Dom Prosper Guéranger, el hombre que comprendió el papel de la liturgia en la transmisión de la fe
Fue el fundador de la congregación de Solesmes, fundamental en la restauración de la orden benedictina.

Dom Prosper Guéranger fue el gran restaurador de la congregación benedictina de Solesmes.
Dom Prosper Guéranger (1805-1875), fundador de la abadía de Solesmes, es una de las personalidades eclesiásticas francesas más importantes del siglo XIX. El proceso de beatificación que se encuentra en curso es una oportunidad para detenernos en esta figura inspiradora y poderosa.
Dom Thierry Barbeau, monje de Solesmes, explica las razones de su relevancia en el nº 384 (octubre de 2025) de La Nef:
El 11 de julio de 1833, Guéranger y algunos compañeros, en su mayoría sacerdotes de la diócesis de Le Mans, se instalaron en Solesmes con el fin de restablecer la vida monástica benedictina, suprimida en este priorato durante la Revolución, al igual que en todos los monasterios de Francia. El nombre de Dom Guéranger estaría desde entonces estrechamente vinculado al movimiento de renovación tanto monástica como eclesiástica de la época, cuyos logros siguen acompañando hoy en día la vida de la Iglesia.
Vaticano
Francisco recuerda a Dom Guéranger en el 150 aniversario de su muerte por su defensa de la Iglesia
Religión en Libertad
Prosper Pascal Guéranger nació el 4 de abril de 1805 en la pequeña ciudad cercana de Sablé. El niño creció en un ambiente de fervor cristiano y fidelidad a la Iglesia, en el recuerdo de la heroica vida de los sacerdotes refractarios durante el Terror. Cada día, su padre, Pierre, maestro de escuela, recitaba las horas litúrgicas, y por la noche se leía en familia la vida de los santos. Del padre, el niño heredó el carácter enérgico y tenaz, así como los dones intelectuales y el sentido de la oración; de su madre, Françoise Jarry, su carácter alegre, su vivacidad y su valentía en la acción y, sobre todo, en las pruebas. Una doble herencia que explica el equilibrio y la rica personalidad del futuro abad de Solesmes y, con la ayuda de la gracia, la precocidad de su vocación sacerdotal y de su pensamiento.
Prosper ingresó en el seminario a la edad de 17 años. Sus años de formación para el sacerdocio, entre 1822 y 1826, serían fundamentales para su orientación intelectual y espiritual. La enseñanza era mediocre, pero completó su formación con numerosas lecturas. Así, emprendió un estudio sistemático de los Padres de la Iglesia. En contacto con ellos, nació en él un gran amor por la Tradición y una pasión por el estudio de las fuentes cristianas. El 8 de diciembre de 1823, durante su meditación sobre el misterio que se celebraba ese día, recibió una gracia que iluminó su fe en la Inmaculada Concepción de María. Más tarde comprendería que el misterio de la Encarnación, al igual que el de la Iglesia, debía estar en el centro de todo su pensamiento.
El abad Guéranger recibió la ordenación sacerdotal el 7 de octubre de 1827. Su obispo, anciano y medio paralítico, monseñor De la Myre-Mory, lo eligió como secretario. Le dio un puesto entre los canónigos de su catedral, para gran sorpresa de estos, que lo consideraban un poco joven. Sobre todo, le concedió, a petición suya, permiso para utilizar a título personal el misal y el breviario de la liturgia romana. Fue una nueva revelación para el joven sacerdote, que a partir de entonces haría suya esta liturgia en la que encontraba el lenguaje de los Padres, el de la Tradición, que, a sus ojos, era el órgano privilegiado, y que le permitía entrar más intensamente en la comprensión y la intimidad del misterio de la Iglesia.
Su futuro está decidido. Será un hombre de estudios al servicio de la Iglesia, dedicado por completo a la defensa de las doctrinas romanas. Entra en contacto con Lamennais, que busca reconstruir la sociedad sobre los cimientos estables de la Iglesia y el papado. Le presenta sus proyectos de estudio y Lamennais lo invita a unirse a él en La Chênaie.
La muerte de su antiguo obispo, en 1829, devolvió la independencia a Guéranger, y un vicariato poco exigente en París le dejaba tiempo libre para frecuentar las bibliotecas de la capital. Pero pronto regresó a Le Mans, donde su aspecto extremadamente juvenil hacía que se le prefiriera en el púlpito antes que en el confesionario. Colaboró durante un tiempo en el periódico de Lamennais, Le Mémorial catholique, donde, en 1830, publicó una serie de artículos bajo el título Consideraciones sobre la liturgia católica, que ya presentaban todas las grandes ideas que desarrollaría más tarde. En la primavera de 1831, el anuncio de la venta del priorato de Solesmes le sorprendió. Este acontecimiento fue el detonante misterioso que marcó el rumbo definitivo de su vida.
La idea de resucitar la Orden de San Benito fue recibida con gran indiferencia, incluso con hostilidad. Pero el nuevo prior, Dom Guéranger, sabía que podía contar con la ayuda y la amistad de la señora Swetchine, una famosa conversa de origen ruso, que se convirtió en defensora del proyecto ante toda una élite católica que frecuentaba su salón parisino y, para las necesidades de la causa, lanzó una suscripción. Chateaubriand ofreció cuarenta francos en calidad de "benedictino honorario".
Cultura
Chateaubriand, un defensor de la fe, de palabra y obra, ante la Revolución y el odio anticristiano
Juan Diego Caicedo González / ReL
Dom Guéranger también contó con el cordial apoyo de Lacordaire y Montalembert. Fue junto a Dom Guéranger, durante una estancia en Solesmes, donde se consolidó el proyecto de Lacordaire de restaurar la Orden de los Hermanos Predicadores, los dominicos. En cuanto a Montalembert, utilizó su influencia en Roma, en 1837, cuando Dom Guéranger solicitó la aprobación pontificia para su obra y las nuevas Constituciones de Solesmes.

Dom Prosoper Guéranger (1805-1875) en un retrato del grabador Claude Ferdinand Gaillard (1834-1887).
El priorato de Solesmes se erigió entonces en abadía y Dom Guéranger fue elevado a la dignidad abacial a título personal, algo que no había solicitado, y finalmente se creó la nueva congregación francesa de la Orden de San Benito.
El pensamiento de Dom Guéranger
Cuando se restableció la vida monástica en Solesmes, el abad Guéranger ya tenía definidas las líneas generales de su pensamiento, que no variarían posteriormente. Todo el pensamiento y la obra de Dom Guéranger se derivan de una profunda reevaluación de la eclesiología y de lo que el padre Humbert Clérissac llamaría mucho más tarde, en 1918, el Misterio de la Iglesia, título de la famosa obra del dominico. Esposa del Verbo encarnado, Cuerpo místico de Cristo -expresión poco común en su época, pero a menudo utilizada por Dom Guéranger para referirse a la estrecha unión entre Cristo y sus miembros-, la Iglesia le aparece como la continuidad histórica y mística de la Encarnación, de ese misterio central de la Encarnación en torno al cual se articula la síntesis guérangeriana.
Dom Guéranger podría situarse aquí en la estela de Bossuet o, más aún, al parecer, en la de la renovación eclesiológica alemana a manos de un teólogo tan influyente como Jean-Adam Moehler (1796-1838), conocido por los discípulos de Lamennais y los lectores de Le Mémorial catholique. Sin embargo, independientemente de las influencias ejercidas sobre Dom Guéranger, en particular la muy real de Lamennais, su profunda comprensión de la Iglesia se debe ante todo a una experiencia vivida y a un verdadero carisma de penetración en el misterio de la Iglesia y su Tradición.
La visión que Dom Guéranger tiene de la Iglesia va más allá de la simple consideración del "papel civilizador" del cristianismo, desarrollada, por ejemplo, por Chateaubriand, quien, en El genio del cristianismo (1802), trata ampliamente, entre otras cosas, de los "servicios prestados a la sociedad por el clero y por la religión cristiana en general". Así, su íntimo sentido de la Iglesia le lleva a descubrir la naturaleza de su Tradición en todas sus dimensiones, el lugar que esta ocupa en la vida y la estructura de la Iglesia; en definitiva, todo lo que encierra en posibilidades para dar nuevo cuerpo a la vida de la Iglesia y, a través de ella, a la vida de los fieles, invitados precisamente por dom Guéranger a hacer suyas todas las riquezas de su Tradición viva.
El proyecto monástico del abad Guéranger parece responder bien a ese deseo que le anima de devolver a la Iglesia de su tiempo ese componente importante de su Tradición que es la vida monástica, según los elementos propios del monacato benedictino.
Los nuevos benedictinos serán invitados por Dom Guéranger a vivir la vida misma de la Iglesia de una manera muy particular, a saber: siguiendo las orientaciones esenciales de la regla de San Benito, pero también según los puntos de insistencia que caracterizan el monacato renovado propuesto por el abad de Solesmes. Estos últimos son la dimensión profética de la vida monástica, como signo y realidad de la Iglesia, en particular de su libertad, y el lugar preponderante que se concede en la existencia del monje a la liturgia y al estudio, que son los dos grandes medios privilegiados para vivir la Tradición de la Iglesia, los mismos que llevaron al seminarista y joven sacerdote que fue Prosper Guéranger a una penetración cada vez más profunda del misterio de la Iglesia.
Dom Guéranger insiste mucho en la contemporaneidad del monacato, en su inserción en la Iglesia de su tiempo, para estar dispuesto a "prestar servicios de todo tipo en la santa libertad del Espíritu de Dios", tal y como escribe el 21 de julio de 1833 a su amigo el abad Foisset. Los nuevos benedictinos debían responder y adaptarse a las verdaderas necesidades de la Iglesia y de la sociedad. Serán, entre otras, las "obras de celo hacia el prójimo" de las que trata en uno de sus escritos esenciales, el Reglamento del noviciado.
El papel de la liturgia
La inmensa obra de Dom Guéranger en favor de la revalorización del lugar y el papel de la liturgia en la vida de la Iglesia responde a esta misma preocupación de permitir a los fieles laicos comulgar con la vida misma de la Iglesia a través del conocimiento de su Tradición. ¿No es la liturgia, según la definición que él da, el lenguaje de la Esposa de Cristo, cuya "voz es siempre melodiosa, cuya palabra llega siempre al corazón del Esposo" (El año litúrgico), porque está habitada por el Espíritu divino, que es el alma de la Iglesia? Por eso, a los ojos del abad de Solesmes, la liturgia es "el principal instrumento" (Ensayo sobre la Iglesia) de la Tradición y, en este sentido, el lugar teológico por excelencia de la teología de la Iglesia.
Cultura
La liturgia de los monjes benedictinos fue «el principal instrumento de la evangelización de Europa»
Carmelo López-Arias / ReL
Por eso, la liturgia iba a ser la obra principal de la nueva comunidad de Solesmes. La celebración solemne de la liturgia se convertiría en una de las características principales de la renovación del monacato benedictino en el siglo XIX, convirtiendo a los benedictinos en una especie de "especialistas" en liturgia, algo que no habían sido en siglos anteriores. La obra litúrgica del abad de Solesmes se centra principalmente en su comunidad, hasta tal punto que Dom Bernard Capelle dirá que "la fundación de Solesmes siguió siendo, en definitiva, la gran obra litúrgica de dom Guéranger" (Dom Guéranger et l'esprit liturgique, en Questions liturgiques et paroissiales, t. 22, 1937).
Este último también se dedicó a la publicación de obras sobre liturgia, a las que debe principalmente su notoriedad. En primer lugar, los dos primeros volúmenes de las Instituciones litúrgicas, publicados en 1840 y 1841, que en la mente de su autor no eran más que una introducción histórica a una vasta obra sobre liturgia, que debía incluir varios estudios sobre los libros, los símbolos, la lengua y el derecho litúrgico, y finalmente una síntesis teológica.
Instituciones litúrgicas
Su publicación suscitó una oleada de protestas y sumió a Dom Guéranger en una polémica tan enérgica que le valió el apodo de "Dom Guerroyer" [de guerroyer, en francés, hacer la guerra]. Con el deseo de hacer la liturgia accesible al mayor número de personas, el abad de Solesmes publicó también, entre 1841 y 1866, a modo de gran catequesis mistagógica, los nueve volúmenes de El año litúrgico [se descarga PDF] su obra más conocida, que tuvo un enorme éxito.
Por último, dom Guéranger también deseaba trabajar en favor de la belleza artística. Anhelaba un renacimiento del arte sacro, tanto en el ámbito de la arquitectura y los paramentos, como en el del canto litúrgico. Fue el primero en sentar las bases para la restauración del canto gregoriano. Envió a dos de sus monjes por toda Europa en busca de manuscritos con anotaciones de la liturgia romano-franca. Dom Paul Jausion se dedicó a descifrar y copiar los signos, y Dom Joseph Pothier, con su publicación en 1881 de Melodías gregorianas, a esclarecer la teoría.
También para responder a las necesidades de la Iglesia en materia de defensa de la fe, Dom Guéranger, alarmado por las tendencias naturalistas que observaba en el estudio de la filosofía y la historia, entró en conflicto principalmente con el duque De Broglie, en artículos publicados en L'Univers, reunidos posteriormente en un volumen titulado: Ensayos sobre el naturalismo contemporáneo (París, 1858).
Es sorprendente la cantidad de libros y artículos que el abad de Solesmes escribió en medio de sus ocupaciones como superior y, además, como fundador, todas ellas muy exigentes; a pesar también de su salud, que nunca fue buena, de las preocupaciones de todo tipo y, a veces, de las duras pruebas. Algunos de sus libros nunca se terminaron, como la Vida de San Benito, y otros quedaron en estado de proyecto.
Las preferencias de Dom Guéranger se inclinaban naturalmente hacia la historia. Son obras suyas Los orígenes de la Iglesia romana en 1836 y La historia de Santa Cecilia en 1849. Retomó esta última obra en 1874 con el título Santa Cecilia y la sociedad romana, en la que también narraba la historia de los dos primeros siglos del cristianismo basándose en los descubrimientos arqueológicos de su gran amigo, el caballero Jean-Baptiste de Rossi. La historia le interesaba sobre todo como teólogo de la Iglesia. En esta calidad desempeñó un papel importante en la promulgación de los dos dogmas de la Inmaculada Concepción de la Virgen y de la infalibilidad pontificia en 1854 y 1871 respectivamente. La Memoria sobre la cuestión de la Inmaculada Concepción se publicó en 1850, y el voluminoso libro La monarquía pontificia, en 1870, superó ciertas reticencias e iluminó a los teólogos y a los padres del Primer Concilio Vaticano.
Un padre para sus monjes
La vida de Dom Guéranger fue también la de un abad entre sus hermanos. Sabía acercarse a cada uno de ellos. Estos, a cambio, le mostraban un profundo afecto. El padre abad se mostraba afectuoso con todos, a veces bromista. Le gustaba ponerles a sus monjes apodos encantadores, como "pico de caña" o "cabeza de cabra", que decían algo del temperamento de cada uno. En este hombre apasionado, lo que predominaba era la alegría y el entusiasmo. Nada podía detener su impulso, su afflonnement, palabra del dialecto de Sarthe que solía repetir a menudo.
Dom Guéranger también recibía a los numerosos invitados y amigos que llamaban a la puerta del monasterio, como Léon Landeau, director de la Société Marbrière, situada en Solesmes, a los pies de la abadía, y su amigo más íntimo, o Louis Veuillot.
El abad de Solesmes tuvo discípulos fuera de su propia familia monástica: los hermanos Maur y Placide Wolter, fundadores de la congregación benedictina de Beuron, y Dom Laurent Shepherd, el más entusiasta de ellos, que tradujo El año litúrgico al inglés. También algunas mujeres se pusieron bajo su dirección espiritual, como la priora del Carmelo de Meaux, madre Elisabeth de la Croix. Ya de joven sacerdote, el abad Guéranger había acompañado en el camino de la vida espiritual a Euphrasie Cosnard, una joven damisela de Sablé. Le aconsejaba la devoción al Sagrado Corazón como el mejor antídoto contra las secuelas del jansenismo. Entre sus numerosos discípulos, las monjas de la abadía de Santa Cecilia ocupaban un lugar especial, el más querido, en el corazón de Dom Guéranger. Para ellas y su joven superiora, la madre Cécile Bruyère, mandó construir desde cero, en la misma Solesmes, un monasterio cuya dedicación tuvo lugar en 1871. Solesmes ya había repoblado la antigua abadía de Saint-Martin de Ligugé en 1853 y en 1865 fundó un nuevo monasterio en Marsella, bajo la advocación de Santa María Magdalena.
Al regresar de la conferencia espiritual impartida en Santa Cecilia, el abad, agotado, tuvo que guardar cama. No volvería a levantarse y falleció el 30 de enero de 1875. En una carta de condolencias dirigida a la comunidad, al día siguiente del fallecimiento de Dom Prosper Guéranger, el cardenal Jean-Baptiste Pitra escribió que el abad de Solesmes había sido en su época la persona que "comprendía la Iglesia mejor que nadie" (carta del 31 de enero de 1875). De todos los homenajes que se le rindieron, quizá el que más habría apreciado Dom Guéranger fue el de este discípulo, uno de sus antiguos monjes.