Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

LAHISTORIA CON NOMBRE PROPIO

D.Ricardo Marín: sacerdote y mártir de Los Yébenes (Toledo)

Carmen Marín García-Donas


D.Ricardo Marín González

Antes de que diera comienzo
la Guerra Civil, Ricardo Marín Gónzalez, que así se llama mi tío-abuelo, ya había sufrido en sus carnes el intento de agresión de un grupo de obreros cuando paseaba por Madrid, que desde los andamios comenzaron a insultarle y a escupirle por el mero hecho de ser sacerdote.
Comentaba en casa, no sin preocupación el cariz que estaban tomando las cosas, pero lejos de amilanarse, siguió ejerciendo su ministerio como párroco en un pequeño pueblo de la provincia de Toledo llamado Yepes. Llevaba una vida sencilla, la Iglesia, donde su magnífica oratoria gustaba mucho a los feligreses, la catequesis con los niños, su dedicación a los enfermos y a los pobres, esa era su labor de cada día.

Allí le sorprendió el estallido del 18 de julio, los fieles le mostraron su preocupación por el peligro que corría, pero él les dijo: «Si no me cierran la iglesia por la fuerza no seré yo quien la cierre. Pase lo que pase cumpliré mi sagrada misión hasta el fin».
El día 20 de julio le cerraron la iglesia, entristecido le dijo a unos fieles, «Me han cerrado mi iglesia, Ahora haga de mi el señor lo que quiera», Y comprendiendo que era peligroso que le vieran junto a el les dijo «Vosotros marchaos, teneis hijos, debeis vivir para ellos».

Durante esos días escribió una carta a su hermano Aurelio, mi abuelo, contándole la situación que estaba viviendo. Esta carta afectó a mi abuelo sobremanera, que en ese momento se encontraba también en una situación de peligro. Decía mi abuelo: «Yo quisiera ir a buscarle, pero estoy seguro que en cuanto lleguemos aquí le matan a la entrada del pueblo. Mirad como estamos, hay que ayudar al cura, porque estoy seguro que alguien ayudará a mi hermano»

Pasado un tiempo desde que le cerraran la iglesia, vinieron a su casa a buscarle, donde le arrancaron la sotana, entre befas y escarnios, y le dieron por toda ropa un guardapolvo. Desde entonces se dio preso en su domicilio del que sólo salía custodiado por los milicianos para realizar algunas tareas como escribiente en el ayuntamiento.

El día 15 de agosto, le trasladaron a la hospedería del convento de la Carmelitas, donde ya se encontraban detenidos el Coadjutor de la Parroquia, D. Nicasio Aparicio y el capellán del Convento. D. Nicasio Carvajal. Curiosamente ese mismo día, su hermano y su sobrino Cástor son sacados también de su casa para ser asesinados en la madrugada del 16 de Agosto en el pueblo de Los Yébenes.
 
El 18 de agosto, las milicias vinieron a buscar a los dos Nicasios, que así era como se les conocía en el pueblo, en plena noche para asesinarlos.

A la mañana siguiente la demandadera de las monjas, Catalina, pudo ver el gran sufrimiento que D. Ricardo tenía al saber la suerte que habían corrido sus compañeros. «Catalina, pase estoy solo, se los han llevado para matarles, ¿Por qué no me han llevado a mi también», le dijo entre sollozos. Y a él no le llevaron porque algunos de los que D. Ricardo había ayudado y que se encontraban entre los que vinieron a buscar a los otros sacerdotes, intentaron de alguna manera protegerle.
 
Así continuó solo su calvario, los milicianos rondaban todo el tiempo la hospedería, entre ellos se encontraba uno al que llamaban el Pelao al que D. Ricardo había enseñado a leer y a escribir, y al que había incluso buscado trabajo.
En octubre de 1936 llega al pueblo de Yepes un retén de milicianos, que vienen al frente de Aranjuez, en este retén hay paisanos del sacerdote que empiezan a preguntar por el. «¿Está aquí uno de nuestro pueblo que era cura? ¿O ya habeis terminado con el?». Aquel miliciano al que D. Ricardo ha enseñado a leer y escribir les dice: «Si, ahí le tenemos en la hospedería de las monjas». Y la llegada de sus paisanos a este pueblo, fue su camino hacia Dios.


Iglesia de Yepes
El día 23 de octubre sobre las once de la noche vinieron a buscarle, hallándole las milicias en oración. Comenzaron las burlas, los puñetazos y los golpes con la culata de fusil hasta hacerle sangrar. Caminando dificultosamente le llevaron hasta la plaza entre golpes e insultos, el mientras decía «Adios pueblo de Yepes. Adios Santa Reliquia». Siguieron los golpes, y cayó ensangrentado en tierra y dijo a los verdugos «No puedo más. Os perdono. Matadme aquí junto a mi iglesia» e incorporándose, gritó “Viva Cristo Rey”, al igual que hacían los cristeros durante la persecución religiosa en México en 1927. Posteriormente, recibió la descarga mortal.  Era el 24 de octubre de 1936, día de Cristo Rey.
Uno de los verdugos, le cortó las orejas para entregárselas a su jefe como trofeo, y se marcharon dejando el cuerpo tirado en la calle. Al amanecer el cuerpo de D. Ricardo seguía en la calle porque nadie se atrevía a recogerlo.
Una familia piadosa, la familia de María Teresa Colastra, recogió el cuerpo y en un carro le llevó hasta el cementerio, enterrándole en su panteón familiar a riesgo de su propia vida, hasta que la familia de D. Ricardo vino a recogerlo una vez acabada la contienda.
A la llegada a su pueblo natal, se celebró una ceremonia sencilla, y se le enterró en la capilla de los mártires de la Iglesia de Santa María La Real, en Los Yébenes (Toledo), junto a los restos de su hermano Aurelio y su sobrino Castor, que también habían sido asesinados por los marxistas.

El asesinato de D. Ricardo y el de los otros sacerdotes que fueron martirizados en ese lugar,es recordado con una placa en la fachada de la Iglesia de San Benito, en Yepes
 
NOTA DE HISTORIA EN LIBERTAD: Lamentablemente, la lápida a la que alude la autora de este artículo ha sido retirada de la fachada de la Iglesia de Yepes aprovechando unas obras realizadas en ella
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