La viciosa dialéctica modernistas vs. tradicionalistas

La recepción, conservación y defensa de la Revelación divina lleva al conveniente desarrollo en las comprensión en las verdades de la Fe.
En el mundo político, una costumbre trillada e inconsistente es hablar de “izquierda vs. derecha” o al revés. A la “izquierda” se asocia la inspiración revolucionaria –concepto peligroso si los hay– y a la “derecha” se la relaciona con “el orden”.
Las cosas, en realidad, no son tan “claras y distintas”, ni en la teoría ni en la práctica. En cuanto a la teoría, porque ninguna elaboración del pensamiento humano carece de limitaciones. En cuanto a la práctica, porque el pasaje de la teoría al terreno de las acciones concretas supone la mediación de la prudencia, por una parte, y el influjo de los intereses, por otra. Fuera de que cualquiera de nosotros puede ser incoherente, es decir, decir una cosa y hacer otra.
Algo semejante, si bien no exactamente de la misma manera, sucede en la vida de la Iglesia. En este caso, el problema puede duplicarse porque, además de los posibles disensos internos que atentan contra la unidad de la Iglesia, se puede adoptar una “clave de lectura” ajena al catolicismo como es la anteriormente aludida de “izquierda vs. derecha” o al revés. Al fin de cuentas, se trata de un enfoque político sobre una realidad eclesial –y habría que precisar todavía más, una mirada sociológico-política–.
A partir de lo dicho, debe mencionarse la viciosa dialéctica “modernistas vs. tradicionalistas”. Los unos –los modernistas– serían los revolucionarios del depositum fidei o del dogma católico y los otros –los tradicionalistas– los conservadores de mismo. En ambos casos puede percibirse, en un análisis más profundo, una especie de “apropiación” de la doctrina católica.
Conviene formular algunas precisiones. La primera de todas es que la evaluación de las posiciones no puede hacerse comparando ambas entre sí. Si así fuera, se trataría de un planteo vicioso. Dicho de otra manera, debe existir una instancia superior. Esta instancia superior es la Revelación divina cuyas vertientes son la Sagrada Escritura y la Tradición apostólica. La catolicidad de las posiciones, entonces, responderá a la correspondiente fidelidad a la divina Revelación. Será católico –en el sentido más auténtico y no meramente sociológico– aquello que resulte concorde con ella. No será católico lo que la contradiga en todo o en parte.
Conviene aquí formular una aclaración. La fidelidad a la Revelación divina reclama, a su vez, la inteligencia católica. Inteligencia o sabiduría católica que cuenta con dos alas, de acuerdo a la imagen utilizada por San Juan Pablo II: la fe y la razón (Fides et ratio). Por consiguiente, la teología y la filosofía y también –pero con las debidas condiciones– otros saberes humanos.
Así es como la recepción, conservación y defensa de la Revelación divina lleva al conveniente desarrollo en las comprensión en las verdades de la Fe. En esta complementación entre auditus fidei e intellectus fidei no existe ni el riesgo del modernismo como revolución del dogma católico ni el riesgo del tradicionalismo entendido como inmovilismo.
Para concluir. En sus catequesis, Benedicto XVI supo iluminar la cuestión planteada en esta columna de la siguiente manera: “Esta es la función in persona Christi del sacerdote: hacer presente, en la confusión y en la desorientación de nuestro tiempo, la luz de la Palabra de Dios, la luz que es Cristo mismo en este mundo nuestro. Por tanto, el sacerdote no enseña ideas propias, una filosofía que él mismo se ha inventado, encontrado, o que le gusta; el sacerdote no habla por sí mismo, no habla para sí mismo, para crearse admiradores o un partido propio; no dice cosas propias, invenciones propias, sino que, en la confusión de todas las filosofías, el sacerdote enseña en nombre de Cristo presente, propone la verdad que es Cristo mismo, su palabra, su modo de vivir y de ir adelante” (Catequesis sobre el munus docendi, 14 de abril de 2010).
Es decir, no se trata de ser originales. Se trata de ser inteligentemente fieles a la Revelación divina: “Por esto, quien entra en el Orden sagrado del Sacramento, en la «jerarquía», no es un autócrata, sino que entra en un vínculo nuevo de obediencia a Cristo: está vinculado a él en comunión con los demás miembros del orden sagrado, del sacerdocio. Tampoco el Papa —punto de referencia de todos los demás pastores y de la comunión de la Iglesia— puede hacer lo que quiera; al contrario, el Papa es el custodio de la obediencia a Cristo, a su palabra resumida en la regula fidei, en el Credo de la Iglesia, y debe preceder en la obediencia a Cristo y a su Iglesia” (Catequesis sobre el munus regendi, 26 de mayo de 2010).
No sea que prediquemos la ortodoxia católica –en el mejor de los casos– pero no seamos coherentes con nuestras prácticas.
Teniendo presente la futilidad de las viciosas categorías dialécticas que se aplican a la vida de la Iglesia, queda por decir que un católico, es decir, aquel que sabe armonizar el auditus fidei con el intellectus fidei, es tradicional o no es católico. El resto es una lucha entre partidos.