Lunes, 29 de abril de 2024

Religión en Libertad

Religión en EEUU: guerras culturales, mitos y realidades


No hay duda de que los estadounidenses muestran un cariño claro a la conmemoración pública de ciertas fechas religiosas. Pero me pregunto si ese cariño se debe a su religiosidad o más bien forma parte del civismo y patriotismo arraigados que diferencia a los estadounidenses de los europeos.

por Marta Alejandro

Opinión

La mayor religiosidad de la población en EE UU es un concepto bien conocido. En Europa se utiliza al mismo tiempo como muestra de la bondad y de la maldad del país, para alabarlo o criticarlo, dependiendo de los gustos del hablante.
           
Una de las muestras de ese concepto tan diseminado es la popularidad del Miércoles de Ceniza. A pesar de que la Iglesia Católica no lo establece como fiesta de guardar, las misas de imposición de ese día atraen tantos fieles como las de Navidad o Pascua de Resurrección, con la diferencia de que en esas fiestas no se trabaja y el Miércoles de Ceniza es un día laboral en el medio de la semana.

El fenómeno es tan popular, que incluso los medios de comunicación de información general dedican espacio al inicio de la Cuaresma: The Denver Post, el periódico local de mi ciudad, este año publicó una noticia, con foto incluida, sobre las misas en la capilla del aeropuerto. En ella, el diácono Jack Sutton, confirmaba lo ya sabido, que las dos misas del día son la que atraen más público a esa capilla, junto con las de Navidad y Pascua. Las páginas de comentario y opinión de los medios católicos se dedican a intentar discernir los motivos de su  popularidad entre tantas personas que ignoran las iglesias la mayoría de los domingos y fiestas de guardar del año, si al fin y al cabo, el arrepentimiento y la renovación moral, motivos centrales de la temporada, están tan pasados de moda.  

Una nota adicional es que si bien la Navidad y la Pascua son celebradas por todos los cristianos, y aunque muchas iglesias protestantes conservan la tradición de la Cuaresma, con el abandono del calendario litúrgico, se perdieron los ritos asociados con la misma (la imposición de la ceniza, el ayuno y la abstinencia). Por ello, el Miércoles de Ceniza es una celebración intrínsicamente católica.

Con esto dicho, no hay duda de que los estadounidenses muestran un cariño claro a la conmemoración pública de ciertas fechas religiosas. Pero me pregunto si ese cariño se debe a su religiosidad o más bien forma parte del civismo y patriotismo arraigados que diferencia a los estadounidenses de los europeos. La población de EE UU celebra abiertamente los símbolos e instituciones de su país, ya sea el Día de la Independencia, los veteranos del ejército, el cristianismo, o su carácter de país de inmigrantes, donde todos tienen un país de origen y una celebración asociada: el día de Cristóbal Colón para los italianos, el día de San Patricio para los irlandeses, el Cinco de Mayo para los mexicanos, etc.

Cuando uno analiza detalladamente esa religiosidad, se encuentra con un debate abierto y mucha polémica, con un número considerable de “expertos” haciendo campaña clara en contra del concepto, porque piensan que las partes interesadas, o sea las iglesias, llevan años inflando los números de participación. Pero no es difícil encontrar análisis sin fines partidistas ni de revolución social.

El pasado 11 de febrero, John L. Allen Jr., un conocido columnista y corresponsal de la publicación católica The National Catholic Reporter, analizaba un estudio de 2008 sobre la religiosidad de los estadounidenses, realizado por el proyecto Pew Forum on Religion and Public Life de la fundación Pew Research Center, y conversaba con Luis Lugo, el director del proyecto, y Greg Smith, el investigador jefe del mismo.

Allen comentaba que su conclusión al leer el estudio era la “marcada fluidez” de la práctica religiosa de los estadounidenses, donde casi la mitad de los mismos había abandonado o cambiado de denominación, frente a los comentarios sensacionalistas que el estudio había provocado, que hablaban de un “éxodo masivo” en la Iglesia Católica, porque en el país hay 22 millones de excatólicos. Allen se quejaba de que si bien esto es cierto, que la religión católica tiene una tasa de retención mayor que otras denominaciones protestantes, y que el 2,6 por ciento de los católicos son nuevos conversos, por lo tanto no es justo centrarse en las “pérdidas” sin hablar de las “ganancias”.

En su conversación con Smith y Lugo, estos destacaron la necesidad de analizar si las personas que abandonan una fe lo hacen para pasarse a otra (la mayoría) o dejar la religión (la minoría), clave de esa fluidez mencionada (el cambio entre denominaciones), en vez de centrarse en el número absoluto de católicos que han abandonado la fe (en porcentajes, otras denominaciones, como los Testigos de Jehová pierden más). Para ellos el problema de la Iglesia Católica no es tanto los abandonos como la desventaja relativa a la hora de atraer nuevos miembros frente a otras iglesias, especialmente las evangelistas. 
La conclusión a la que uno llega es que la religiosidad de los estadounidenses no es algo tan simple, bueno o malo de por sí. Esa religiosidad tiene muchos matices, y es algo más complejo de lo que se puede pensar a simple vista. Como punto final, y relacionada con esa fluidez de la que hablaba John. L. Allen Jr., en un artículo del marzo del periódico Baptista Associated Baptist Press, David Gushee, un baptista excatólico explicaba que él y su mujer asistieron el Miércoles de Ceniza a la Iglesia Católica para marcar el inicio de la Cuaresma, se abstienen de comer carne los viernes, y han dejado de comer postres durante esos cuarenta días como sacrificio personal, y por qué, a pesar de haber abandonado el catolicismo y sentirse feliz como baptista, necesita y hecha de menos esas experiencias “corporales” como parte de su vivencia espiritual.
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