Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

La Ley que beneficia a todos


por Benjamín J. Santamaría

Opinión

Antes de comenzar con el siguiente artículo me gustaría advertir que en él reside exclusivamente la opinión personal del autor sobre las virtudes de llevar una vida acorde a la Ley moral del cristianismo y que todo el mundo puede descubrir al acercarse a la Iglesia católica fundada por Cristo. Por ello es una obviedad resaltar que se basa en un conjunto de conocimientos obtenidos de una serie de experiencias personales, es decir, se hallan rodeados de un halo de subjetividad que puede ser cuestionado y criticado.

El objetivo, no obstante, es animar a todo aquel que no cree a tratar, aun así, de llevar una vida ordenada siguiendo las recomendaciones y las pautas que nos enseña la Ley y, para todo aquel que ya tiene fe, aguardo que le sea útil para apreciar los beneficios de esta y que de esa manera reserve unos minutos para reflexionar sobre la inmensa suerte que tiene en su vida, algo que puede resultar bueno en caso de que esté pasando por un mal momento personal. Nunca es mal momento para pararnos a dar gracias y tratar de entender que otras personas no han tenido la oportunidad de descubrir lo mismo que nosotros y que de ello puede nacer el rechazo que muchas veces percibimos.

1. La vida ordenada y los errores

La importancia de llevar una vida ordenada no reside exclusivamente en algún tipo de mandato divino que nos impone sacrificios solamente para ser más virtuosos. No se trata simplemente de renunciar al placer sino de tratar de hallarlo en otras cuestiones que, a largo plazo, nos serán mucho más beneficiosas.

La Ley es justa, pero de la justicia no puede derivar nada que sea malo, por ello ajustarnos a ella no nos puede perjudicar sino todo lo contrario. La percepción generalizada que se tiene socialmente sobre llevar una vida con un orden tiende a ser negativa porque cambia la preferencia temporal al llevarla. Ajustarnos a la norma no es más que renunciar a placeres cortoplacistas que a largo plazo nos resultarían enormemente malos para nosotros y para los que nos rodean.

El hedonismo provoca sufrimiento por el hecho de que uno no se para a pensar en las consecuencias de sus actos. Pensar en que sucumbir a los deseos inmediatos de la carne es llevar una vida plena provoca, con el tiempo, una serie de desgracias que tienen que soportar los que cometen tales actos y sus seres queridos.

Nada de esto se dice a modo de reproche sino, más bien, es una recomendación que trato de lanzar desde este medio al ver con preocupación cómo muchas personas se dañan sin ser conscientes de cuál es la causa de lo que les lleva a tanto dolor.

No es menester ahora pararnos a analizar cada una de las normas morales, para ello siempre se pueden acercar a una iglesia o investigar por internet, pero puedo asegurarles que todas tienen un motivo. Pensemos en la mentira por poner un ejemplo. La mentira no se acaba en el momento de decirla, el engaño y la ocultación de la verdad provoca un miedo constante a ser descubiertos. Miedo que solo sufre el mentiroso y, cuanto más gravoso sea el tema, más sufrimiento va a ocasionar. El que hace el mal no solo se lo está haciendo a los demás sino que en última instancia se lo está haciendo a sí mismo. Si tras un tiempo la verdad se revela, las consecuencias serán mucho peores que si no se hubiera ocultado desde el principio pues la persona afectada no podrá ver con buenos ojos todo lo que haya sucedido después de esta y, al ver que toda experiencia vivida tras la mentira se construye sobre algo que no es cierto, mirará con desconfianza cuestiones que igual sí eran sinceras.

Sin embargo, nadie es perfecto. Cualquiera que trate de llevar una vida sin mal y siguiendo la norma puede caer mil y una veces en la tentación de manera consciente o inconsciente. No se trata de no cometer errores sino de ser justos. El modo de vida tiene más que ver con una actitud que con pulcritud absoluta.

2. La actitud ante los errores y los juicios

Cuando cometemos un error aparece una voz interior que conocemos comúnmente como conciencia. Si no nos deshacemos de ese malestar, esa voz se tornará en gritos que acabarán por hacernos aún más daño.

Ante esto hay dos opciones principales: o tratamos de justificar el acto dando piruetas argumentativas o reconocemos lo que hemos hecho y pedimos perdón. La primera es algo muy extendido que muchas personas, o bien por vergüenza o bien por tozudez, utilizan y, la segunda, es la manera que, según pienso, los cristianos tomamos. Una de ellas le llevará a una espiral de negatividad que provocará que el mal que ha cometido le persiga y, muy posiblemente, le lleve a hacer más cosas malas hundiéndole aún más. La otra hace que se libere de todo ello y que sea consciente de sus propios errores.

Esto es algo inmensamente importante: no reconocer los fallos y tratar de convencerse de que usted no los comete puede llevarle a una soberbia que, a su vez, es algo que provoca sufrimiento y le dificulta el entendimiento con el prójimo; pero si usted es capaz de darse cuenta de cada uno de los errores que tiene no caerá en el absurdo de pensar que la culpa de sus desdichas es solamente de otros individuos.

Es por ello por lo que aprendemos que no debemos juzgar a los demás. Detrás de alguien que se equivoca, aunque sea reiteradas veces, se encuentra una persona rodeada de sufrimiento que, en última instancia, será quien más sufra sus propias obras. Si nos damos cuenta de nuestra propia imperfección podemos ser capaces de imaginar que igual quien nos ha hecho daño solamente ha caído en una tentación de la cual nosotros también somos susceptibles de caer en algún momento de debilidad.

3. El perdón y la Confesión

Es importante, por todo lo que hemos tratado, aprender a perdonar a quien nos hace daño, tratar de entender sus circunstancias personales, no martirizarle ni echarle en cara sus fallos y compadecernos de él. Cambiar el sentimiento de rabia por pena. Pero, a parte de todo ello, es también imprescindible aprender a perdonarnos a nosotros mismos cuando hacemos algo. Ver nuestras imperfecciones nos puede ayudar a no juzgar a los demás pero arrepentirnos de nuestros fallos y aprender a dejarlos atrás (tras habernos llevado una lección) nos permite tener segundas oportunidades y deshacernos de esa voz de la conciencia que a mucha gente le mantiene encadenada a su pasado. Por ello el sacramento de la confesión es una experiencia extremadamente reconfortante que significa pedirle perdón a Dios pero también a uno mismo.

Sentirnos con otra oportunidad para hacer las cosas bien habiendo aprendido las lecciones produce una inmensa alegría, anima a las personas a tratar de volver a encauzar su vida con energía.

4. Conclusión

Todas estas cosas nos llevan al cielo pero, además, nos aportan una vida plena y llena de felicidad, con una actitud muy distinta a la que podríamos estar acostumbrados. Librarse de nuestros errores, del rencor, del miedo o de la frustración es la consecuencia de seguir la Ley, nos trae mucho bien a nosotros y a nuestros seres queridos, aprendemos a tratarnos a nosotros mismos y a los demás.

Por ello es recomendable también para todos aquellos que no tengan fe. Lo justo lleva a lo bueno. Me parece interesante rescatar ahora las palabras de San Pablo de Tarso en Romanos 2, 14-16: “Aun los gentiles, quienes no cuentan con la ley escrita de Dios, muestran que conocen esa ley cuando, por instinto, la obedecen aunque nunca la hayan oído. Ellos demuestran que tienen la ley de Dios escrita en el corazón, porque su propia conciencia y sus propios pensamientos o los acusan o bien les indican que están haciendo lo correcto. Y el mensaje que proclamo es que se acerca el día en que Dios juzgará, por medio de Cristo Jesús, la vida secreta de cada uno.”

Puede que si usted se encuentra en un mal momento de su vida, se replantea cierto tipo de cosas, no encuentra cuál es la causa de su tristeza y quiere buscar un cambio a mejor, la solución esté más cerca de lo que piensa. En la Iglesia no va a encontrar quien le juzgue o le condene porque eso no le compete a los hombres, si usted ha errado es usted quien más ha sufrido esos errores. Está a tiempo de repararlos y encontrar esa segunda oportunidad siguiendo la Ley que está hecha para todos.

Si usted, en cambio, ya cree y está pasando un mal momento, tiene que tener en cuenta que el sacrificio no es más que renunciar a un bien pasajero por uno mejor que vendrá. Piense en todo lo que le ha aportado en su vida seguir la Ley y estar cerca de Cristo y qué hubiera pasado si no contara con ello, pues hay numerosas personas que sufren en silencio desconociendo el motivo de su propia desdicha.

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