Lunes, 29 de abril de 2024

Religión en Libertad

Elecciones, evangelistas y reforma educativa en EE.UU.


por Marta Alejandro

Opinión

Con la proximidad de las elecciones y la posibilidad de la pérdida demócrata de la mayoría en el Congreso y el Senado estadounidense, las campañas electorales están muy animadas. La novedad es la influencia del Tea Party, y mientras todas las miradas se vuelven a lo que hacen o dejan de hacer sus candidatos, otras temas considerados importantes en elecciones anteriores pasan totalmente inadvertidos.
 
Uno de esos temas desde finales de los años ochenta y del que ahora casi nadie se acuerda es la intención de voto de los miembros de las iglesias protestantes evangelistas y fundamentalistas. Tras las elecciones de noviembre del año pasado y la victoria de Obama, muchos analistas declararon que los evangelistas y fundamentalistas habían dejado de votar en bloque, y que se habían convertido en un grupo “de presión” maduro y de voto fragmentado como, por ejemplo, los católicos.
 
Independiente de si realmente han dejado de ser “influyentes” en las elecciones o no, resulta interesante analizar algunos de los aspectos por los que se criticó y se hizo oposición al voto conocido como fundamentalista cristiano. Entre los motivos de esa oposición estaba sus posturas en la educación, y específicamente en la práctica de la escolarización por los padres en el propio hogar (el “home schooling”), muy popular entre las familias protestantes evangélicas y fundamentalistas.
 
Las críticas a la educación pública como una amenaza a la práctica religiosa en Estados Unidos se convirtieron en tema electoral en los años setenta. La reacción negativa a una aplicación exagerada de la separación entre Iglesia y Estado a partir de la postguerra, en algunos casos con la prohibición expresa a la lectura privada por alumnos de la Biblia en los colegios, no era nueva. Sin embargo, antes del surgimiento de la escolarización en el hogar, las familias descontentas con la situación optaban por escuelas privadas confesionales: católicas, luteranas, episcopalianas, bautistas, etc.
 
En los años setenta surge el concepto de la escolarización en el propio hogar. Este no surge por motivos religiosos: su creación se atribuye a John Holt, un educador formado en las prestigiosas universidades del Noreste del país, conocidas como The Ivy League; Holt escribió varios libros críticos con el efecto de la educación pública en la capacidad de aprender de los niños, y su estado de mediocridad. Posteriormente, sus teorías fueron adaptadas por Raymond Moore, un misionero cristiano quien consideraba la filosofía de la educación pública opuesta a sus creencias, y por los seguidores de la escritora y filósofa Ayn Rand, considerada la ideóloga del movimiento liberal estadounidense.
 
Una vez que el movimiento de la escolarización en el hogar se popularizó y se asoció con el surgimiento del concepto del voto protestante evangelista y fundamentalista, los ataques en su contra se multiplicaron. De un asunto privado pasó al campo de la política, con intentos por algunos estados de declarar obligatoria la escolarización pública, y con numerosas iniciativas para legislar y regular la escolarización en el hogar. Sin embargo, al final prevaleció el espíritu legal de una sentencia de 1925 del Tribunal Supremo que afirmaba que “el cuidado y la educación de los niños era responsabilidad de los padres, y no del estado” y se evitó que la escolarización pública se proclamase obligatoria.
 
Aunque los demócratas sigan sin mostrar mucho cariño a los protestantes evangelistas y fundamentalistas, el ataque al tipo de escolarización que prefieren ha dejado de funcionar como arma electoral.
 
Por eso, durante estas elecciones, uno se pregunta: ¿qué ha pasado con la escolarización en casa? ¿Ha perdido popularidad entre los protestantes evangelistas y fundamentalistas? La respuesta apunta a otro fenómeno. Además de la supuesta pérdida de la influencia electoral de los protestantes evangelistas y fundamentales, durante los últimos quince años se ha producido una preocupación creciente por la falta de calidad de la escuela pública entre las familias negras y de recursos más bajos.
 
Dicha preocupación se ha convertido en una demanda masiva por las escasas plazas escolares en los nuevos colegios públicos independientes (las charter schools), con loterías para una decena de plazas en estadios de fútbol, asistidas por miles de familias. Estos colegios reciben fondos públicos, pero son gestionados de forma independiente por fundaciones, grupos de maestros o padres, etc., y no tienen la obligación de atenerse a todas las normas de los distritos escolares, especialmente en cuanto a contratación de maestros.
 
Estos colegios surgieron por iniciativas reformistas de especialistas en educación, en muchos casos demócratas, cansados del bloqueo a todo intento de reforma educativa por parte de los sindicatos de maestros. Entre las figuras destacadas de la reforma mediante charter schools figura Arne Duncan, el Secretario de Educación del Gobierno de Obama, y entre los clientes más prominentes de las nuevas escuelas, las familias negras de clase media y trabajadora, y las de bajos recursos en general, cuyos hijos han sido tradicionalmente los más afectados por los problemas de la educación pública tradicional, y quienes constituyen un bloque de voto tradicionalmente demócrata.
 
En el conflicto electoral sobre este tema se produjo una correlación partidista bastante clara: los opositores en su mayoría eran los candidatos demócratas y los sindicatos, porque veían una amenaza a los puestos de trabajo de los maestros y al concepto de la escuela pública en sí. Entre los defensores se incluían muchos de los candidatos republicanos, más afines a dejar que las familias tomasen sus propias decisiones, y beneficiarios naturales del voto protestante evangelista y fundamentalista. La excepción fueron los republicanos del Noreste, de Chicago y de California, quienes se declaran “conservadores en lo económico y progresistas en lo social”, y que se sintieron incómodos con lo que consideraban un ataque a la escuela pública como concepto de progreso social de “consenso”.
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