Otra de las imágenes publicadas en el número de diciembre 2010-enero 2011 de la revista Vogue.
A mediados de noviembre de 2011 YouTube anunció que pagaría a las familias que subieran videos graciosos de sus hijos (cf. «YouTube pays families £100,000 as funny videos go viral»).
La idea del famoso canal de videosharing era compartir ingresos por concepto de publicidad en cuanto un video chistoso pudiera convertirse en viral: hasta 100 mil euros podría llevarse el autor de un video (como de hecho sucedió a la mamá de Lily, una niña americana de 6 años que el día de su cumpleaños recibe regalos junto al anuncio de que ese día sería llevada a Disneylandia. La niña arranca en emocionados lloridos que más de 10 millones de personas vieron).
En el fondo, lo que golpea es la monetización de los niños: el convertir sus vidas en un producto en exhibición, en un espectáculo. En su tesis doctoral («Publicidad e infancia: La representación del niño en los spots televisivos») Ana Medina trata los tipos de representaciones de que puede ser objeto un niño, publicitariamente hablando. Cuando el niño refleja a un adulto es miniatura, imitando maneras de actuar, vestir o pensar, suele ir unido al hedonismo.
Quizá sea este el punto: si el placer es la finalidad de la vida (de sexo, dinero o fama), lo mismo da que sea un niño el que lo satisfaga. Aunque en ello se le vaya la infancia.
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