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El feminismo no ha hecho más felices a las mujeres: ha asomado a muchas al abismo de la ansiedad, la depresión y la soledad no deseada.

El feminismo no ha hecho más felices a las mujeres: ha asomado a muchas al abismo de la ansiedad, la depresión y la soledad no deseada.M. / Unsplash

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Hace un par de semanas circuló en redes sociales un artículo de Morgan Stanley Research, publicado en 2019, que estima que en 2030, en los Estados Unidos, el 45 % de las mujeres de 25 a 44 años (considerados los "mejores años laborales") serán solteras y sin hijos. Dicha predicción se fundamenta en el creciente número de mujeres que posponen el matrimonio hasta los 30 o incluso 40 años (cuando no indefinidamente) a fin de dedicarse de lleno a sus carreras. Esta situación ocasiona que muchas mujeres retrasen la maternidad y tengan un menor número de hijos o bien renuncien definitivamente a ser madres. A ello se suma que muchos matrimonios acaban en divorcio.

El mencionado estudio también prevé que una mayor participación femenina en el mercado laboral impulsará los salarios de las mujeres, pues hoy en día la maternidad continúa siendo el principal factor de la brecha salarial, ya que, ante la maternidad, muchas mujeres reducen su jornada laboral y algunas, aunque las menos, deciden abandonar el trabajo por un par de años, lo que impacta a su desarrollo profesional. Por esta razón, el estudio valora positivamente la transformación de las normas sociales que “permiten” a las mujeres trabajar a tiempo completo, dado que una mayor participación laboral aumenta la producción y también el consumo. Por lo que el estudio concluye que los resultados son “una buena noticia tanto para las mujeres como para los negocios”.

Si bien una mayor actividad económica puede redundar en mayores ingresos, una mayor participación laboral de las mujeres no necesariamente beneficia al bien común. Una sociedad no es más feliz y ni siquiera rica porque produzca más bienes materiales y cuente con mayores ingresos. Solo una cultura que diviniza el dinero y el poder puede calificar de "progreso" el hecho de que tantas mujeres pospongan, en ocasiones indefinidamente, el formar una familia (lo cual hoy en día se considera una labor de menor importancia) en aras de su crecimiento profesional. Desafortunadamente, parte de la sociedad ha dejado de reconocer que el matrimonio y la maternidad son fundamentales para el desarrollo de una sociedad sana y plena pues, hoy en día, el éxito y el progreso son medidos en términos materiales. Debido a ello, el documento no considera el altísimo precio que están pagando la sociedad en general y, la mujer en particular, a fin de obtener dicho “beneficio” material. Porque el verdadero bien no se mide en cifras, y por lo visto, la felicidad tampoco, como veremos más adelante.

El “progreso” de las mujeres en las últimas décadas ha sido tan grande como evidente, pues en los países industrializados la mujer no sólo ha logrado la igualdad con el hombre, sino que en muchos lugares tiene privilegios educativos, laborales y hasta legales. A esto se aúna que el feminismo ha conseguido transformar radicalmente a la sociedad. Pues las mujeres hoy en día no son “presionadas” para casarse y tener hijos y, además, “gozan de las mismas licencias que el hombre”. Por lo que, en nombre de la “libertad”, el feminismo ha promovido en la sociedad todo tipo de vicios e inmoralidades. Todo lo cual ha traído como consecuencia el aumento exponencial de la promiscuidad, el adulterio, el divorcio y el aborto.

Sin embargo, la promesa feminista de que la mujer encuentre la felicidad en el desarrollo profesional y el gozo de la libertad absoluta no se ha cumplido y, además, ha producido el efecto contrario. Ya que, pesar de estos y otros muchos “logros”, muchas mujeres ven que el tener mayores “oportunidades” que sus abuelas y bisabuelas no las ha hecho más felices. Por el contrario, su nivel de satisfacción ha disminuido en las últimas décadas. Esto llevó a los profesores Betsey Stevenson y Justin Wolfers a estudiar lo que calificaron de “paradoja de la disminución de la felicidad femenina”.

Es importante resaltar que alrededor de 1960, las mujeres se encontraban, en promedio, tan satisfechas con su primordial papel de esposa y madre que se declaraban más felices, en promedio, que los hombres. Sorprendentemente, fue en esa época de general satisfacción femenina cuando la feminista Betty Friedan diagnosticó que las mujeres eran víctimas del “problema sin nombre” argumentando que el trabajo de la mujer, como madre y esposa, era insatisfactorio y servil. Aun cuando, al parecer, muchas mujeres no se percataran de ello.

No obstante, el tiempo ha demostrado que, a mayor "liberación" femenina, mayor es su insatisfacción. De hecho, muchas mujeres sufren de depresión y ansiedad en porcentajes nunca vistos. En los Estados Unidos, más de un tercio de las mujeres (36,7%) informan haber sido diagnosticadas con depresión en algún momento de su vida. Asimismo, según el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC), más de la mitad (57%) de las niñas y mujeres afirman sentirse constantemente tristes y deprimidas, las cifras más altas jamás registradas.

Desde hace décadas, se ha promovido un modelo de mujer fuerte, autosuficiente y empoderada. De ahí que muchas mujeres pospongan el matrimonio y los hijos indefinidamente mientras dedican sus mejores años a trabajos demandantes y altamente competitivos. Hoy, la mujer tiene múltiples parejas, pero está más sola que nunca; goza de la autonomía que le proporciona su trabajo, pero depende de pastillas antidepresivas, anticonceptivas y hasta del aborto; está tan emancipada que muchas no tienen ni esposo ni hijos y la tan ansiada realización se ha tornado en amargura, resentimiento y desolación.

Por ello, si queremos restablecer la armonía en la sociedad y la unidad y paz en nuestras familias debemos empezar por rechazar las falsas promesas del feminismo, el cual, desde sus inicios, negó la vocación natural de la mujer de dar vida, darla en abundancia y formar las almas que le son encomendadas.

Parafraseando a Chesterton, el hogar no es una prisión, sino un trono. Por ello, el trabajo privado en la casa es el trabajo verdaderamente grande y el trabajo público es el empleo pequeño. El hogar humano es una paradoja porque es más grande por dentro que por fuera.

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