El poder del homosexualismo político
Entre la cultura de la desvinculación y la redefinición del ser humano.

El homosexualismo político se ha convertido en un discurso institucional que se impone en el ámbito público como ideología oficial de obligado seguimiento.
Vivimos en un tiempo en el que las palabras ya no describen la realidad, sino que la moldean. El lenguaje se ha convertido en campo de batalla, y en esa lucha silenciosa, conceptos como “matrimonio igualitario” para designar a las uniones homosexuales han desplazado al matrimonio, es decir, a la unión entre un hombre y una mujer.
En esta guerra semántica, lo que por siglos fue la norma estadística de la familia ahora es visto como desigual, mientras se eleva a superioridad moral toda relación entre homosexuales. Porque si su matrimonio es el igualitario, es obvio que se está diciendo que el matrimonio natural no lo es. Es el vector de fuerza. La superioridad de lo humano radica en lo LGBTQ, de ahí sus magnas celebraciones y atribuciones
¿Cómo explicar, si no, que España haya decidido nombrar un embajador para el colectivo LGTBIQ+? ¿Por qué esta figura diplomática? ¿Qué sentido tiene reconocer oficialmente en estos términos a unos grupos definidos por su particular práctica sexual?
La reciente celebración del Día del Orgullo ha sido un ejemplo de cómo la cultura institucional se ha alineado con una visión particular del ser humano. No se trató de un día, sino de semanas -incluso un mes entero, en ciudades como Barcelona- de actos, exposiciones, propaganda y banderas multicolores ondeando en edificios públicos. Las bibliotecas de la Diputación de Barcelona se sumaron activamente con libros temáticos y decoración simbólica. Lo que empezó como una jornada de visibilidad, hoy absolutamente innecesaria cuando lo homosexual y queer invade los medios, la televisión y el cine hasta saturarlos, y presentar una realidad, que nada tiene que ver con su proporción real en la sociedad, se ha transformado además en una celebración institucionalizada de una identidad política.
Cabe preguntarse: ¿por qué un colectivo, cuya única característica común es la vivencia de una determinada forma de entender la relación sexual minoritaria, merece tanta visibilidad estatal, al punto de convertirse en símbolo de virtud pública? Y más aún: ¿por qué sus valores deben convertirse en norma común, impuesta desde las instituciones?
La respuesta está en un concepto clave: el homosexualismo político. Esta ideología no se limita a defender derechos individuales -lo que sería justo y necesario en toda sociedad libre- sino que pretende reconfigurar las instituciones, las leyes, la moral pública y la educación para construir un nuevo imaginario colectivo. En él, la heterosexualidad, la familia tradicional y los vínculos estables son vistos con sospecha, mientras que las identidades fluidas, el deseo subjetivo y la desvinculación se presentan como nuevos modelos de realización humana.
Este fenómeno forma parte de un cambio más amplio en la historia de Occidente. En los siglos XIX y XX, los grandes conflictos giraban en torno al modo de producción: el trabajo, la propiedad, la lucha de clases. Hoy, en cambio, el centro del conflicto es el modo de vida. El debate se ha trasladado a cómo entendemos lo humano: qué significa ser hombre o mujer, qué valor damos a la familia, al compromiso, a la donación de uno mismo.
Nos encontramos ante una “guerra cultural”, profunda y silenciosa, en la que los afectos, el cuerpo y el deseo se convierten en materias de política. La hegemonía cultural actual, basada en el emotivismo y la subjetividad, ha desplazado los vínculos duraderos y las virtudes clásicas. Lo personal ya no es solo político: lo sexual es ahora el eje de toda construcción social.
Las consecuencias de esta ideología son múltiples y tangibles:
- Se ha desplazado el foco del conflicto social: del trabajo al estilo de vida. El resultado es evidente, se ha desplazado del eje de la política la desigualdad económica, para substituirla por diatribas contra los hombres heterosexuales y su “patriarcado”.
- La batalla ya no es económica, sino cultural y moral.
- Se impone una cultura de la desvinculación, en la que se considera que la realización personal se basa en la satisfacción de las pasiones y el deseo que debilita los lazos humanos y sociales. Discursos al margen, esto es lo que muestran los desfiles del Día del Orgullo y su exhibicionismo kitsch.
- La sexualidad ha sido politizada y convertida en identidad.
- Se enfrenta un modelo de vida basado en vínculos estables frente a otro centrado en el deseo subjetivo.
- El feminismo ha sido cooptado por una narrativa de confrontación.
- Las élites económicas se han aliado con estas corrientes para redirigir el debate público.
- La ideología de género ha penetrado en las leyes y la educación como doctrina oficial. Se ha convertido en ideología de Estado.
- Se ha instaurado un nuevo moralismo, donde disentir se castiga con exclusión o ley.
- Se redefine al ser humano desde la emoción y la percepción subjetiva.
- Todo esto conlleva una crisis demográfica, educativa, familiar y sanitaria.
- El matrimonio, de ser una institución orientada a la vida y la estabilidad, se transforma en una unión líquida basada en el deseo efímero.
- Se crean privilegios para algunos colectivos mientras otros son silenciados.
- Se penaliza la crítica, bajo la figura ambigua del “discurso de odio”.
- Y, finalmente, se incrementan los costes sociales y psicológicos, afectando la salud emocional y la cohesión de la sociedad.
El homosexualismo político no es una simple demanda de inclusión; es una ingeniería cultural que busca redefinir los fundamentos de nuestra civilización. Frente a ello, los cristianos no podemos permanecer en silencio. No se trata de odio ni de intolerancia, sino de amor a la verdad, al ser humano integral, y a una antropología que reconoce la dignidad de cada persona, pero también el orden natural querido por Dios.
La batalla cultural de nuestro tiempo no se libra solo en parlamentos o tribunales, sino en el corazón de cada uno, en cómo vivimos, educamos y proclamamos la verdad con caridad.
- Publicado en Forum Libertas.