Los médicos le daban un 40% de posibilidades de supervivencia... y un 10% tras la cesárea
Desafió a la ciencia negándose a abortar a las 23 semanas: «Pesaba menos que una lata de Coca Cola»

El pequeño Kaio llegó al mundo pesando solo 400 gramos, una semana antes del límite legal para abortar.
En una sala de hospital en Bakersfield, California (EE.UU), Jessica Doxey se enfrentó a uno de esos momentos que ninguna madre quiere vivir: los médicos le sugerían abortar mientras su propia vida pendía de un hilo. A las 23 semanas de gestación, las probabilidades eran muy pocas.
"¿Quiere que intentemos salvar a su bebé?", preguntaron los doctores, preparándose para lo peor. La respuesta de Doxey cambiaría no solo su destino, sino la forma en que la ciencia ve los límites de la vida. El portal The Epoch Times cuenta su historia.
Una señal de alarma
Lo que sucedería en las siguientes horas desafiaría todo lo que la medicina moderna consideraba posible. Esta es la historia de un bebé que pesaba menos que una lata de Coca Cola, de una madre que se negó a rendirse cuando todos le decían que lo hiciera, y de cómo el amor puede superar los pronósticos más sombríos.
"En ningún momento se me pasó por la cabeza renunciar a nuestro pequeño", afirma Doxey, mientras recuerda los momentos más críticos de su vida. A las 23 semanas de embarazo, un dolor de cabeza aparentemente común se convirtió en la primera señal de alarma de algo mucho más grave: preeclampsia, una complicación que pondría en riesgo tanto su vida como la de su bebé por nacer.

Los padres se negaron a rendirse cuando todos les decían que lo hicieran.
Los médicos le otorgaban apenas un 40% de posibilidades de supervivencia antes del nacimiento, cifra que bajó a un devastador 10% tras la cesárea de emergencia. El pequeño Kaio llegó al mundo pesando solo 400 gramos, una semana antes del límite legal para poder abortar.
"Cuando me desperté, estaba muy confundida", recordó Doxey. "Los médicos me explicaron que Kaio estaba vivo, pero su peso era tan bajo que incluso invitaron a mi esposo a entrar para compartir nuestros primeros y últimos momentos con él". Sin embargo, para Jessica y su esposo Kaio, de 31 años, rendirse no era una opción.
Durante seis angustiantes semanas, el pequeño permaneció conectado a un respirador. Dos meses y medio más tarde, una incubadora se convirtió en su hogar temporal, simulando el abrazo protector del vientre materno que tuvo que abandonar demasiado pronto.

Para Jessica y su esposo Kaio, de 31 años, rendirse no era una opción.
La determinación de Doxey se manifestó en cada gota de leche materna que extrajo durante cuatro meses y medio, almacenándola cuidadosamente en un congelador especial en casa para llevarla al hospital. Cada gota era una promesa de vida para su pequeño.
"Estando en casa mientras Kaio estaba en el hospital, sentía que mi corazón estaba en un lugar diferente", comparte Jessica. "A menudo eran las 4 de la mañana y de repente me entraba el pánico y sentía la necesidad de estar con él, así que corría al hospital". Estas carreras nocturnas se convirtieron en un testimonio silencioso del amor maternal que no conoce horarios ni distancias.
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El 13 de noviembre de 2017 marcó el inicio de un nuevo capítulo. Kaio, pesando ya 3 kilos y pico, cruzó el umbral de su hogar. "Al cruzar la puerta de casa con él en mis brazos, parecía que todo estaba bien en el mundo", señala.
Hoy, Doxey tiene un mensaje poderoso para otras madres que atraviesan situaciones similares: "Quiero crear conciencia y que otras madres que tienen bebés prematuros sepan que no es su culpa y que no deben culparse".