Jueves, 02 de mayo de 2024

Religión en Libertad

Funerales

Mujer arrodillada rezando.
El sentido de los funerales y de la oración por los difuntos es acortar su tiempo de purgatorio. Foto: Yandry Fernández Perdomo / Cathopic.

por Pedro Trevijano

Opinión

Cuando un católico fallece, la Iglesia suele celebrar un funeral por el eterno descanso de su alma. Podemos ver en esta ceremonia dos aspectos: el aspecto social, que hace que muchos, aun no creyentes, vayan a él por razones de parentesco o amistad, e incluso para algunos sea el único motivo por el que pisan una iglesia, y el aspecto religioso, que es el que nos interesa aquí.

¿Por qué la Iglesia celebra funerales? Pues por una razón muy sencilla, porque creemos en la resurrección y la muerte no es el final de todo. Al final de nuestra vida terrena, nos espera el juicio de Cristo sobre ella, que puede ser de salvación o condena, si rechazamos la gracia de Dios y estamos en pecado mortal. El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice sobre este punto: “La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, 'el fuego eterno'. La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira” (n. 1035).

Pero el juicio puede ser, y esperamos que así sea con la ayuda no rechazada de la gracia Dios, de salvación. Recuerdo que hace años leí en una revista una encuesta sobre la siguiente pregunta: '¿Cómo desearías morirte?' Varios contestaron: 'Rodeado de mi familia'; pero algunos dieron para mí y para la Iglesia la respuesta acertada: 'En gracia'. Desde luego Cristo no es imparcial, sino que desea que todos los hombres se salven, porque para eso ha muerto en la Cruz, pero respeta nuestra libertad y, como dice San Agustín, “el Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.

El prefacio de la misa de difuntos tiene estas hermosas palabras sobre la muerte de los creyentes: “La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma, y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”.

Ahora bien, los que mueren en gracia y amistad con Dios puede que estén perfectamente purificados, y en ese caso el cielo es su fin último y la realización plena de sus aspiraciones más profundas, pues gozan de la visión beatífica de Dios y de una dicha eterna. A mí me impactó bastante leer en la vida de Santa Teresita del Niño Jesús que, cuando descubrió que estaba tuberculosa y que iba a ver pronto a Dios, se alegró mucho con el pensamiento de que iba a estar pronto con Jesús. O leer que un chico de catorce años con una enfermedad que sabía era mortal, cuando sus amigos hablaban sobre dónde pasarían las próximas vacaciones, dijo: “Yo estaré en el cielo”.

Pero puede suceder también que “los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo (Catecismo, n.1030). La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados (Catecismo, n.1031)”.

A mí en los funerales me gusta como lectura emplear 2 Macabeos 12, 39-46. Ha habido un combate y, al enterrar los cadáveres, descubren en los caídos objetos robados. Judas Macabeo entonces hace una colecta para ofrecer sacrificios y oraciones por los difuntos, porque, como dice el versículo 46: “Obra santa y piadosa es orar por los difuntos. Por eso hizo que fuesen expiados los muertos: para que fuesen absueltos de los pecados”.

Recuerdo que, en mis tiempos de bachiller, murió el padre de un compañero y otro le dijo: “Rezo por tu padre para que no se pueda decir que, si tu padre no está todavía en el cielo, es porque le han faltado las oraciones de tus amigos”.  Y ése es el sentido que tienen los funerales: con la ayuda de la Eucaristía y de la oración de los asistentes, que el difunto, si está en el purgatorio, vea suavizada su pena e incluso pueda ir pronto al Paraíso. Y referente a nosotros, darnos consuelo y esperanza.

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