. Para lecciones, Santa Teresa de Jesús.

Fiel a su ideario dentro del mundo carmelitano, la verdad de Santa Teresa también sería refrendada por nombramientos posteriores como el de primera mujer doctora de la Iglesia, con el reconocimiento del Vaticano como maestra de una fe cuya resonancia e influencia se han extendido por todo el orbe hasta lograr una infinita veneración en el mundo católico además de ser respetada y admirada por practicantes de otras religiones.

La virtuosa paciencia de la Santa como estandante, su insistencia en la oración, la gestión político-religiosa y la plena confianza en Dios son los elementos de un trayecto vital en el que fe y esperanza jamás se ausentaron de la puesta en práctica de virtudes cardinales y teologales. 

"Nada te turbe, / nada te espante, / todo se pasa; / Dios no se muda, / la paciencia / todo lo alcanza, / quien a Dios tiene / nada le falta, / sólo Dios basta."

De esta manera, la defensa y ejemplaridad de aquellas virtudes y valores tradicionales, extintos en un sumiso Occidente, nos permitirán resistir las embestidas en una contemporaneidad asolada por el perverso Mal que, con múltiples disfraces, ralentiza y dificulta el avance de los pasos que damos a diario.

Como a la Santa, siempre nos quedará una sólida reja de acero, en una capilla o la prisión de nuestros días, a la que, con la fortaleza de la  reivindicación, tendremos que aferrarnos para no sucumbir ante los gestores, los del pensamiento único, de un tiempo vilmente estigmatizado por tiranías, prohibiciones e imposiciones.

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