Mi personal «buena noticia» sobre las HAM

Algunas jóvenes de las HAM, en una celebración de Adviento en la Universidad Eclesiástica San Dámaso.
He dudado sobre si escribir o no este artículo. Quiero empezar expresando mi sincero respeto a las posibles víctimas y al juicio de la Iglesia. De los hechos denunciados no sé nada más allá de lo leído en prensa y jamás se me ocurriría opinar sobre temas tan dolorosos que desconozco por completo. Haría daño a ambas partes.
El trigo y la cizaña crecen juntos, pero yo de las HAM [Hijas del Amor Misericordioso] solo he recibido trigo. Trigo en forma de siete años de acompañamiento espiritual sin pedirme nunca nada a cambio, ni mayor vinculación ni dinero. Lo que no implica, evidentemente, que otros hayan podido recibir cizaña y estén en todo su derecho de denunciarlo. Pero hay que tener mucho cuidado al arrancar la cizaña no sea que se arranque también el trigo.
Lo que me ha decidido a dar testimonio son las difamaciones que he ido leyendo a lo largo de estos días en algunos medios de comunicación. Extravagantes y falsas. Sin relación con los hechos denunciados y con evidente voluntad de hacer daño.
Necesito contextualizar mi experiencia con las HAM en mi historia personal.
Comenzaré explicando por qué tengo especial sensibilidad con el abuso de conciencia y la deriva sectaria de algunos movimientos de la Iglesia, en los que nadie protegió a los más jóvenes. Así de duro y así de real. Lo he vivido en carne propia en mi juventud y es algo que marca para siempre.
Por eso, creo necesario el control y supervisión por parte de la Iglesia porque los movimientos recientes suelen estar dotados de mayor fecundidad y dinamismo pero también de mayores riesgos y excesos. A su vez, esa gran fecundidad y vitalidad pueden suscitar envidias. La realidad es compleja.
Creo que la verdad debe ir de la mano de la caridad para no convertirse en un arma dañina y cruel. Por eso, trataré de no ser muy dura aunque la experiencia lo fue. En mi adolescencia y juventud pertenecí a un movimiento católico/institución muy conocido en el que en lugar de evangelizar se hacía proselitismo, en el que al pensamiento crítico lo llamaban "soberbia intelectual" y a la autocrítica institucional "falta de unidad". La ascética era pelagiana, el discernimiento vocacional no existía y el exceso de control y culto al fundador eran evidentes. Sin embargo, esta institución también ha dado frutos buenos. Incluso frutos de santidad. Trigo y cizaña.
Si permanecí allí tantos años es porque ingenuamente pensaba que debía "contribuir al cambio", hasta que entendí que lo mejor que podía hacer por ellos, por mí y sobre todo por Dios era irme y dar testimonio de por qué me iba. El proceso de salida fue duro, pero el Señor es fiel y la liberación interior fue inmensa, aunque también el desarraigo y la difamación.
Desde entonces, solo pretendo ser soldado raso de Cristo. "Católica", que significa "universal". Tengo alergia a las identidades colectivas, las estructuras, los grupos y los guetos, etc.
Evidentemente, creo que el Espíritu Santo suscita nuevos carismas y movimientos y que la fe tiene una dimensión comunitaria. Por eso, a lo largo de estos años he hecho el retiro de Emaús, Proyecto Amor Conyugal con mi marido, el Bautismo en el Espíritu carismático y todos me han conmovido y ayudado profundamente, pero luego no soy capaz de vincularme porque percibo enseguida los riesgos y excesos que a veces llevan aparejados. Me parecen realidades inspiradas por el Espíritu Santo pero me cuesta seguir en ellas porque los peligros, si no se hace un buen discernimiento, son también grandes: en cuanto detecto, quizás por hipersensibilidad mía, la mínima histeria o soberbia colectivas, la ausencia de pensamiento crítico, o el mínimo atisbo de suplantar a Dios o domesticar al Espíritu, me empieza la urticaria y me retiro. He desarrollado una alergia que otros no parecen tener.
Definitivamente, prefiero los grupos de oración pequeños y la adoración eucarística en silencio, aunque de vez en cuando participo en la alabanza carismática, también en grupos pequeños donde el Señor sea el único protagonista.
Creo que Dios saca bienes de los males y que esta herida, también las de tantos hermanos, puede ser útil para alertar frente a cualquier abuso y exceso, especialmente sobre los más jóvenes.
Es un papel algo antipático, como el del centinela que avisa del peligro mientras los demás participan de la fiesta. La cicatrización es lenta. Sobre todo, si no hay arrepentimiento y petición de perdón, sino que se cuelga al que decide irse la etiqueta de disidente "rebotado" o "rencoroso". Varios amigos míos, que entregaron su vida a Dios en la juventud con un idealismo y rectitud extraordinarios, pero sin ningún discernimiento, han terminado perdiendo la fe. El corazón de Cristo sangra por los abusos cometidos en su nombre y clama de dolor por cada uno de estos hermanos heridos.
Os preguntaréis a estas alturas del artículo por qué semejante introducción si el tema es mi experiencia con las HAM. La razón es que creo importante que conozcáis mi trayectoria para valorar mi experiencia posterior con ellas.
Hice una peregrinación a Medjugorje con mi marido para celebrar mi cuarenta cumpleaños. Fue una viaje maravilloso. Allí conocí a las HAM y pedí acompañamiento espiritual a una de las hermanas más mayores.
Llevo ya varios años hablando con ella y solo puedo decir que es un alma de una delicadeza y profundidad extraordinarias. Todo lo refiere a Cristo y me acompaña desde Él. Para ella, mi conciencia es terreno sagrado y no suplanta al Espíritu Santo diciéndome cuál es la Voluntad de Dios para mí.
He aprendido con ella los criterios de discernimiento ignacianos; cómo Dios se comunica en lo profundo del corazón a través de mociones espirituales, consolación y desolación, etc. Cualquier indicación ascética me la ha dado con "anchura", con gran flexibilidad y respeto a mi libertad. Me ha quitado cargas en lugar de ponérmelas. Y nunca ha pretendido que mi marido o mis hijos participaran en sus actividades.
También he hecho cada año un retiro de silencio ignaciano dirigido por ellas en el Castillo de Javier. Me han enseñado la espiritualidad de San Ignacio de Loyola, mi santo de cabecera con Santa Teresita de Lisieux. De las charlas de los retiros, recuerdo con agradecimiento la que dedican a la oración. Ellas me han enseñado a descansar en la oración. Han sido y siguen siendo a día de hoy un regalo del Señor en mi vida.
Mi experiencia, como habéis podido comprobar, es tangencial pero muy centrada en su carisma: el acompañamiento espiritual y los ejercicios espirituales ignacianos. Ni soy ni creo que sea nunca laica HAM. No conozco la realidad de las novicias y conozco a pocas hermanas, pero siento el deber de contar mi "buena noticia" sobre ellas al ver cómo las están difamando.
El trigo y la cizaña crecen juntos pero, en mi relación con ellas, solo he recibido trigo y del mejor que he encontrado en la Iglesia. Y es de justicia que lo diga. Por eso, pastores, tened mucho cuidado al arrancar la cizaña no sea que arranquéis también el trigo.
Opinión
Al sacar ahora las HAM, y unas cifras pesimistas, chafaron el Jubileo de nuestros jóvenes
Pablo J. Ginés
Finalmente, y como no puedo extenderme más, recomiendo la lectura de tres ensayos que arrojan mucha luz sobre algunos temas que he apuntado en el artículo y que me encantaría analizar con mayor detenimiento y profundidad:
- La destrucción creadora, de Luigino Bruni, que incide en que los movimientos y comunidades que perduran son los que cultivan la "biodiversidad" en su seno, mientras que las entidades monolíticas y compactas suelen tener una vida breve.
- Riesgos y derivas de la vida religiosa, de Lysmas de Lasssus, prior de la Cartuja, que alerta con gran delicadeza y finura sobre los riesgos de las nuevas comunidades que, libres de la carga de una tradición, pueden lanzarse con entusiasmo e ignorando los riesgos a emprender caminos peligrosos para las almas. Habla continuamente de la necesidad de discernimiento ante las múltiples tentaciones con apariencia de bien.
- La envidia de la gracia ajena y sus implicaciones para la vida cristiana de Agostino Molteni. El título es suficientemente elocuente y no necesita resumen.