Lo que Vance echó en cara a Europa
El mal está dentro: el olvido de las raíces cristianas.

J.D. Vance, durante su discurso del 14 de febrero ante la Conferencia de Seguridad de Múnich.
Las altas esferas europeas están en shock desde el discurso que el 14 de febrero pronunció en Múnich el vicepresidente de los Estados Unidos, J.D. Vance, en la reunión sobre seguridad entre los países occidentales. Fue un varapalo sin precedentes. De un lado se refirió a aspectos geoestratégicos como el incremento de los recursos destinados a Defensa y el fin de la guerra de Ucrania, en la que los norteamericanos se postulan como interlocutores con Rusia dejando de lado Europa y a la propia Ucrania. De otro, el discurso tuvo un contenido ideológico profundo, poniendo en evidencia el quebranto de la libertad religiosa, especialmente para los cristianos que incluso son condenados a multas o prisión simplemente por rezar contra el aborto, o limitaciones en la libertad de expresión en la línea woke, y el desprecio de la democracia como ocurrió en Rumanía anulando unas elecciones porque se consideró que había habido influencia rusa.
De forma muy rotunda y sin florituras, Vance dijo a los europeos que la amenaza a Europa no era ni Rusia, ni China, ni otro país, sino que el mal lo tienen dentro. Les dejó muy claro que han echado a perder los principios que inspiraron Europa. Hizo referencias también al Reino Unido, aunque esté fuera de la Unión Europea.
- El histórico discurso del vicepresidente de Estados Unidos ante la Conferencia de Seguridad de Múnich, el 14 de febrero.
Dejamos de lado los aspectos geoestratégicos del discurso de Vance, de los que ya se ocupan ampliamente los medios de comunicación convencionales y los políticos, y que son muy opinables, y nos referiremos a los antropológicos, mucho más de fondo en la esencia y la vida europea.
Vance ha verbalizado al más alto nivel lo que muchas personas llevamos pensando desde hace años. Que Europa ha desnaturalizado su esencia por haber cortado sus raíces cristianas.
Los padres de la Unión europea
Sin tener que remontarse al Medioevo, en que Europa era “la Cristiandad”, merece la pena ir a la historia de las últimas décadas.
Robert Schuman, Alcide de Gasperi, Jean Monnet y Conrad Adenauer son considerados los padres de la construcción europea que con los años ha desembocado en la actual Unión. El 9 de mayo de 1950, Schuman, entonces ministro de Asuntos Exteriores de Francia, pronunció el discurso en el que proponía la constitución de la Comunidad del Carbón y del Acero, punto de arranque de todo. Por ello el 9 de mayo es el Día de Europa. En abril de 1951, seis países firmaban el acuerdo. Era una iniciativa para garantizar la paz tras una historia de enfrentamientos, especialmente entre Francia y Alemania, pero iba mucho más allá. Como diría tres décadas más tarde el Papa Juan Pablo II, “era una clara opción espiritual en favor del perdón y una voluntad de superar la violencia por el diálogo y la solidaridad”.
Tres de aquellos grandes artífices de la construcción europea, Schuman, De Gasperi y Adenauer, eran profundamente católicos, hasta el punto que los dos primeros están en proceso de beatificación. La fe iluminó su acción política. Jean Monnet era un laico respetuoso con las ideas religiosas de Schuman, Adenauer y De Gasperi. Por ello, el nervio espiritual, el fondo y los principios que dieron origen a la Unión fueron profundamente católicos. La propia bandera, 12 estrellas y fondo azul, se basó en la imagen de la Virgen en la catedral de Estrasburgo, ciudad disputada por alemanes y franceses.
De todo ello parecen haber hecho tabla rasa quienes están hoy al frente de la Unión. Basta una muestra fundamental. Hace unos meses, el Parlamento Europeo aprobó instar a los Estados a reconocer en sus respectivas legislaciones el aborto como un Derecho Humano Fundamental. La barbarie está servida, aunque lo hayan aprobado representantes de países supuestamente civilizados. Francia aprobó poco antes incluir tal derecho en la Constitución. En el Cielo aquellos padres de Europa no pueden sufrir, pero llorarían de pena si vivieran.