Religión en Libertad
Jesús García

Jesús García

Periodista, escritor y director de cine

El Caso HAM: un universo de oportunidades

Las HAM, Hijas del Amor Misericordioso, son una realidad eclesial con numerosas vocaciones jóvenes y un carisma recientemente corroborado por la Iglesia.

Las HAM, Hijas del Amor Misericordioso, son una realidad eclesial con numerosas vocaciones jóvenes y un carisma recientemente corroborado por la Iglesia.Gospa Arts (captura)

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Conocí a las HAM [Hijas del Amor Misericordioso] en el año 2010. Vivían en una casa unifamiliar en las cercanías de Arturo Soria, en Madrid, muy cerca del Parque Calero.

Perdón, no me he presentado. Me llamo Jesús García. Estoy casado y tengo seis hijos con nosotros, y uno más en el Cielo. Posiblemente me conozcáis porque soy el autor de algunos libros: Medjugorje, ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?, El Proyecto Magdala o Esclavos en el paraíso, entre otros. También he dirigido tres documentales para cine: Hospitalarios, las manos de la VirgenMedjugorje, la película y Madre no hay más que una.

Además, fui el creador de la serie de testimonios para YouTube llamada Diosidencias, protagonizada por las Hijas del Amor Misericordioso (HAM), que durante seis años salpicaron las redes con sus cortas anécdotas sobre el acontecer de Dios en sus vidas. Solo este proyecto tuvo más de un millón de visualizaciones, lo que no deja se ser cierto éxito en redes. Vale, no son Madonna, pero las HAM tienen un público muy amplio.

Soy católico y periodista. “Como católico reconozco los poderes del Papa en el seno de la Iglesia. Y espero y deseo que el uso de esos poderes se haga conforme a los criterios de la ética jurídica de universal aceptación en el siglo XXI, criterios que derivan del fondo cristiano de la mejor moral fundante de nuestra cultura y que han sido propuestos por la doctrina social de la Iglesia reiteradamente. Por eso, me desconcierta –¿me escandaliza? Sí– que en la Iglesia se usen poderes legítimos sin respeto a los derechos humanos más elementales que la propia Iglesia defiende, preconiza y propone a los poderes estatales, conforme a su misión de defensa de la dignidad humana”. El entrecomillado no es mío. Es de Benigno Blanco, abogado y ex secretario de Estado de los ministerios de Medio Ambiente y Fomento entre 1996 y 2004, además de presidente del Foro Español de la Familia un largo tiempo también. Lo escribió en un excepcional artículo publicado en Religión en Libertad que recomiendo leer muy por encima de cualquiera de los míos. Yo lo que hago es suscribir de pé a pá este entrecomillado en el caso que me ocupa.

Conocí a las HAM, como digo, en 2010. De entrada, no son unas monjas que te entren por los ojos. Un asesor en marketing o un estilista de moda, no les habría venido nada mal antes de darse a conocer al mundo. El ambiente en la casa era muy familiar, ameno, acogedor… muy normal, al menos a simple vista. Pero insisto en el detalle: no son unas monjas que te entren por los ojos, más bien el primer golpe de vista genera rechazo, simplemente por las pintas con las que van por la vida.

Ese día no estaba Marimí, la superiora, pero sí me dijeron que le hacía ilusión conocerme. Hacía unos seis meses que había salido a la venta mi libro Medjugorje, y le había gustado mucho.

Marimí

La Madre Marimí, María Milagros, durante años superiora de las HAM, ahora expulsada de la asociación

La Madre Marimí, María Milagros, durante años superiora de las HAM, ahora expulsada de la asociacióndiócesis sevilla

Repetí visita unos días después y entonces sí, la conocí. Una mujer de unos 42 años entonces, llena de vitalidad y simpatía, que desparramaba alegría con una sonrisa interminable y una mirada franca, limpia, muy inocente y honesta. Con una carcajada sonora y pegadiza y una sensibilidad muy fina ante los sufrimientos de los que tiene enfrente. La tía los cazaba al vuelo. No les ponía remedio, pero sí consuelo. Su discurso era un discurso muy pegado a la cruz, pero una cruz ante la inmediatez de la resurrección. Su fe era desbordante y contagiosa.

No percibí en ella rasgos de una personalidad histriónica ni manipuladora. Ni entonces ni nunca. Era una mujer con el corazón muy en el Cielo y con los pies muy en la tierra, en ocasiones demasiado. Muy dura en los análisis, sin paños calientes, pero muy esperanzadora en las soluciones. Esas soluciones, siempre, comenzaban por rezar.

Mis primeros ejercicios con las HAM

Al poco tiempo, me invitaron a unos ejercicios espirituales impartidos por ellas, de espiritualidad ignaciana. No me apunté. Nunca más me volvieron a invitar y entonces me piqué: “¿Por qué no me insisten? ¿Es que acaso no quieren que vaya?”. De modo que ya fui yo el que preguntó un día y me dijeron la fecha del siguiente turno. Esto es muy importante porque el concepto de libertad que yo he vivido en esa casa es una piedra de toque fundamental para mi espiritualidad.

Me apunté y allí que me fui. Llegué un viernes por la noche y el sábado por la mañana agarré mis cosas y me volví a casa. ¿El motivo? No me apetecía seguir allí, sin más. Vi que una hermana estaba cargando la furgoneta y le pregunté: "¿Te vas a Madrid?" Y me dijo: "Sí". Le pedí que esperara un minuto, recogí mi mochila y me subí en el asiento del copiloto. Durante todo el trayecto no me dijo nada, ni me preguntó por qué me iba. Al llegar a Madrid se despidió de mí con mucha normalidad, le daba un poco igual lo que yo hiciera. Lo cual una personalidad muy libre como la mía agradece bastante.

A los pocos días regresé al convento. Me daba un poco de vergüenza, dada mi espantada repleta de mala educación, pero por alguna razón, quería volver a verlas. ¿Cuál? Muy sencillo: ese día me aburría. De modo que me presenté allí sin avisar y me recibieron como las otras veces: no hubo ningún reproche, ninguna pregunta incómoda.

A partir de ahí comencé a hablar con Marimí y establecí cierta amistad. Al poco tiempo se convirtió en mi directora espiritual o, mejor dicho, compañera espiritual, pues jamás me dio una directriz. Nunca me dijo: “Haz esto, haz lo otro”. Los que me conocen, que son unos cuantos, saben muy bien que una sola vez que yo vea violentada mi libertad, pongo tierra de por medio jurando en arameo. Nunca ha sido mi caso.

En las conversaciones con Marimí fui descubriendo una persona con una fe asombrosa, de una piedad intensa pero nada beaturria. Una persona con una sabiduría sobre la vida y las cosas de Dios muy fina, muy profunda y muy clara. Gracias a ella pude superar un trauma y casarme con mi esposa. Hoy llevamos doce años casados y tenemos seis hijos.

Mi trauma

El trauma no venía por otra causa que un proceso de nulidad anterior. Me casé con 25 años y me separé con 28. El proceso duró cinco años y, en lo que a lo procesal se refiere en el arzobispado de Madrid, fue un cúmulo de despropósitos que hicieron de esos años una absoluta trituradora de mi persona.

Por contar alguna anécdota, recuerdo en una ocasión que teníamos que entregar una prueba documental. Mi abogada lo hizo y se llevó a su despacho el justificante correspondiente. A los pocos días, recibimos una notificación del tribunal: que, por no haber entregado la prueba en el plazo, se cerraba esa parte del proceso y se pasaba a la siguiente sin la prueba. Menos mal que teníamos el justificante. Mi abogada lo llevó y tardaron tres meses en encontrar no solo aquella prueba, sino buena parte de mi documentación. ¿Dónde? En la carpeta de otro matrimonio. Es decir, mi vida, mis secretos, mi conciencia…, en las manos y a la vista de personas no vinculadas con mi causa. No os imagináis lo que eso llega a doler. Manoseado. Avergonzado. Intimidades muy humillantes en manos ajenas a mi causa.

Me sentí tratado como basura. Más aún cuando quise hablar con el presidente del tribunal; pero la comunicación en estos procesos es unidireccional. La transparencia no existe y la opacidad hace todo muy duro y extraño para un laico católico que lo único que quiere es poder hablar con alguien que, al menos, le pida perdón. Entiendo que sea así en el mundo civil, en la empresa privada. Pero no de quienes nos dicen ser “nuestros pastores”.

A todo esto, el extravío de aquella prueba demoró el proceso unos cinco o seis meses más… con lo que eso supone de agotamiento, dolor, desesperación…

La sentencia salió negativa y no reconocía la nulidad. Resultó durísimo constatar cómo en la misma no se mencionaba ni se tenía en cuenta la participación de mi testigo principal. ¿Por qué lo obviaron? ¿Es eso legal? No tengo ni idea, lo que sí sé es que, como poco, es muy chapucero.

Recurrí a la Rota animado por un sacerdote, pues ganas no me quedaban, por chapuceros. Otros dos años de sufrimiento por amor a la Iglesia, por fidelidad. En segunda instancia sí me dieron la nulidad, con este párrafo para enmarcar que jamás he sacado a la luz, ni siquiera con mi actual esposa:

“Se advierte que estamos ante un supuesto muy claro de nulidad del matrimonio, de ahí que sorprenda la pobreza instructoria de la instancia que nos precede. El descubrimiento de la verdad debe ser la razón última del obrar jurídico de la Iglesia, lo que debe traducirse en instrucciones que respondan a criterios de búsqueda de dicha verdad con objetividad y también con profesionalidad. Supuestos como el que nos ocupa son muy claros”.

Fueron cinco años de proceso enfangado en chapuzas, malas gestiones, falta de profesionalidad e incoherencias que me trituraron como persona y como fiel de la Iglesia. He necesitado ayuda psicológica después de ese proceso brutal, que no fue cosa banal en lo que a mi salud se refiere. Y pongo el acento en el proceso, que fue más doloroso que la separación en sí.

El resultado es que me quedé con un trauma contra el matrimonio, no por mi experiencia con aquella mujer, sino por mi experiencia con la Iglesia. Cuando conocí a María, mi actual esposa, católica y buena gente, yo no me quería casar. Mejor dicho, quería, pero no podía. De hecho, retrasamos una primera fecha de boda, con el consiguiente disgusto para mi prometida entonces y con mi desconcierto personal. Me moría de pensar que, una vez más, mi vida iba a estar de alguna manera en manos de esa panda de brutos con alzacuellos. Lo escribo así porque ese, y no otro, era mi pensamiento. Pido disculpas por la crudeza. Pero el maltrato injusto e injustificado en el proceso de este tribunal eclesiástico de la archidiócesis de Madrid fue patente y con consecuencias muy serias. ¿Quién deshizo ese nudo? Marimí. ¿Cómo? Con amor, con cabeza, con fe, con Cristo, con la Iglesia, mostrándome la belleza del sacramento, la fuerza del sacramento, la verdad de Cristo que hay en el sacramento.

Ella me acompañó al altar el día de mi boda, porque ella merecía ese lugar, estando mi madre muy enferma. Mi madre me esperó en el altar, pero Marimí vino a casa y me acompañó hasta la iglesia y hasta el altar.

He contado esto para constatar una realidad que, en ámbitos clericales, es muy incómoda: todos nos equivocamos. No casi todos, como algunos parecen pensar por su comportamiento. Todos: yo me casé mal. En mi dolor tuve mi penitencia. El Tribunal Diocesano procedió mal. Y, llegados a ese punto, ¿qué hacemos? ¿Nos matamos unos a otros? ¿O nos miramos con ojos de Misericordia? Quiero dejar constancia de una cosa. Este hecho yo lo había olvidado. Sólo la chapuza, incluso saña desconcertante, con la que se está tratando el asunto de las HAM, me lo ha recordado.

Los ataques

No nos fue mal a mi esposa y a mí. Siete hijos, uno de ellos en el Cielo, en diez años. Ya llevamos casi doce, como he dicho. Está siendo una vida muy feliz.

En todos estos años hemos tenido un trato cercano e intenso con las hermanas HAM, pero habiendo guardado las distancias propias de una comunidad religiosa y nuestra familia. Lo mismo nos pasa con Iesu Communio, comunidad en la que vive mi cuñada, hermana de mi mujer. Cercanas y presentes desde la oración y en la fe.

Siempre que hemos necesitado de las HAM, allí han estado. Han cuidado de mis hijos en nuestra ausencia, cuando no les podíamos atender por trabajo o en nuestra enfermedad, o cuando María estaba de parto… Nos han acompañado a discernir decisiones que les hemos invitado a tratar con nosotros, como tantos otros amigos o familiares, según el caso, sin más. Nunca han sido invasivas, más bien todo lo contrario: prudentes y respetuosas.

En todo este tiempo, no han sido pocas las veces que he sido testigo de ataques contra ellas. Lo que yo he visto es que son una comunidad de hermanas que rezan mucho, que estudian todas Teología en la Universidad Eclesiástica San Dámaso para formarse con los mejores, que van a Misa a diario, que hacen adoración eucarística, que tienen una devoción por la Virgen María preciosa y profunda, nada ñoña ni remilgada.

Viven de la Providencia, algo que, para el que no tiene fe, es un misterio insoportable. Pero ellas lo hacen. Tienen un cerro de vocaciones, en un momento evidente de crisis de vocaciones. Vocaciones de chicas mayores de edad, no hablo de adolescentes de catorce años. Son vocaciones maduras, discernidas, acompañadas. He hablado con más de la mitad de las hermanas en todos estos años en muchas ocasiones. De algunas de ellas soy amigo muy cercano. Jamás he visto el más mínimo indicio en sus palabras o lenguaje corporal que me hablara de una relación insana con ellas mismas, con Dios, con la Iglesia o con la comunidad. He visto cómo algunas de ellas, en libertad, se han ido a su casa de vuelta y jamás ha habido una mala palabra o un mal gesto; más bien al revés, se las recuerda siempre con cariño y sin ningún tipo de mal rollo.

En 2011 escribí el libro ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? Son diez entrevistas a diez religiosas: siete de ellas de clausura, dos misioneras, y una HAM. Ese libro fue un best seller. Pero más allá de eso, ha sido y sigue siendo un vehículo de despertar vocacional a un sinfín de chicas que, tras leerlo, deciden dar el paso a una experiencia vocacional. Son decenas las que conozco, por lo que supongo que muchas más habrá que no he conocido.

Cuando escribí ese libro conocí una realidad del mundo de las vocaciones femeninas, y es la siguiente: en algunas ocasiones –para nada la mayoría–, las chicas que se acercan a una comunidad religiosa son niñas muy vulnerables afectivamente, que vienen muy heridas por experiencias familiares traumáticas que van desde abandonos y ausencia de los padres, hasta abusos físicos o psicológicos. Este perfil suele ser el que más conflictos genera con la familia de origen de las chicas, porque no suelen aceptar el “rechazo” de la hija o hermana hacia ellos y convierten a la comunidad religiosa en “el enemigo”. Esto sucede en absolutamente todas las comunidades religiosas femeninas, de clausura o no, congregaciones y órdenes monásticas, en no pocas ocasiones. Por ahora, ahí lo dejo. Sigamos con mi relato HAM.

Envidia, pecado de la Iglesia

Por mi trabajo, conozco muchas realidades de la Iglesia y a muchas personas vinculadas a ella: parroquias, comunidades, grupos, sacerdotes, seminaristas… también matrimonios que llevan un COF [Centro de Orientación Familiar] o grupos de formación de novios… He notado mucha envidia de puertas afuera todos estos años hacia las HAM. Pero no sólo hacia las HAM, lo cual me hace pensar que hay que estar más alerta ante la tentación de este pecado que es peligrosísimo y, muchas veces, inadvertido… He notado envidias brutales entre matrimonios de una misma parroquia, entre monjas de diferentes congregaciones, entre sacerdotes… que se traducen en problemas asquerosos y deleznables injustificados.

Hacia las HAM, he visto muchos ataques de la más extraña naturaleza:

  • Por cómo visten. En esto estoy de acuerdo, hay que quemar sus armarios…
  • Por cuánto rezan. Sí, has leído bien. Hay monjas para las que es un problema que estas hermanas recen mucho. No estoy de broma.
  • Por vivir de la Providencia, que es ese grano en el zapato de los católicos sin fe.
  • Por tener en torno a ellas a muchas familias y a muchos jóvenes… Porque no todas las comunidades tienen gente alrededor, ya que las espantan, directamente.

Esto es otra cosa. Atienden espiritualmente a cerca de trescientas familias en cuatro países diferentes. Ojo, estamos hablando de mucha gente. Y cada vez que hacen una actividad para jóvenes, se les llena el sarao espiritual en un día. Claro, esto es insoportable para el envidioso. Pero, sinceramente, no creo que todos los padres de esos más de mil jóvenes al año que comparten con ellas alguna actividad sean todos gilipollas. Algunos hay, sin duda, pero no tantos como para dejarlos ir con esta “secta”, como ya se lee en los medios.

Entre tanta actividad y convivencia con gente de dentro y de fuera, es normal que se den casos de conflictos, problemas, malentendidos. Porque todos, no casi todos, nos equivocamos. Y recojo el hilo que dejé suelto hace tres párrafos. Leo en El Confidencial una noticia de un caso en el que un padre de una novicia HAM cuenta un caso de abducción o poco menos que secuestro de su hija. Conozco el caso. Lo primero que me llama la atención de la noticia es que este padre, que oculta su nombre, define los retiros de Effetá como unos “retiros siniestros”. Por ahora, ahí lo dejo, porque con eso ya se define bastante. Pero debería preguntarse por qué su hija llegó en un estado lamentable al convento, mendigando afecto. La chica en cuestión responde al perfil descrito antes. Sigamos con mi relato y quedémonos con eso: los retiros Efettá son “retiros siniestros”.

La denuncia

No conozco con exactitud el discurrir de los acontecimientos, y no soy portavoz de nadie más que de mí mismo. Pero hasta donde yo se o se puede interpretar, dada la falta de luz ante el origen de este revuelo, el jaleo que se ha organizado comienza con una denuncia de un chico de no sé si unos 23 o 24 años, ex seminarista de la diócesis de Getafe en el momento de efectuar la denuncia. Este chico convivió con la comunidad de Hermanos HAM que hay en la citada diócesis. 

Hasta donde yo sé, y presuntamente, este joven, en torno al año 2022 y 2023, empezó a mostrar comportamientos extraños con la propia Marimí. Comportamientos un tanto obsesivo-compulsivos, que acaban por agotar la fuerza y las ganas de Marimí, ¡de Marimí!, que es un portento de energía. La demanda en demasía, quiere que le haga caso, se rebela contra ella cuando no se lo hace... El primer gran error de Marimí es que no corta de raíz estás conductas, me imagino que llevada por su deseo de rescatar al muchacho de ellas. Pero bueno, lo cortó después, como veremos.

Llegó un punto en el que Marimí vio que el comportamiento de este chico la superaba y que la situación no era sostenible: en abril de 2024 comunica al Vicario su decisión de dejar de ser la superiora de las HAM y le pide que convoque una Asamblea, lo antes posible, para que decida quién la sustituye en el cargo. En junio de 2024 se aprueban los estatutos de las HAM con la firma de don José Cobo [arzobispo de Madrid] y Marimí le pide al Vicario que se convoque cuanto antes las Asamblea General. El Vicario le dice que mejor para finales de año.

En paralelo, el joven debía haber sido ordenado diácono en Getafe en el mes de octubre. Este era su propósito y su deseo. Sin embargo, tal ordenación no se da. ¿Por qué? Lo ignoro. Pero es a las pocas fechas de dejar de ser seminarista, no sé si por propia iniciativa o por la de sus superiores, cuando presenta una denuncia que va contra Marimí, y que contiene elementos contra la comunidad.

La denuncia se presenta al obispo de Getafe, que decide trasladarla a Madrid, por afectar a personas dependientes de ese obispado.

Es entonces cuando el obispado de Madrid decide intervenir en dos planos diferentes: la investigación del Tribunal a Marimí por un lado, y la visita apostólica o investigación a la comunidad, por el otro.

Uno de los problemas que ha tenido Marimí en todo este tiempo es su situación de indefensión, pues no conoce, porque no se le ha compartido, el contenido concreto de la denuncia. Yo ignoro el derecho canónico, pero aunque canónicamente esto fuese legal, se me hace perverso, por la situación de indefensión de la acusada que, por esta misma indefensión, se convierte en víctima. Habría que darle una vuelta.

La denuncia no la conozco con detalle, porque no la conoce ni la propia Marimí, pero me la imagino, y creedme: Marimí no es una depredadora sexual asalta-núbiles. Tampoco veo a Marimí como la reencarnación de Charles Manson y su siniestra “La Familia”, una psicótica que ponga en juego:

  • Una obra fundada hace cuarenta años, que involucra la vida de más de cien mujeres.
  • Una obra que ampara a una treintena de sacerdotes y seminaristas.
  • Una obra que ampara a unas trescientas familias en diferentes países; en total, unas dos mil personas que confían en ella y en el carisma que vive, con la aprobación de la Iglesia.

No veo que sea capaz de perder la cabeza y comprometer su vida, a sus 58 años, y su legado, de toda una vida entregada, por encapricharse de algún rasgo, sea físico, afectivo, vocacional o personal de un chaval de 24 años. Su gran error ha sido no cortar de raíz el problema al primer signo de toxicidad en este chico. Y ha cometido ese error porque es demasiado buena.

He estado con Marimí, a solas, en su despacho o en una sala de reuniones, unas cien veces en quince años. Las primeras treinta de ellas, siendo soltero y en una situación de vulnerabilidad afectiva manifiesta, por el trauma que he contado. Jamás he notado, visto, sentido, ni de cerca, un gesto, una mirada, una palabra más allá de los límites de una amistad limpia, sincera, cercana y muy respetuosa. Muy pocas veces he tenido una relación con una persona de Iglesia tan sana y con tanta libertad como con Marimí. Esta amistad está siendo brutal. Y eso que con ella he discutido muchas veces. Siempre le digo que me cabrea de ella que, al final, siempre acierta. ¿Por qué? No lo sé, pero lo hace. Será el Espíritu Santo, o será que tiene una bola de cristal última generación, yo qué sé.

Marimí es verdad que es una persona muy especial, pero eso no es un crimen. Tiene carisma, arrojo, fuerza, alegría, su fe es contagiosa, su confianza en Dios diría que pegajosa… Creer en Dios a su lado es más fácil que lejos de ella. Vivir el destierro de esta vida, para mí, es más sencillo cerca de ella que lejos de ella.

Estatutos aprobados hace un año

Hace un par de años, tuvieron una revisión de sus estatutos por parte del arzobispado de Madrid. Los estatutos originales fueron aprobados en el año 2008. Los actuales, en 2024, por don José Cobo. En 2024. Hace un año. Un año, en la historia de la Iglesia, es el hipo de un mosquito.

En cuanto este chico puso aquella denuncia, y reunió en torno a su causa antimarimí –en mi opinión, causa movida por el desafecto y por un orgullo insano herido, al ser expulsado del seminario– a un grupito de adláteres que le acompañasen, se admitió a trámite, tomando entonces unas medidas absolutamente desproporcionadas, en lo que, en mi opinión, hay un tufo horrendo de abuso de poder y de indefensión. Me pregunto, en este punto: ¿puede un muchacho de 24 años, sin ningún tipo de trayectoria, que ha sido evaluado por sus superiores y descartado para el sacerdocio por su obispo, sin ninguna historia detrás de él, poner en jaque a una mujer consagrada de 58 años, con una trayectoria, con una gestión aprobada por cientos de familias, miles de personas, y a toda una comunidad que hay detrás, cuyos estatutos han sido aprobados ayer por la mañana, tras su exhaustivo examen? ¿Solo con una denuncia? 

Tengo la sensación de que la psicosis por las denuncias ha inundado todo. Cualquier persona puede denunciar a cualquier cura o monja –o profesor de Religión– y desde ese primer minuto ya hay castigo, medidas cautelares y la sombra de la sospecha manchando toda una vida de entrega, trabajo, oración, fe, obediencia, disciplina, formación… ¿Es este el camino? 

No soy canonista, pero como adulto racional y civilizado me llama portentosamente la atención y me asusta la indefensión con que todos los curas y monjas van por la vida en la archidiócesis de Madrid, pero no por causa del ataque de los enemigos de la Iglesia, sino por el fuego amigo. Ese que se carga con la pólvora de la envidia, los celos, la mediocridad, los complejos y el miedo. ¿Qué sucedería hoy si un zumbadete resentido o envidioso denunciase a don José Cobo por abuso de autoridad? ¿Confiaríamos en la presunción de inocencia, en la buena voluntad de don José de una difamación dañina? ¿No confiaríamos, acaso, en la inocencia de don José y que, como mucho, se tratase de un error de interpretación o de cualquier otro tipo? Yo sería el primero que me colocaría en la fila de los que defienden la presunción de inocencia.

A Marimí, desde el día uno, le han aplicado la presunción de culpable. Le han metido en casa una visita apostólica, junto a toda la comunidad, por la denuncia de un expulsado del seminario de Getafe, expulsado por su obispo, al que han seguido un grupo de padres que nunca han aceptado la vocación de sus hijas, cosa muy común en todos los conventos y congregaciones.

No me voy a detener en el tufillo del resentimiento que empapa el caso por todas partes, pero ¿a este chico se le ha hecho un sencillo test psicológico profesional? ¿Se le ha prohibido hablar del tema con más posibles denunciantes mientras se desarrolla el proceso? Me consta que él mismo ha asaltado, a la puerta de la iglesia los domingos, a miembros de la comunidad y personas afines, para unirles a su causa. ¿A este tipo se le ha controlado con la severidad que a las HAM? Me consta que ha hablado con más de un párroco de una parroquia de la diócesis de Madrid, muy concurrida por familias cercanas a la comunidad HAM, para alertarle contra ellos. ¿Se le ha puesto a él alguna medida cautelar con la dureza y el rigor con que se ha tratado a la comunidad HAM? Me consta que ha tratado de adherir a su causa antimarimí a jóvenes que han participado en retiros con las hermanas. ¿Se le ha controlado de alguna manera como se ha controlado a la comunidad HAM? Me consta que ha logrado unir voluntades en torno a sí para medrar en prensa en su causa antimarimí. ¿Se le ha prohibido hablar con nadie ajeno a la investigación sobre esto mientras avanza la causa y el proceso, aunque solo sea por respeto a la misma y para proteger a la Iglesia de un posible y más que previsible escándalo? Me sobrecoge pensar que cualquier indocumentado puede destruir la vida de una persona que no ha hecho ningún mal o que, como mucho, aún está por ver, con una simple visita al obispado.

El atropello

Y llegamos al día 28 de julio de 2025. El arzobispado de Madrid publica una nota oficial con la lista de castigos. Como profesional de la comunicación, y sin bajar al detalle de las erratas, la nota deja abierta a la interpretación un sinfín de motivos

Por ejemplo, la citada nota del arzobispado cita “las numerosas denuncias recibidas”. Un momento: ¿cuánto es “numerosas”? ¿Son cinco, dos, tres millones, setenta y ocho? Porque esto es como las manifestaciones, que depende del organizador o de la delegación de Gobierno el número de manifestantes. Solo este detalle de “numerosas denuncias” no es nada serio desde un punto de vista de la comunicación profesional de una institución como la Iglesia Católica. Entiendo que con que solo haya una ya se debe aceptar y ver qué está pasando ahí, por supuesto, pero en una nota de comunicación oficial no es de rigor el término “numerosas”. Es una afirmación muy peligrosa por lo difusa, teniendo en cuenta la gravedad de la misma. No puede ser grave y difusa. Si es grave, ha de ser clara, concreta, sin lugar a la interpretación. Tajante, como la gravedad del caso. ¿Pero esto qué es? ¿Un grupo de WhatsApp de chiquillos de catorce años? “¡Jo, ha habido mazo de denuncias, bro!”. ¿O es la Iglesia católica de Roma, su arzobispado de Madrid, su oficina de Comunicación?

¡Ojo! "Denuncia", en un comunicado oficial de este contexto, ha de referirse a denuncia formal, no a “quejas”. No: una denuncia formal ante un tribunal –que eso son palabras mayores– no es una queja. Porque me dicen por el pinganillo que denuncia real, denuncia formal, solo hay una. Puede que mi pinganillo esté estropeado, pero no tan estropeado como para que sean tan “numerosas”. ¿Tanto cuesta decir cuántas son exactamente?

Si nos ponemos así, ¿cuántas serían las denuncias favorables de tantos padres que sí están muy contentos con sus hijas, con la vocación de sus hijas, que ven en ellas mujeres plenas, libres convencidas de lo que hacen? Yo diría que todas menos una. ¿Por qué la “investigación” no ha tenido en cuenta a estas familias, por qué no les ha preguntado? ¿Pero qué chufla de investigación es la que obvia el testimonio no solo de los denunciantes, sino de los padres que sí están muy bien con las vocaciones de sus hijas, que lo único que quieren para sus hijas es que les dejen vivir con libertad su vocación?

“Numerosas”, dicen. Una cosa que me sienta fatal de estas cosas es cómo nos trata esta curia a los católicos: con opacidad, sin explicaciones concretas, sin razones. Un poco como les digo yo las cosas a mis hijos de 5 años. Señores, amigos: no somos imbéciles. No nos traten como a tales. No cuesta tanto. Entiendo que a lo mejor nos tratan así porque a ellos los trataron así de jóvenes en el seminario, pero ese patrón de cierta imbecilidad inmadura con la que los curas nos tratan con frecuencia hay que cortarlo, y esta puede ser una buena ocasión para ello. 

Hace poco, en el confesionario, un sacerdote que no es el habitual con el que me confieso, me dijo muy enfadado: “Eso lo haces porque no te esfuerzas”. Que no me esfuerzo. Yo. Un padre de seis hijos, autónomo, que en vez de estar un jueves a las ocho de la tarde allí con él podría estar jugando a pádel o dando la cena de mis hijos. ¿Pero de qué planeta vinieron? ¿Qué tipo de inteligencia emocional se forma en el seminario? Se lo dije, no os creáis que no: “Mire, padre, me puede decir muchas cosas, pero jamás le diga a un padre de familia numerosa que no se esfuerza. Le puede decir que esto le pasa por cansancio, por agotamiento, por falta de oración, por desconsideración con el prójimo, por falta de empatía o paciencia… pero que un cura le diga a un padre de familia numerosa que no se esfuerza te lo coge Santiago Segura y te hace una trilogía”. Se quedó callado, me mandó un avemaría de penitencia y me dio la absolución. Por su cara creo que nunca, jamás, en la vida, nadie le había puesto ante el espejo de su torpeza en el trato a un feligrés que está haciendo el esfuerzo de ir y contarle a él sus miserias, buscando tan solo el perdón.

Volvamos a la mañana del 28 de julio. Marimí es citada en el obispado a las 10:00 para ser informada de las medidas tomadas contra ella. Gloria, la que en ese momento es superiora de la comunidad, es citada a las 10:30 para ser informada de las medidas tomadas contra la comunidad. La diócesis de Madrid publica una nota con las citadas medidas a las 10:24. Aún no había salido Marimí del despacho cuando el obispado ya hacía públicas las medidas. Aún no había sido informada oficialmente Gloria, cuando esto sucede. Qué feo. Qué denigrante. Qué praxis tan canallesca. Qué poca consideración y qué poca caridad cristiana. Qué mal ejemplo. ¿Dónde está entonces el abuso? ¿Quién es la maltratada en este momento? Ni las propias interesadas sabían aún todas las consecuencias y ya había gente enterándose por la prensa.

Medidas desproporcionadas

La desproporción de las medidas tomadas me hace pensar que no ha habido voluntad de arreglar las cosas. Es una burrada dejar a Marimí en la calle, de la noche a la mañana, con una mano delante y otra detrás. Regresando al artículo de Benigno Blanco, afirmo que este proceder va contra los derechos humanos más elementales del Occidente cristiano y contra el más mínimo espíritu de lo que llamamos doctrina social de la Iglesia, como lo hace también el hecho de no avisarlas, en privado y con tiempo, para organizarse de alguna manera digna

Entre mis aficiones están el campo, el ganado, los caballos y los toros. A los animales que van a ser trasladados al matadero o a una plaza de toros no los avisan. Se les ejecuta y ya. Posiblemente estas mujeres sean herejes, o violadoras, o brujas, o luteranas encubiertas. Pero no se las puede tratar como si fuesen animales de matadero. Me decía un amigo esta semana que más les hubiese valido ser un grupo de lesbianas católicas, pues se las habría tratado mucho mejor por temor a la prensa. ¿O alguien lo duda, acaso? No se las puede tratar como si fuesen basura. Son mujeres. Son personas. Son hijas de la Iglesia. Son chicas y señoras con nombre, apellidos, rostros, familia, alma, historia y corazón.

Miren, las medidas comprenden que:

A las hermanas HAM se les prohíbe dar ejercicios espirituales, dirección y acompañamiento espiritual, predicar, dar formación y acompañamiento interno, admitir nuevas vocaciones, abrir nuevas casas, acudir como servidoras a retiros Effetá o de Emaús. Se les prohíbe todo lo que pueden hacer. Es una intervención total que se traducirá en que, cuando llegue la comisaria, quitará los cargos locales y creará los que ella, que no es HAM, considere oportunos

Y aquí vamos a abrir el melón del Espíritu Santo. Porque, llámame loco, pero yo sí creo en el Espíritu Santo.

Un carisma, discernido y aprobado por la Iglesia, es un regalo del Espíritu Santo a la Iglesia, depositado en unas personas concretas y no en otras. Tengamos en cuenta que la autoridad eclesiástica decidirá quién forma a las hermanas HAM, quién las acompaña espiritualmente y quién les da ejercicios espirituales y retiros. Esto queda todo en manos de una comisaria cuyo carisma es otro. Es decir, lo que se está interviniendo, y este es el meollo de todo este asunto, no es una comunidad, sino al Espíritu Santo y un carisma dado por Él, corroborado por el cardenal Rouco Varela en 2007 y recontracorroborado por don José Cobo en 2024. 

Porque si las HAM no pueden hacer absolutamente nada de lo que define su carisma, y la formación interna que van a recibir no procede de su carisma, lo que está haciéndose es dar un tiro de gracia al carisma. Da la sensación de que lo que se pretende es que las HAM desaparezcan, pero que parezca un accidente. Las pretenden matar de inanición espiritual. 

Porque pongamos el caso de que eres una joven, mujer ya, que sintió la llamada a este carisma hace digamos diez años, que has hecho votos perpetuos, que llevas toda una vida de entrega a la Iglesia a través de este carisma, y a partir de hoy las charlas, tu formación, tus reglas de vida, las normas, están sometidas a una persona que, como visitadora e investigadora, evidentemente ha cuestionado todo lo que comprende el carisma. Si eres esa persona, aguantas esa situación unos meses, pero llegará un día que dirás: “Yo no vine aquí para esto”, y te irás a casa absolutamente destruida, hecha polvo y quemada con la vida y con todo.

De entre todas las consecuencias de las medidas, hay una que me llama muy especialmente la atención y es que a las 20 novicias y postulantes que desde hoy tienen que irse a su casa, les harán un acompañamiento personal para ayudarlas a reincorporarse a su vida familiar o a otra realidad vocacional. Con esto me he acordado de Don Juan, profesor mío en Tercero de EGB, cuando nos gritaba indignado: “¡Pero vamos a ver, alma de cántaro!”. Que son personas mayores de edad, que han tomado una decisión libre en sus vidas. Que nadie les ha llamado a ustedes. Que no necesitan ayuda para reincorporarse a su vida familiar, para eso están sus familias, y que ya son mayores y no niñas de pecho y con las ideas bien claras para buscar o no otra realidad. Esto se parece mucho a lo que se llama programa de reeducación en los países tiránicos y comunistas.

Una mala noticia y otra buena

Mi experiencia en el proceso de nulidad antes citado fue que la Iglesia –mi Iglesia– es un lugar nada amable y muy poco profesional al tratar este tipo de cosas. Es lo que yo viví. Veo que, muchos años después, las formas son las mismas, si no peores. Gente torpe, bruta, con un desconocimiento tremendo de lo que es el mundo ahí fuera, más allá de los muros de la Iglesia, gente en cuyas manos depositamos nuestras almas confiadamente pero que, más allá de administrar los sacramentos –que no es poca cosa y lo necesitamos–, no están preparadas para casi nada; gente que en el mundo empresarial duraría tres días. 

Hablo con dureza y exigencia porque no es un caso aislado. Me acuerdo, por ejemplo, de don Manuel González Corps, sacerdote declarado inocente por Roma tras una obstinación inexplicable en su culpabilidad por parte de este arzobispado. Me acuerdo de otros casos que, por ahora, no cito, con los que sería constructivo elaborar un dossier, contrastado con la propia diócesis, para mejorar las cosas.

Hace unas fechas, la comunidad de laicos HAM envió al obispado una recogida de firmas pidiendo que la investigación contemplara más puntos de vista que simplemente los de los denunciantes. Yo no participé en ella, porque no creí que debiera hacerlo, pero es cierto que la indefensión que han percibido en torno a este caso ha movido a la gente a hacer algo. Fueron cientos de “denuncias” favorables. Cientos, contra “numerosas”. Un montón de gente escribiendo al obispado contando cuánto bien les han hecho las hermanas en sus vidas.

Me pregunto si, de verdad, antes de desterrar a Marimí, de clausurar toda actividad de las hermanas y de generar tantísima confusión y escándalo en tantas familias afectadas por este hecho, no se ha podido construir un puente de entendimiento con ánimo resolutivo. Ha sido salvaje. Está siendo salvaje. Pareciera como si las quisieran destruir a toda costa, sí o sí, sin importar en realidad el carisma, el Espíritu Santo, la historia recorrida, las familias, la comunidad, los pecados y los arrepentimientos, la fe, el Credo al fin y al cabo, que todos rezamos el mismo. Es de locos.

La mala noticia es que esto no ha hecho más que empezar, quedan meses o años de sufrimiento y dolor. De calvario. 

La buena es precisamente la misma: esto no ha hecho más que empezar, no acaba aquí, ni mucho menos. La verdad padece, pero no perece. A las hermanas no les queda otra que seguir una senda de silencio y obediencia tantas veces marcada por:

  • El obispo que suspendió durante años a un tal Pío de Pietrelcina.
  • Los superiores carmelitas que metieron en un mazmorra o pozo a un tal Juan de la Cruz.
  • Aquellos inquisidores que la tomaron con esa loca de Ávila llamada Teresa de Cepeda y Ahumada, a la que procesaron ¡tres veces! en vida.
  • Los iluminados franciscanos que expulsaron de los franciscanos a San Francisco de Asís, fundador de los franciscanos.

Si estoy diciendo alguna mentira, que me corrijan.

Todos aquellos, obispos y superiores, pasaron al olvido del tiempo y Dios se apañó con ellos. A los otros –a los santos perseguidos y maltratados, porque esto está siendo maltrato, con culpa o sin ella– les queda el Cielo y la memoria de una Iglesia llena de pecadores como el que escribe. Que por eso me confieso, una vez al mes.

Si desde el obispado, o desde los medios afines que disparan con pólvora resentida, han llegado leyendo hasta aquí, es el momento de crucificarme: que no soy objetivo, que estoy abducido por la secta, que estoy resentido, que soy victimista, que no conozco toooooodos los vértices del asunto. Estoy de acuerdo: no soy objetivo y no conozco el 100% del meollo. Pero no estoy abducido por una secta. Nunca fui el más listo de la clase, pero tampoco el mas idiota. Sí estoy muy desconcertado, por el trato, por la forma en que han sucedido los hechos. Y como yo, somos miles de laicos católicos en esta Iglesia. Somos gente seria, madura, profesional, honesta, que sacamos adelante familias grandes en momentos muy difíciles, sorteando con fe y alegría un sinfín de contratiempos y contrariedades de todo tipo: materiales, espirituales, familiares… 

Sacerdotes: nunca subestiméis a un laico fiel de la Iglesia de hoy en día. Me explico. No conocéis a mi mujer: seis hijos con 36 años, trabaja fuera de casa, enfermera, es del Atleti y hace boxeo dos veces por semana, de nueve a diez de la noche. Posiblemente, en un tiempo anterior, esta era vuestra tónica. Pero ya no puede serlo. Cualquier madre de familia como mi esposa, con seis churumbeles bajo sus costales, se desayuna por las mañanas con las tostadas mil comportamientos salvajes y desmedido como este, entre la tiranía de un Estado anti familia y de unos jefes tiránicos con la maternidad. Yo, que no valgo pa ná, soy además autónomo. Vamos, que nunca me pongo enfermo. Somos un matrimonio brutal repleto de defectos que miran a Cristo en la Cruz de nuestro salón para superar las mil y una crisis que se destina a diario en una casa tan grande y con tantos frentes. No nos subestimen, no nos hagan de menos. Somos la Iglesia, tanto como ustedes, y no somos unos mindundis

Detrás de estas hermanas hay mucha gente a la que no conocen y a la que no han tenido en cuenta tanto como sí lo han hecho con un grupo de resentidos y zumbadetes liderados por un ex seminarista expulsado del seminario que no llega a los 25 años.

Estoy seguro de que las Hermanas han cometido errores, pero no, no somos idiotas, ni fanáticos, ni gente sin criterio ni formación. No, ese no es el perfil general. Por eso se me hace muy insuficiente el contenido de la nota, el desarrollo del proceso, absolutamente desproporcionado el castigo a Marimí, y la intervención en todos los ámbitos de la comunidad: económico, formativo, gubernamental… Yo no estaba en el entorno de unas iluminadas, ni de unas mafiosas, ni de unas narcoterroristas de la teología. No, no es ese el caso. Ni el mío ni el de tantas familias. Pero así nos sentimos por el trato, al menos con los que he hablado. 

El ensañamiento brutal que habéis desencadenado en prensa contra Marimí y contras las HAM parece diabólico. Se os ha ido de las manos. Echad un ojo, echadlo, y ved la tormenta que habéis desatado en prensa.

Si hiciésemos un examen de lo que en el mundo empresarial se llama una gestión de crisis, desde el responsable de comunicación hasta el cargo de mayor rango bajo cuya responsabilidad está este proceder habrían sido despedidos fulminantemente por el consejo de accionistas. El daño infligido a marcas muy valiosas como son los Retiros de Effetá o Emaús, a conceptos como “vocación” o “monja”, y a todo lo que rodea a la propia comunidad HAM –que, no olvidemos, forma parte de la Iglesia–, así como a la imagen de la propia Iglesia de Madrid y católica en su conjunto, haría inevitable la toma de decisiones drásticas e inmediatas contra los responsables de este desastre comunicativo y procedimental.

Errores subsanables

Las HAM han cometido errores más por inocencia que por maldad. Han crecido muy rápido en muy poco tiempo y gestionar un crecimiento tan grande es muy difícil a nivel estructural, económico, corporativo, de recursos y de personas. Cualquiera que haya montado una pyme y haya tenido cierto éxito sabe de lo que hablo. Es muy fácil morir de éxito por no saber crecer cuando tú mismo te comes. Es cierto que les vendría muy bien algo de ayuda y cierto consejo en lo que es organización, proyección a medio y largo plazo, financiación o alguna serie de cosas muy materiales. Lo que en la empresa llamamos una consultoría. Amistosa, amable, constructiva. Les habría venido genial ayuda para resolver un gravísimo problema como es el lugar donde vivir, pues, precisamente por tener muchas vocaciones, no caben en ningún sitio y no tienen ninguna propiedad, porque son pobres. Nadie en la diócesis, nadie, les ha ayudado jamás en este sentido. Son desorganizadas, aunque lo intentan, pero eso no merece una intervención de su economía, gobierno, formación y espiritualidad… Un poco de ayuda y de consejo hubiera valido. 

Estoy seguro de que la comisaria designada por el obispado en todos estos temas puede resultar de ayuda. Eso en lo material, pero en lo espiritual, con perdón, dan sopas con onda a todo el que se mueve. Su sencillez y pobreza de espíritu son absolutamente de Cristo. Y sobre todo y por encima de todo, son desorganizadas, pero no son manipuladoras de voluntades ni abusadoras de conciencias. Es de locos lo que está pasando en la diócesis con estas mujeres.

El Derecho Canónico tiene sus recursos, a los que supongo que las Hermanas acudirán, no lo sé, y en Roma han demostrado más sensatez que por aquí en los últimos años. El desconcierto, acompañado del escándalo, es lo que ha dejado, por ahora, este tema. Y yo amo demasiado a mi Iglesia como para pasar página mirando a otro lado. Es muy indigerible para un grupo de gente madura, formada y católica, el contenido de esa nota, como los tiempos y formas de su publicación, que son insanos, y muy poco cristiano el comportamiento para con Marimí y con las Hermanas. Fijaos, aunque Marimí fuera una delincuente, no la puedes echar de su casa de la noche a la mañana, a lo bruto; no puedes anunciarlo al mundo antes que a ellas; no puedes ir así por la vida como una banda de matones. Como si fueses Alerta Desokupa. Porque no lo eres. Me niego a pensarlo.

Estoy absolutamente convencido de que hay formas muchísimo mejores de hacer las cosas, y me llama la atención el empeño en hacerlas así de mal, en este y en otros casos conocidos.

Un universo de oportunidades

Sí las HAM necesitan ser ayudadas, ayúdenlas. Si necesitan ser corregidas, que las corrijan. Pero como a todos, pues no son las únicas. Que lo sean, sí, pero como todos. Creo que el caso HAM nos abre a todos un mundo de oportunidades. Oportunidades de hacer las cosas mejor, con cariño, como si fuésemos del mismo equipo y no enemigos. Que parecemos Gila: “¿Es el enemigo? Que si puede dejar de disparar, que tengo que ir a comprar más balas… ¿Que de cinco a seis? Perfecto…”. Como si fuésemos todos cristianos, y no judíos contra samaritanos. Como si tuviésemos el Evangelio en el corazón y no en los libros. Como si en algún momento de nuestra vida, por breve que fuera, hubiese sido verdad que el amor de Dios prendiera fuego a nuestro corazón como un resplandor en la noche de nuestra absurda mezquindad. Como si Cristo en la Cruz hubiese muerto tanto por unos como por otros, y no más por unos que por otros. Como si Cristo, en la cruz, nos hubiese regalado la misma madre a todos nosotros. Como si fuésemos cristianos, y no salvajes. Ojalá.

Ojalá este acontecimiento sirva para emprender entre todos un camino de entendimiento, conversión, libre y de frente, sin opacidad, con transparencia, cara a cara entre los responsables de este desaguisado que tantos heridos deja en las cunetas.

Es absolutamente incomprensible la falta de humanidad en una casa que se dice cristiana. Este es mi dolor, y presumo que “el nuestro”, el de los que queremos mucho a las HAM y también a nuestros obispos y a nuestra Iglesia.

Por favor, que esto se solucione, entre todos, con buena voluntad y amor por la Verdad. Yo, lo reconozco, hoy no voy a rezar por quienes han enhebrado este desaguisado. No, no lo voy a hacer. Pero estoy seguro, absolutamente convencido, de que hay ciento y pico monjas, en un lugar de la Sierra de Madrid, que ya lo hacen. Sobre todo una, absolutamente loca por Cristo, a la que le importa un bledo lo que hagan con ella, pero no con el carisma ni con la comunidad, y no por cabezota, que lo es, sino porque está convencida de que esto es una obra de Dios, como corroboró don José Cobo hace un año con el refrendo de sus estatutos.

Y por favor, Hermanas HAM: cuando salgáis de esta… hay que revisar ese outfit. Os lo he dicho más de veinte veces. ¿Me lo prometéis?

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